9/03/2018

El cambio que viene



Arturo Balderas Rodríguez


¿Estará lista la sociedad estadunidense para un cambio radical en su política cuando millones se preguntan si la ruta que ha tomado el país en los años recientes es la correcta?


En 1992, en su carrera por la nominación del partido republicano como candidato a la presidencia, Pat Buchanan declaró: Quiero una revolución en la que la clase trabajadora y la clase media recobren el control del Partido Republicano. En contraste con ese discurso seudopopulista, atacó a los ne-gros, los migrantes y los judíos. A pesar de ello, fue apoyado por una masa de votantes que profesaba sus mismas ideas. A final de cuentas, el Partido Republicano apoyó al entonces presidente George W. H. Bush, cuya mesura representaba la tradición conservadora de esa institución política. Es fácil advertir que las coincidencias entre Buchanan y el actual presidente no son pocas. La gran diferencia es que Buchanan no llegó a la Casa Blanca debido a la cohesión y cordura que prevalecía en el seno de su partido. A final de cuentas, Bush perdió la relección por obra de Bill Clinton, quien prometió remontar la recesión económica que causó desazón sobre el futuro del país entre los estadunidenses. Clinton cumplió y la recesión se superó, pero algo inesperado sucedió en el transcurso de los siguientes 25 años.

El país parece estar nuevamente en la vía de lo que en 1990 Paul Krugman denominó La era de la disminución de las expectativas. Hay diversas interpretaciones que tratan de explicar qué sucedió en ese periodo. Una de ellas, en la que coinciden diversos analistas, es que desde hace varias décadas, con excepción del breve periodo que siguió a la recuperación económica propiciada por Obama, las condiciones salariales de la mayoría de la población han continuado deteriorándose. La pérdida de empleos en algunos sectores clave de la economía de estados como Pensilvania, Ohio y Wisconsin fue determinante para un profundo cambio en las preferencias del electorado. Al mismo tiempo, el histrionismo y la vulgaridad en el discurso político fueron la clave para que candidatos con las características de Donald Trump ganaran el voto de amplios sectores de electores.

En las próximas elecciones, al igual que en 1990, la economía podría ser el factor que defina el rumbo del país, a pesar de algunas paradojas. Aun con el crecimiento económico, la popularidad del presidente ha caído en el conjunto de la opinión pública; no obstante, las claras torpezas y los cada vez más evidentes signos de descomposición en el gobierno, que han dañado gravemente la imagen del Partido Republicano, el presidente mantiene un alto grado de popularidad entre sus miembros. Una paradoja más es que pese al incumplimiento de Trump de restituir el empleo en los estados que le dieron el triunfo, la población de esos estados lo sigue respaldando y también a los candidatos que piensan y actúan como él.

Por ello, cabe regresar a la pregunta original: ¿estará lista la sociedad en su conjunto para cambiar el rumbo eligiendo a quienes representan un futuro diferente para la mayoría de la población? Aunque aislados, al menos en el Partido Demócrata los signos son positivos. La inclusión de jóvenes, cuyas ideas van más allá de la tradicional moderación en ese partido, han abierto un horizonte que pudiera dar un nuevo impulso a esa institución política. Como contrapartida, en el bando republicano hay un buen número de candidatos que han ganado las elecciones primarias con un discurso de apoyo al presidente y a su errática política. Su apuesta es profundizar aún más la radicalización de la derecha en el Partido Republicano, alejándolo cada vez más de su tradicional conservadurismo.

Es probable que en las elecciones de noviembre próximo se empiecen a despejar algunas de esas incógnitas. Sin embargo, muy probablemente sea hasta 2020 cuando asomen esas respuestas.

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