“Solo hay una cosa clara en el inicio de la nueva legislatura: se
inaugura el parlamentarismo de la cartulina, la manta, la porra y la
consigna. El grito en la grada que ensordece el argumento de la
tribuna”, escribió el panista y calderonista, Roberto Gil Zuarth.
Esa y otras expresiones parecen olvidar que la bancada de Morena y
sus aliados serán oposición hasta el próximo 30 de noviembre y apuestan a
la desmemoria por los espectáculos legislativos de todos los tiempos,
no de la oposición que debió acudir a esas prácticas desde los ochenta
para hacerse escuchar.
Del registro histórico, el 1 de septiembre de 1969, Gustavo Díaz
Ordaz se paró ante el Congreso para expresar: “asumo íntegramente la
responsabilidad personal, ética, social, jurídica, política e histórica
en relación con los sucesos del año pasado”. Hablaba de la masacre
estudiantil de 1968. Y el congreso, bajo control hegemónico, lo
ovacionó.
Desatada la llamada “guerra sucia” y con la masacre del 10 de junio
de 1971 a cuestas, Luis Echeverría llegó al Congreso el 1 de septiembre
de 1974, para decir de los movimientos sociales y la guerrilla:
“La composición de estos pequeños grupos de cobardes terroristas,
desgraciadamente integrados por hombres y mujeres muy jóvenes surgidos
de hogares generalmente en proceso de disolución; mayoritariamente niños
que fueron de lento aprendizaje; adolescentes con un mayor grado de
inadaptación que la generalidad, con inclinación precoz al uso de
estupefacientes en sus grupos, con una notable propensión a la
promiscuidad sexual y con un alto grado de homosexualidad masculina y
femenina (…) son, estos grupos, fácilmente manipulables por ocultos
intereses políticos nacionales o extranjeros que hallan en ellos
instrumentos irresponsables para estas acciones de provocación en contra
de nuestras instituciones”.
Ovación legislativa, como la de José López Portillo, en su último
informe en 1982. Cuando anunció la expropiación de la banca; cuando dijo
“ya nos saquearon y no nos volverán a saquear”. Cuando con lágrimas y
voz quebrada se dijo dolido por la pobreza que no remedió, pero que no
buscaba “indulgencias históricas”. Y luego: “fui responsable del timón,
pero no de la tormenta”. El más dramático y ovacionado presidente en el
Congreso.
O 1988, luego de interpelar a Miguel de la Madrid, Porfirio Muñoz
Ledo salía del recinto legislativo en medio de gritos de traidor y
judas, proferidos por aquella mayoría priista que se perpetuaba en el
fraude electoral y volvía a ovacionar al presidente.
En los seis informes de Carlos Salinas de Gortari, la mayoría priista
intentaba reducir a la perredista que cada año impidió el lucimiento
presidencial. Manotazos y tandas de aplausos priistas, intentaban
regresar el lustre perdido, inclusive, en el caótico 1994.
Los espectáculos legislativos, naturalmente, no fueron sólo en los
Informes. Entre los episodios penosos hay que recordar la aprobación del
IVA; el desafuero de López Obrador por orden presidencial; la toma de
posesión de Felipe Calderón; la aprobación de las reformas estructurales
que, como en renovada hegemonía con diversidad de siglas, eludió el
debate democrático.
Los episodios de subordinación al Ejecutivo y, sobretodo, de
afirmación autoritaria, se acumulan desde el pasado hegemónico a las
últimas semanas. Habrá tiempo para señalarle lo mismo a Morena pero, por
lo que toca al conteo de su apabullante bancada hasta el 43, hay un
acto de desagravio histórico, un gesto simbólico por el más oscuro,
indignante y jamás esclarecido episodio de terror de Estado en el
sexenio que agoniza.
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