Por un lado, se encuentran los millones que tienen esperanzas en que
el cambio por el que votaron se haga realidad, que se empiece a sepultar
el Estado corrupto, al tiempo de que se inicie una reversión en el
actual patrón de distribución del ingreso y se combata la pobreza y el
atraso social.
Por el otro, se encuentran aquellos que no creen que algo se pueda
cambiar verdaderamente y, mucho menos, en la medida en lo que se está
anunciando por Morena desde la reciente campaña electoral.
Hay quienes advierten peligros en el terreno de las libertades. Se
preguntan con insistencia si tanto respaldo popular en favor de Andrés
Manuel podría devenir en autoritarismo y persecución política. Suponen,
sin admitirlo, que el poder no debe servir para cambiar, sino para dejar
todo igual, con el solo fin de proteger el incipiente grado de
libertades y democracia. Sin embargo, todo cambio popular, hoy y aquí,
tiene que ser democrático, pues de lo contrario no será.
Hay, por otra parte, escépticos y preocupados de verdad, quienes se
encuentran un poco amargados de tanta simulación a través de tantos años
o, sencillamente, son pesimistas, no creen en mejorías.
Vivimos aún con el trauma de la transición simulada, la que
protagonizó el PAN con Vicente Fox, primero, y con Felipe Calderón,
después. La “re-transición” de Enrique Peña Nieto fue igual de mala.
Cambios sólo formales, con el fin de que no se produjeran modificaciones
de verdad, terminaron en una suerte de defraudación del dictado
popular. Mucha gente supone que ahora será igual, por lo que no quiere
esperanzarse debido a tantos desengaños anteriores.
El éxito de la Cuarta Transformación, como le llama López Obrador, no
depende de que lo quiera quien será presidente a partir del 1 de
diciembre, sino de lo que éste pueda, lo cual, a su vez, estará
determinado por la capacidad de exigencia de la ciudadanía que exige los
cambios.
Un presidente con mayoría parlamentaria no tiene excusa, pero
necesita soporte popular y presión ciudadana. De eso depende todo. En
lugar de dudar, ahora es preciso ayudar al esfuerzo colectivo.
El miedo más grande que provoca cualquier cambio en los tiempos que
vivimos es que la menor modificación puede traer un castigo de los
“mercados”. Pero, ¿qué cosa es eso? Nuestro país, como muchos otros,
depende en medida cada vez mayor del poder del dinero: inversionistas y
especuladores de divisas.
Los llamados mercados financieros son capaces de someter a los
gobiernos y también a las empresas. La “confianza” que vale no es la de
los trabajadores, campesinos, pequeños comerciantes e industriales –la
inmensa mayoría–, sino de los centros de concentración de capital-dinero
y los grandes conglomerados que realizan las inversiones, es decir,
conducen el proceso de conversión de la ganancia en nuevo capital
productivo.
En realidad, el éxito del nuevo gobierno, las esperanzas de millones,
depende en mucho de la capacidad para sortear la acción de tal poder
financiero que se cierne sobre la mayor parte del mundo como instrumento
de sanciones impuestas a quien discrepa del inicuo orden establecido.
Mas no se trata de simple habilidad, sino de una acción política que
permita tomar las decisiones que conduzcan a neutralizar, al menos en
parte, las arremetidas de los llamados mercados contra toda decisión que
pudiera causar “nerviosismo” o “desconfianza”.
Los escépticos, desconfiados y pesimistas deberían poner su energía
al servicio de causas mejores que la pasividad y las malas vibras. Va a
llegar el momento en que las presiones de todo el ámbito de los
privilegios y del acaparamiento del ingreso y la riqueza se conviertan
en realidad y traten de operar en el terreno de la política, en especial
para hacer más difícil cada paso en la dirección de los cambios
económicos y sociales que requiere un país tan arruinado y pobre como
México.
A pesar de que el nuevo gobierno aún no ha asumido y que el Congreso
todavía no ha aprobado decreto alguno, se nos quiere llevar al campo de
la desesperanza, la cual no es otra cosa que la desilusión por
adelantado, el pesimismo que brinda la cobardía. Ya nos están cayendo
gordos esos que niegan la posibilidad de todo cambio verdadero. Son
agoreros de lo peor con el sólo propósito de justificar sus desatinos.
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