La Jornada
Editorial

A ello deben sumarse 273 mil millones de pesos (37 por ciento de
todos los recursos que el Estado dejó de percibir), perdonados a 201
grandes contribuyentes que se encuentran amparados para que sus
identidades permanezcan ocultas a la sociedad.
La revelación de los nombres de los beneficiarios y de los montos que les fueron
perdonadosgeneró una lógica indignación ciudadana porque, como se sospechó durante todo este tiempo en que las autoridades tributarias se negaron a entregar una información de tan obvio interés público, entre ellos se encuentran multitud de personajes del ámbito político, empresas nacionales o extranjeras de indudable solvencia, así como deportistas afamados e integrantes de la industria del espectáculo.
Como se apresuraron a señalar el ex presidente Calderón y el actual
presidente del Consejo Coordinador Empresarial, Carlos Salazar Lomelín,
al menos en apariencia nada de lo anterior constituye indicio alguno de
conducta ilícita, pues los perdones fiscales respondieron a lo
contemplado por la Ley de Ingresos de la Federación para el Ejercicio
Fiscal de 2007, el artículo 74 del Código Fiscal de la Federación, las
reglas de la Resolución Miscelánea Fiscal y otras disposiciones. Si se
acota que de momento la legalidad resulta aparente, es porque los datos
revelados no permiten juzgar si los contribuyentes beneficiados
efectivamente cumplieron con los (muy laxos) requisitos necesarios para
acceder a las gracias referidas. Lo que se escapa al ex mandatario y al
líder de la cúpula empresarial es que remarcar la legalidad de esta
colosal sangría de recursos públicos puede eximir de culpas a los
beneficiados, pero ante todo exhibe las faltas éticas de los
legisladores y las autoridades que pusieron en marcha semejante
mecanismo de reparto de beneficios a expensas de la nación, que, para
colmo, favoreció a sus familiares, colaboradores y correligionarios. Si
bien la ley poco o nada puede hacer contra los políticos que impulsaron y
validaron tales disposiciones –en todo punto contrarias a su deber de
velar por el interés público– cabe esperar que la ciudadanía cobre
consciencia de lo que este desfalco institucionalizado significó en
términos de inequidad y pérdida de oportunidades de desarrollo y que
cierre el paso a cualquier intento de restaurar ese régimen de
privilegios para unos pocos a costa de las mayorías.
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