La candidata de la oposición tiene, entonces, la consigna de insistir en las gelatinas
,
es decir, en un pasado sólo personal, lleno de capas que no
necesariamente coinciden para considerarlas una verdad biográfica, pero
que se usan para generar un modelo de lo que debería ser
el país: la anécdota personal sustituye al plan nacional; se vota por una persona aparentemente para premiarla
por su éxito, como en una competencia de reality show;
y la arriesgada suposición es que, si es cierto que esta mujer empezó
vendiendo gelatinas y acabó firmando contratos por mil 400 millones de
pesos, entre otros, con el Instituto de la Transparencia, hará lo mismo
con el país. En ese pasado individual no existe ya la memoria sino como
eventos contradictorios que se anulan unos a otros. Ante la evidencia de
conflictos de intereses entre su éxito
, su profesión, y su
riqueza personal, hay cierta tentación de convalidar la corrupción. Sin
referirse a los contratos durante su gestión en la alcaldía Miguel
Hidalgo, lo que queda de la fábula de las gelatinas es una idea de un
país con gente abandonada que no cuenta más que con su astucia para
enriquecerse. Sin decirlo, se refrenda la corrupción como habilidad.
Es también un país donde las conquistas colectivas no pueden asumirse
como propias porque no vienen de sobresalir, incluso, a expensas de la
propia honestidad, de entre una masa haragana en el sur y sureste –que
es lo que ha dicho la candidata–, y una en otros lugares que no ha
entrenado sus habilidades latentes
. Pero, al decidir el PRI, el PAN y el PRD por hacer este tipo de campaña para que votemos por alguien que asegura que es un ejemplo
para los demás, deja intocado el tema de la corrupción que hace negocios privados aprovechando su cargo público.
Recurren, entonces, a otra argucia que es contraponer, sin mucho éxito, a la que hace
con la que investiga, que sería Claudia Sheinbaum. Ante el escándalo de
su certificado universitario, Gálvez insistió en que la acción
era más importante que el saber, en una cita –por supuesto
inconsciente–, del darwinista social Herbert Spencer. Su, digámosle, pragmatismo
sería la propuesta de prohibir las cervezas micheladas para bajar la
delincuencia o condenar a un régimen que ella supone que gobierna Elías Canetti
.
A pesar de que utilizó una imagen suya derrumbando con un mazo una
construcción ilegal, tuvo que borrarla de su red social porque recordaba
el escándalo de corrupción del cártel inmobiliario que formó Acción
Nacional en la capital de la República.
Así, la candidata fresca
, con chispa
no tiene pasado
claro, pero tampoco idea de un futuro. El tema es crucial: si se
deshistoriza a los dirigentes para borrar toda referencia a la
corrupción y la represión del Prian, sólo queda la catástrofe como idea
despolitizada del futuro. La catástrofe, utilizada con éxito por Javier
Milei en Argentina, se asimila en México a la noción de destrucción
.
Desde hace cinco años, no obstante el desarrollo económico sin deuda,
la salida de la pobreza de cinco millones de mexicanos y la inauguración
de vastas obras de infraestructura, el Frente Opositor ha insistido en
la destrucción de México
, casi como conclusión lógica de su campaña de 2006, la del peligro
.
En la catástrofe no hay responsables, ocurre de manera natural, y no
requiere que los simples votantes se conviertan en ciudadanos. Su doble
perfecto es la conspiración, esa angustia de tratar de explicar lo que
excede a un individuo aislado, impotente, con la euforia de contar con
una explicación coherente que elimine la política, ese actuar colectivo
hecho de contradicciones. El Frente ha fomentado varias conspiraciones
sin mucho éxito: que se suspenderían las elecciones con el pretexto de
la pandemia, que se prepara un fraude
electoral, aunque el
Presidente tenga la aprobación de ocho de cada 10 mexicanos y Claudia
Sheinbaum ronde los seis de cada 10 y, últimamente, que todas las
encuestadoras mienten al unísono y no pueden ser tomadas con seriedad.
Así llegamos al episodio que da título a este artículo. En un acto
con universitarios, la candidata Gálvez presentó tres cartulinas con
dibujos, como si estuviera en una reunión de prescolar. Una mostraba
unos tenis naranjas en referencia a la campaña de Samuel García para la
gubernatura de Nuevo León en 2021. Otra, un gusano con los rasgos
faciales de las caricaturas que el Frente ha generado contra Claudia
Sheinbaum. Por último, una fotografía suya con el brazo en alto y agregó
un adjetivo de superioridad, de notoriedad, y de salirse con la suya: chingona
.
Quiso, hasta donde alcanzo a entender, generar entusiasmo hacia la
caricaturización de sus contrincantes contrastándola con ella misma,
como persona fotografiada. Fue el final, incluso antes de que comiencen
las precampañas. No existen ya ni siquiera las palabras ni las personas,
sólo objetos cuya representación debiera, según sus asesores, generar
entusiasmo por quien los presenta. Fue, como diría en otro momento José
Emilio Pacheco, el grado Xerox de la política
.
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