Se trata de una crisis de identidad que podría agudizarse como
consecuencia del pragmatismo que se perfiló desde el momento de
constituir la coalición “Juntos Haremos Historia”; fue anticipada
también al conocerse el perfil de quienes asumieron las candidaturas y, a
la postre, en la forma en que, sea por condición propia o por el
arrastre de López Obrador en las preferencias, quedó integrada la
representación legislativa.
Son dos episodios en un período de poco más de 24 horas. El primero
ocurrió el lunes, cuando Porfirio Muñoz Ledo, que preside la mesa
directiva de la Cámara de Diputados, y Martí Batres Guadarrama, que
ostenta la posición equivalente en el Senado, acudieron al mensaje con
motivo del Sexto Informe de Gobierno de Enrique Peña Nieto.
Dicha asistencia fue, en sentido estricto, un acto de cordialidad
política en medio de la hasta ahora tersa transición que, con todo y las
diferencias, ha dejado constancia de las deferencias del mandatario en
funciones respecto al electo.
Forma y fondo. Además de los gestos de cortesía –como recibir a López
Obrador en Palacio Nacional y no en Los Pinos, por ejemplo– Peña Nieto
incluyó a su equipo en procesos relevantes aun antes de la transición,
como la negociación del tratado comercial con Estados Unidos, y dejó en
sus manos decisiones que pudo tomar él, como la aprobación de fiscales
general, anticorrupción y electoral. Nada más natural que los líderes
parlamentarios acudieran al mensaje en ese contexto de cortesías.
Del otro lado, el punto de Gerardo Fernández Noroña fue que el
mensaje no era un Informe en sentido estricto y acudir era legitimar a
uno de los peores gobiernos de la historia reciente. Tenía razón. El
acto del 3 de septiembre equivale a una reedición del antiguo besamanos,
la celebración a modo para la apoteosis de un presidente descalificado,
sin validez jurídica ni robustecimiento republicano.
Fernández Noroña fue congruente al asistir a Palacio y luego, al
reclamar a Muñoz Ledo por su corrección política. La incorrección se dio
en la Cámara, con el desencuentro ramplón que protagonizaron esos dos
experimentados parlamentarios curtidos en la oposición.
En el Senado la crisis implicó a toda la bancada y su coordinador
parlamentario. La votación inaugural puso en evidencia la crisis entre
independencia en la representación popular –que votó primero conforme al
deber ser– y la conveniencia de bancada –que votó conforme a pactos
opacos– a través de la explícita y añeja línea, dictada desde tribuna
por Ricardo Monreal quien instruyó el viraje del voto en contra de la
licencia del chiapaneco Manuel Velasco, a su aprobación.
De sobra conocida es la relación del senador-gobernador Verde, con
López Obrador; el apoyo del filopriista al fundador de Morena en
Chiapas, manifiesto en la alianza de hecho que hubo en el pasado proceso
electoral donde los velasquistas líderes del Poder Judicial local,
Rutilio Escandón, y del Legislativo local, Eduardo Ramírez, son ahora
gobernador electo y senador por Morena, respectivamente, entre otros.
Autorizarle la maniobra, era respaldar a uno de los suyos.
Si algo marca el arranque de la LXIV Legislatura es la definición de
Morena y sus aliados, PT, PES y ahora PVEM: en el papel de Monreal y en
la respuesta de Muñoz Ledo a Fernández Noroña –que en mal logrado
intento de apabullarlo, le recordó que ya ganaron y dejaron de ser
oposición–, ambos reinauguraron el uso y la costumbre histórica de “la
línea”, el voto orgánico y la complacencia ante la determinación cupular
por encima del criterio individual.
Luego, en eso no habrá cambio, hasta que por origen, aspiración e
intereses creados, sus representantes tan distintos entre sí, enfrenten
el choque de agendas, necesidades y quizás, convicciones.
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