Poco sabemos del Senado y sus excesos, excepto cuando su boato y desenfreno han quedado expuestos ante la opinión pública:
Penoso fue ver a la senadora perredista, Luz María Beristain, hacer
gala de su prepotencia contra empleados de una aerolínea y contra
policías municipales. No conforme, muy ofendida, declaró que debería
crearse la fiscalía especializada en agresiones contra políticos. Era
mayo de 2013.
Peor aún fue la ocasión en que el senador panista Jorge Luis Preciado
armó tremenda parranda en una terraza del recinto legislativo, aquel ya
lejano 4 de febrero de 2014. La difusión de imágenes de jolgorio,
terminaría costándole la presidencia del Senado. Aunque no era la
primera vez que el fiestero hacía de las suyas, fue esa la gota que
derramó el vaso.
Indignante, fue ver al priista Emilio Gamboa, tener a su disposición
un helicóptero del Ejecutivo, aterrizando en una zona bajo protección
ambiental, sólo para ir a jugar al golf con el presidente Enrique Peña
Nieto.
Y qué decir de la exhibida a Layda Sansores, la aguerrida legisladora
morenista, que se surtía de lo lindo en El Palacio de Hierro a cargo
del presupuesto.
O de la componenda del PRI que cooptó al panista Ernesto Cordero,
quien termina al frente del Senado, pasando por encima de su bancada, su
partido y lo que se supone representaban.
Esos y otros escándalos son lo de menos cuando, precisamente, se
trata de las componendas, de la forma en que la corrupción llegó al
Senado para que sus integrantes aprobaran paquetes de iniciativas
complejas, diseñadas en un lugar que hasta ahora también desconocemos
pero que tuvieron por fachada el llamado Pacto por México.
Convertida en vil oficialía de partes, recibieron todo hecho y,
cuando alguna propuesta se introdujo para adicionar la iniciativa que
llegaba, el levísimo soplo del espíritu del legislador quedaba anulado
al pasar al pleno y publicarse el respectivo decreto como originalmente
llegó: así ocurrió, por ejemplo, cuando la Reforma Laboral, prohibía la
minería del carbón denominada eufemísticamente artesanal. Así ocurrió
también, en las reformas energética y de telecomunicaciones para
favorecer intereses privados.
Aprobaron la Reforma Laboral que despojó a las generaciones que
entraron a la población económicamente activa a partir de 2013, de un
futuro más o menos aceptable. Son responsables de legitimar la
precarización del trabajo para favorecer a los patrones y anular los
derechos que permitían la defensa del empleo y la dignidad.
Se encargaron de aceptar sin chistar la Reforma Educativa y
presumieron, con Peña Nieto, recuperar la rectoría del Estado sobre el
sector. Nada más falso que estuviera perdida, pero fue argumento
elocuente para efectuar el daño.
Al aprobar sin ver la Reforma Energética, fueron cómplices del
despojo y la consecuente conflictividad social en numerosas regiones del
país; mantuvieron y ampliaron los beneficios de los banqueros, con su
Reforma Financiera y, posibilitaron la concentración en los oligopolios
mediáticos con la de Telecomunicaciones.
La lista de agravios de esa caterva de zánganos incrustados en el
legislativo, es enorme. Se merecen el repudio de la sociedad, el castigo
que les impida volver a ocupar un día un cargo de elección popular. Se
merecen la ignominia.
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