La fuente principal de los sueños es la infancia. Hemos "olvidado" en nuestra memoria consciente cantidad de vivencias de nuestros primeros años.
Las personas soñamos. También tenemos esos sueños oscuros, agitados, con frecuencia violentos a los que llamamos pesadillas.
"Ayer tuve un sueño" es una frase bastante recurrente entre personas
cercanas. Soñamos bastante más de lo que recordamos. A veces no tenemos
memoria de sueño alguno, otras memorias vívidas de imágenes que duran
segundos, otras recordamos sueños más largos. A como pasa el día -si no lo escribimos- es muy probable que nuestro sueño se vaya desvaneciendo.
Existe una larga tradición que considera los sueños como premonitorios: "¿Qué podrá significar?" "¿Qué va a ser de mí?". "Soñn de los sueños".as:
"La interpretaciel fututo. No es en esta tradicisvaneciendo.s
vpesadilla. éé una catástrofe inminente". Como si el sueño fuera un
mensajero del futuro. Un aviso. No es en esta tradición en la que
quisiera detenerme. El santuario de Ascepio (dios griego de la medicina y la sanación) era muy frecuentado en Epidauro. Los pacientes dormían y a través de sus sueños intentaban interpretar la manera en la que podían sanarse de sus males físicos. La importancia de los sueños existe desde los principios de los tiempos conocidos. En 1899 Sigmund Freud escribió una de sus obras más bellas: La interpretación de los sueños. La vivencia onírica es una de las pruebas más rotundas (y fascinantes) de la existencia del inconsciente.
No a todos nos interesa que el inconsciente exista, habrá quien cuestione la importancia
de aceptar que está allí, o de adentrarse (en la medida de lo posible)
en él. ¿Por qué importa? Porque saberlo allí es el intento de aprehender
que hay una parte nuestra que desconocemos, que nos lleva a elegir,
decidir, reaccionar ante los estímulos sin que logremos saber el cómo y
el por qué. Estamos divididos por dentro. Habitados de alguna manera. La
elección amorosa, por ejemplo, tiene una buena carga de elección inconsciente.
Aún cuando logremos describir en voz alta esas características que nos
atraen en nuestro objeto amoroso, siempre habrá más, otra cosa.
Motivaciones inconscientes difíciles o imposibles de nombrar, porque no
las conocemos.
Algo habla adentro nuestro. No siempre podemos escucharlo. Recordar un sueño o fragmentos, no recordarlo, depende de los niveles de represión que nos esforcemos en invertir -sin saberlo- en las revelaciones interiores
que el sueño trae consigo. Tendemos a reprimir lo que ha sido demasiado
doloroso, lo que nos llevaría a un profundo displacer, lo que tememos
(también sin saberlo) no poder manejar. Aquello que nos amenaza. Soñamos personajes distorsionados. "La deformación onírica" que los surrealistas trabajaron de maneras tan fascinantes. Revisemos la obra de Leonora Carrington, la de Remedios Varo. Aquellas/os que eligieron trabajar de manera explícita con el material de sus sueños. Porque de distintas maneras: ¿qué artista no lo hace?
Otra de las características de los sueños
es la "condensación". Una sueña con su padre, por ejemplo, en una
circunstancia que nos parece absurda, pero ese padre tiene la voz del
esposo y dice frases muy comunes en el habla de la madre. Aportaré la demostración de la existencia de una técnica psicológica que permite interpretar los sueños,
y merced a la cual se revela cada uno de ellos como un producto
psíquico pleno de sentido, al que puede asignarse un lugar perfectamente
determinado en la actividad de la vida despierta, Freud. ¿Pero cómo atrapar el sentido? Según Freud existen dos tipos de guiones en cada sueño: el evidente y el latente.
Si consideramos los sueños y las pesadillas a la manera en la que nos las explica: "el regreso de lo reprimido", podemos entender la importancia de analizarlos.
Podemos entender que hay algo allí que anhela salir a la consciencia,
ser escuchado, aprehendido, trabajado. La fuente principal de los sueños
es la infancia. Hemos "olvidado" en nuestra memoria consciente cantidad
de vivencias de nuestros primeros años. No pudimos entonces con algunas
de ellas. No teníamos la madurez psíquica para asimilarlas. Lo que
vivimos como eventos traumáticos se reprime. Hasta un día. Son miedos,
dolores, penas grandes que se quedan a habitarnos. Escondidas. Secretas
aún para nosotros mismos.
Pero "el inconsciente habla", como decía Jacques Lacan. En los sueños,
en los lapsus. Decimos frases de golpe, que no sorprende que hayan
salido de nuestra boca. "¿Yo dije eso?". ¿Cómo, si no lo pienso? Pues
"alguien" en nosotros lo está pensando. Y lo expresa. Y amanecí con la
necesidad de hablar de sueños porque mis pesadillas
de la noche del sábado fueron agotadoras. Como un atormentado intento
de negar que no existen hechos que sí sucedieron. Y en el mismo sueño
los negaba y en el mismo sueño regresaban. Brutalmente. Habría que ver
cómo amanece una después.
Hay una dicha que se nos queda con los sueños
felices, los que nos permiten realizar -dormidos- deseos, anhelos.
Pero, ¿Cuántas veces nos despertamos medio a rastras sin entender por
qué? Melancólicos, con la energía por los suelos. Temerosos. Llenos de
aprehensiones. No recordamos nada, pero podemos hacernos la pregunta:
¿qué me trajo anoche mi inconsciente? ¿de qué me hablaba? ¿qué habré soñado?.
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