Ahora, cuando está por cumplir 57 años y tras una vida dedicada a
romper barreras, considera que en las últimas tres décadas las mujeres
indígenas de su país y de toda la región andina han logrado visibilidad,
reconocimiento formal de sus derechos y apertura de las instituciones a
sus demandas.
Pero todavía siguen víctimas de violencias cruzadas por su condición
de mujeres e indígenas, así como de discriminación y de amenazas
crecientes sobre sus territorios, dijo a IPS la primera mujer cornesha
(máxima autoridad) de la Federación de Comunidades Nativas Yaneshas, desde Constitución, en la selva central peruana, donde reside.
“Si
los gobiernos no saben cómo vivimos las mujeres indígenas y los
problemas que enfrentamos cada día, no podrán hacer políticas públicas
que respondan a nuestras necesidades”: Teresita Antazú.
Antazú, la primera mujer que es cornesha (máxima autoridad) de la Federación de Comunidades Nativas Yaneshas,
sintetiza como de “persistentes deudas sociales” el escenario en
sobrevive la población femenina indígena en los países andinos.
Para Rosa Montalvo, documentalista ecuatoriana con 25 años de trabajo
con mujeres indígenas en la región andina, es justamente su actual
lucha por el territorio y la igualdad el hilo de continuidad con la
gesta de Bartolina Sisa, la aymara ejecutada en 1782 por rebelarse ante
la opresión de los conquistadores españoles.
Es en homenaje a esta heroína indígena que el Segundo Encuentro de
Organizaciones y Movimientos de América Latina, realizado en Bolivia en
1983, instituyó el 5 de setiembre como el Día Internacional de la Mujer Indígena.
“Como Bartolina Sisa, las mujeres indígenas están en la brega por
existir, por vivir en sus localidades y mantenerse como culturas, como
pueblos y tener las oportunidades que merecen preservando la continuidad
de las nuevas generaciones y más ahora que la arremetida a sus
territorios es más fuerte”, dijo Montalvo a IPS desde Quito.
Se refiere por ejemplo al caso de Colombia, donde la Organización Nacional Indígena que agrupa a 102 pueblos denunció
que entre noviembre de 2016 y julio de este año fueron asesinados 65
líderes defensores por acción de grupos armados ilegales. Es justo desde
que en el país se firmó el Acuerdo de Paz entre el gobierno y la
guerrilla, que puso fin a medio siglo de conflicto.
“Las comunidades indígenas han quedado más vulnerables en un grave
escenario de disputas territoriales siendo las mujeres severamente
afectadas porque permanecen en sus territorios para sostener la vida
quedando expuestas a la violencia”, explicó Montalvo, integrante también
de la no gubernamental Coalición Internacional para el Acceso a la Tierra.
Triple discriminación y violencia
Rosa Montalvo, especialista en mujeres indígenas y campesinas andinas,
sostiene que la triple discriminación por etnia, clase y género hacia
las mujeres indígenas es una constante en toda la región.
Le suma a esta trenza el rasgo común de la violencia interna, no solo de
la pareja, sino el desarraigo que provoca la pérdida de referentes
culturales por la presencia de mega obras (carreteras, represas, entre
otras), o actividades extractivas.
“Es muy violento ver que desaparece el apu (montaña sagrada), el
cementerio, todo lo que ha significado para la vida de los pueblos.
Estos cambios en los territorios afectan en términos económicos y de
despojo, y de manera subjetiva, sobre todo a las mujeres”, dice.
Es así, explica, porque son ellas quienes más han defendido su identidad
y presencia. “Se ven como las madres que van a preservar las
generaciones futuras. Esta labor de resistencia las coloca en el centro
de las disputas territoriales y son afectadas por los nuevos intereses
que entran a las comunidades”.
Montalvo indica que sus esposos muchas veces pueden ser tentados por las
empresas que les ofrecen trabajo. Por su rol de proveedores en
contextos de crisis productiva del campo por el cambio climático y
escasez de tierras, ellos aceptan.
“Entonces es la mujer quien hace la resistencia porque sabe que la
tierra permite la continuidad de la vida. Vive la arremetida de la
empresa hacia afuera y del esposo hacia adentro, con la desventaja que
tiene menos articulaciones con el exterior, menos formación,
conocimiento de la legislación y recursos económicos”, explica.
La amenaza a los territorios con los impactos en las vidas de los
pueblos y de las mujeres se da también en países como Ecuador y Bolivia
pese a sus Constituciones progresistas, postuló Montalvo.
