Arte y Tiempo
Raúl Díaz
La tristemente célebre Escuela de las Américas fue el instrumento más letal empleado por Estados Unidos en contra de los pueblos de América Latina, ya que en ella se preparaban de forma militar, pero también ideológicamente los militares que con los conocimientos allí adquiridos se encargarían de masacrar a sus respectivos pueblos. Basten sólo dos ejemplos: René Barrientos, en Bolivia, y el genocida Efraín Ríos Montt, en Guatemala.
Precisamente, durante el gobierno de Barrientos surgió, combatió y fue aniquilada la guerrilla comandada por el legendario Ernesto Che Guevara, capturado vivo y herido, pero en general en buenas condiciones físicas, y asesinado a sangre fría 36 horas después de su captura, el 9 de octubre de 1967.
De esas últimas horas de El guerrillero heroico se ocupa el destacado dramaturgo puertorriqueño José Rivera (autor del guión de la muy conocida película Diarios de Motocicleta), en su obra 36 horas cuenta abajo, que se presenta en el foro La Gruta del Instituto Cultural Helénico, ubicado en avenida Revolución 1500.
En la abandonada escuelita de La Higuera, pueblito perdido en la sierra boliviana, El Che es arrojado a un camastro y allí llega a socorrerle Julia, la única maestra del lugar. Los hechos son reales y rigurosamente históricos, pero no las largas conversaciones sostenidas entre el comandante y la maestra ya que en realidad sólo hablaron una vez y por muy pocos minutos.
Empero, Rivera nos da toda una visión que pudo ser real y que va dejando al descubierto las distintas íntimas formas de pensar de los protagonistas, los mencionados, y el jefe operativo de la contraguerrilla, un cubano anticastrista.
¿Qué motivaba, qué impulsó a El Che a dejar su Cuba revolucionaria abandonando familia y todo lo demás para emprender la aventura boliviana? ¿Hasta dónde son plenamente válidos los argumentos de la maestra apolítica que sólo pretende ayudar lo más que pueda a sus escasos y hambrientos alumnos? ¿Cómo es posible sostener honrada, honesta y sinceramente la postura absolutamente fascista que con toda convicción mantiene el combatiente contrarrevolucionario? Después de sus confrontaciones, ¿seguirán manteniendo inalterable cada uno su forma de pensar? Si algo cambió en alguno o en todos, ¿por qué y hacia qué lado cambió?
Estas y muchas otras interrogantes concomitantes, que necesariamente harán pensar sobre su personal posición a cada uno de los asistentes, se desprenden de esas postreras 36 horas de un hombre que, guste o no, ha dejado de serlo para transformarse en ícono.
Sin mayores posibilidades para la parafernalia teatral, dada la pobreza del lugar donde ocurren las acciones, el desarrollo de la obra se asienta en el trabajo actoral, y claro, en esto juega papel central la dirección de Otto Minera encargado también de la traducción (José Rivera sólo escribe en inglés), quien logra convincentes resultados aunque Carmen Mastache (la maestra Julia) y su hermana, Anilú Pardo, empiezan muy simplonamente, pero, particularmente Mastache, afortunadamente van caminando de menos a más. Algo semejante ocurre con Juan Valero –nada menos que El Che–, quien hasta que la obra avanza va entrando en personaje alcanzando credibilidad y trasmisión emocional. Bien, Josué Aguilar y Alejandro Gama en sus pequeños papeles y, el mejor, con toda verdad escénica, Edgardo González, el mercenario represor convencido que lo que hace, así sean actos criminales, lo hace para el bien de su patria y gente.
36 horas cuenta abajo, de asistencia necesaria, de viernes a domingo en el teatro Helénico.
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