imagen tomada del cartel de las Jornadas Internacionales sobre Prostitución celebradas el año pasado en la Universidad de A Coruña.
Cuántas veces hemos escuchado hablar de la libre elección de las
mujeres en situación de prostitución. Cuántas veces hemos asistido al
discurso de la libertad de las mujeres que eligen ser compradas por
hombres. Mujeres desechables, sexualizadas, cosificadas y
deshumanizadas. ¿Qué tiene que ver esto con la libertad sexual? Nada.
¿Qué relación tiene con la estructura patriarcal? Toda. ¿Y con la óptica
neoliberal dentro del sistema capitalista? Vaya, se va armando el
argumentario.
Cuando hablamos de prostitución es necesario incorporar el rigor a
aquello que vamos a exponer. Todas y todos opinamos aunque no tengamos
ni idea de lo que hablamos. Por opinar, incluso podemos hacerlo sobre un
libro que no hemos leído explicándoselo a la autora del mismo; que se
lo digan a la escritora Rebecca Solnit, que vivió cómo un señor le quiso
contar de qué iba su propio libro del que sólo había leído una reseña
en el periódico. Con esto quiero decir que resulta pueril, además de
cínico, atacar a las mujeres que se dedican a escudriñar la estructura
del sistema prostitucional y a hacer un análisis profundo con el
conocido argumento de “ellas eligen”.
La socióloga Kathleen Barry habla de explotación sexual para
referirse a la prostitución y digamos que la define como “hombres
comprando mujeres para usarlas sexualmente”. ¡Qué barbaridad!, dirán
algunas que hablan de las bondades de la prostitución, de ese “trabajo
sexual” que es tan empoderante que solo lo ejercen mujeres, para
satisfacer a los hombres, tan necesitados de este “servicio”.
Aquí nos encontramos con alguna problemática que viene de
concepciones erróneas. En primer lugar, hablar de la prostitución como
una transacción comercial entre mujeres y hombres denota nuevamente no
entender dónde estamos, y estamos ante un negocio ilícito en el que como
escribe la periodista Kajsa Ekis Ekman, “la mayoría absoluta de las
personas que ejercen la prostitución en el mundo son mujeres y niñas y
la mayoría absoluta de los compradores son hombres”. No obstante, a
veces vemos escrito “los y las trabajadoras sexuales”; venga, vamos a
darnos una vuelta por los pisos, por las calles, por los burdeles, por
los macroburdeles, por los polígonos, por las “casas de citas”, para
observar quiénes son penetradas por la boca, por la vagina y por el ano,
siendo sometidas a las prácticas vejatorias de aquellos que pagan y que
desde la pornografía, la construcción de la sexualidad y de su
masculinidad han creído que tienen el derecho de acceder al cuerpo de
las mujeres, integrando la violencia sexual en sus formas de vida en lo
que Kathleen Barry llama sadismo cultural: “Conjunto de prácticas
sociales que favorecen y propugnan la violencia sexual, incorporándola a
la noción de lo que se define como comportamiento normal”.
Pongamos atención en este momento al fenómeno de expulsión del que
nos habla la socióloga e investigadora Rosa Cobo, cuyas palabras
extraídas de su libro La prostitución en el corazón del capitalismo cito
a continuación: “Las mujeres son expulsadas de sus hogares, de sus
entornos sociales y también de sus propias expectativas de vida. Sin
embargo la expulsión tiene destino: clubs, pisos, macroburdeles, calles,
barrios, polígonos a las afueras de las ciudades o zonas acotadas están
preparadas para la comercialización de sus cuerpos. La violencia de la
expulsión se completa con otra violencia, aquella que vulnera el derecho
de las mujeres a la soberanía de sus cuerpos”. La violencia que vulnera
el derecho de las mujeres a la soberanía de sus cuerpos, dice Rosa
Cobo. Sí, la prostitución también tiene que ver con la libertad sexual;
la libertad sexual coartada de las mujeres revestida de una supuesta
libertad sexual que es la libertad de ellos de tener a las mujeres
disponibles.
El placer y la sexualidad están al servicio de los hombres. La
sexualidad de las mujeres no existe. Pero son nuestros cuerpos y hacemos
lo que queramos con ellos; El lema es: “mi cuerpo es mío”. No obstante,
como apunta la filósofa Amelia Valcárcel, “mi cuerpo es mío es un
eslogan, afortunado por cierto, pero no es un fundamento de derecho”.