“En los dos países, continúa el modelo primario exportador para
obtener recursos y eso significa arremeter en los territorios
indígenas”, dijo la especialista ecuatoriana.
El territorio es la vida para los pueblos y mujeres indígenas, allí
encuentran los medios para sustentarse, se reproduce su cultura y forma
de ver el mundo. Si estos son atacados se pone en riesgo la existencia
misma.
Los Estados andinos han suscrito la Declaración de Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas
y el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo que
garantizan la consulta previa e informada para poder realizar proyectos
de inversión en los territorios de las comunidades indígenas.
Sin embargo, los compromisos se incumplen y las actividades
extractivas impactan sobre los medios de vida de las poblaciones,
culturas y cosmovisiones, indican especialistas y dirigentes indígenas.
“Por eso nosotras hablamos de violencia en plural, como violencias
que se producen en nuestros cuerpos y en nuestros territorios” explicó a
IPS la peruana Tarcila Rivera, integrante del Foro Permanente de las Naciones Unidas para las Cuestiones Indígenas.
Rivera, vicepresidenta del Centro de Culturas Indígenas de Perú Chirapaq,
que formó hace 34 años, refirió que cerca de la mitad de las mujeres
indígenas de América Latina habita en territorios donde los Estados han
multiplicado las concesiones para megaproyectos y actividades
extractivas.
Pero se trata de zonas que, al mismo tiempo, se caracterizan por la pobreza y la postergación de sus poblaciones.
“Luchamos para que en el área rural no se concilie la violación de
una niña a cambio de dinero o bienes y para evitar el despojo de
nuestras tierras, la contaminación de nuestros ríos y huertos”, señaló
en Lima.
Rivera es una activista indígena reconocida mundialmente y que sigue
las enseñanzas dadas por su madre en su natal Ayacucho, la región del
centro de los Andes peruanos golpeada especialmente por el conflicto
armado que azotó el país en los años 80 y 90.
“Mi madre murió analfabeta, pero tenía una gran sabiduría para enfrentar los problemas y crear soluciones”, recordó.
“Si tú quieres tener una pollera (faldón andino) nueva o comer algo
especial, me decía, tienes que tener tu propio dinero, no te falta
capacidad, fortaleza espiritual y puedes salir adelante”, citó como
ejemplo de sus consejos a favor de su autonomía y empoderamiento.
En más de 30 años de activismo nacional e internacional por los
derechos de las mujeres indígenas, destaca como logros importantes el
haberse organizado, hablar con voz propia y articular desde lo local a
lo global.
Impulsora también del Enlace Continental de Mujeres Indígenas de las Américas,
Rivera coloca como desafío prioritario internacionalmente la
erradicación del racismo hacía las mujeres de pueblos originarios, que
considera una de las violencias estructurales en su contra.
“El racismo daña la autoestima, es la discriminación a tu
identificación étnica, te hacen sentir menos porque eres mujer, por no
hablar castellano, por ser pobre, por vivir en el monte”, afirmó.
Como consecuencia, “no tienes herramientas para defenderte ya sea del
hombre que en tu casa te golpea o de un policía que injustamente te
maltrata por reclamar tus derechos, y eso lo tenemos que erradicar en
nuestros países”, afirmó la lideresa indígena.
En la región andina, según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe
(Cepal), es Bolivia el país con mayor porcentaje de población indígena,
con 62 por ciento del total, seguido de Perú (24 por ciento), Chile (11
por ciento), Ecuador (siete por ciento). Colombia (tres por ciento) y
Venezuela (2,7 por ciento).
Desagregar los datos por sexo y establecer diferentes variables en
relación a violencia, salud, empleo, educación, vivienda, es otra de las
deudas de los Estados que coinciden en señalar Atanzú y Rivera.
“Si los gobiernos no saben cómo vivimos las mujeres indígenas y los
problemas que enfrentamos cada día, no podrán hacer políticas públicas
que respondan a nuestras necesidades”, expresó Antazú.
Consultadas sobre su horizonte en 10 años, coinciden que se ven con
presencia más equitativa en los espacios de decisión a nivel local,
regional y nacional; y con niñas y jóvenes indígenas que reciben una
educación de calidad que las haga sentirse capaces de comerse el mundo.
“Y sin esas miradas que nos gritan: ¿y tú, qué haces acá?”, remarcó Rivera.
Edición: Estrella Gutiérrez
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