Aquí se inserta otra problemática, la apropiación del lenguaje. De
nuevo Kathleen Barry en una entrevista para la revista Atlánticas[1], en su monográfico La prostitución: Entre viejos privilegios masculinos y nuevos imaginarios neoliberales,
advierte de cómo nos han quitado el lenguaje y anota como ejemplo el
término “prosex”, usado por aquellos que reducen el sexo a esa
transacción de la que hablamos antes y que no es más que una compra de
los hombres donde el objeto de esa compra somos las mujeres. Siguiendo
con Barry, la socióloga señala que queremos “reivindicar que el sexo es
un aspecto fundamental de nuestra humanidad y que atraviesa la
autodeterminación de las mujeres, es decir, reivindicar y apropiarnos de
nuestra sexualidad: desde decidir si tener sexo o no; hacerlo como
queramos; o probar cuál es la experiencia sexual más satisfactoria para
cada una de nosotras”.
Como veis, no se trata de ser puritanas ni mojigatas; este “argumento” también cae, tan rápido como se expone. En el libro El ser y la mercancía de
Kajsa Ekis Ekman queda bastante claro: “Cuando el dinero compra el
consentimiento, se evidencia una desigualdad de deseo estructural, por
eso la prostitución es el enemigo de la liberación sexual”.
En este apartado de la apropiación del lenguaje podemos seguir
analizando estos lemas y términos que nos roban en el feminismo. Habéis
leído bien, nos roban, ya que surgen en un momento determinado, junto a
una reivindicación determinada o bajo un objetivo estratégico
determinado y fuera de ahí implica que han sido descontextualizados y
adaptados al discurso de ese lobby proxeneta que construye un nuevo
relato para destacar que el sujeto “que elige” en toda esta telaraña de
intereses somos las mujeres. Desechables, pero como capacidad de elegir.
Siguiendo con la consigna “mi cuerpo es mío” voy a traer otro ejemplo
estrechamente vinculado, “nosotras parimos, nosotras decidimos”. Este
lema apareció en tamaño mural en algunas fachadas de Madrid y Barcelona
empapelando edificios y también mediante pantallas luminosas (con un
fondo entre rosa y morado) como iniciativa de la Asociación Son Nuestros
Hijos. Un eslogan que marca un momento importante en la lucha feminista
cuya reivindicación sigue vigente en algunos países donde nuestras
compañeras pelean por el derecho a decidir y por tanto por la
despenalización del aborto (el Congreso de Oaxaca lo acaba de
conseguir), manipulado en una campaña que beneficia a la mafia
reproductiva, intentando normalizar esta prostitución uterina (tal como
se refiere a la maternidad subrogada Ekis Ekman) comparándola con el
aborto. Como exponía la filósofa Alicia Miyares en una de sus ponencias,
“defendemos el aborto porque estamos en contra de una maternidad
impuesta y estamos en contra de los vientres de alquiler porque nos
oponemos a una maternidad por contrato”. De nuevo la libertad de la que
hacen gala los promotores de esta práctica no existe. Y como en la
prostitución, se trata de controlar y explotar el cuerpo de las mujeres
para satisfacer deseos. Esto lo ilustra muy bien Adriana Guzmán,
integrante del movimiento Feminismo Comunitario Antipatriarcal de
Bolivia, cuando define el patriarcado: “El patriarcado es el sistema de
todas las opresiones, todas las discriminaciones y todas las violencias
que vive la humanidad y la naturaleza, construido históricamente sobre
el cuerpo de las mujeres […] La humanidad aprende a explotar en el
cuerpo de las mujeres”.
Sigamos con los conceptos. El más atractivo en cierto discurso es el
de empoderamiento. ¿Qué es el empoderamiento? Según Naciones Unidas y la
Plataforma de Acción de Beijing, el empoderamiento es el requisito sine
qua non para alcanzar la igualdad de género y por ello forma parte del
Objetivo 5: Lograr la igualdad de género y empoderar a todas las mujeres
y las niñas. ¿Qué significa exactamente? El empoderamiento está
relacionado con el poder y con la participación de las mujeres en la
toma de decisiones; el término fue adoptado en la Conferencia Mundial de
las Mujeres de Beijing y es definido como “la toma de conciencia del
poder que individual y colectivamente ostentan las mujeres y que tiene
que ver con la recuperación de la propia dignidad de las mujeres como
personas”.
Cuando hablamos de empoderamiento partimos en primer lugar de una
desigualdad estructural que nos ha mantenido a las mujeres excluidas de
muchos ámbitos de la vida, privadas del acceso a los recursos y
alejadas de los organismos de decisión. El empoderamiento como
estrategia nace para revertir esta situación a través del desarrollo de
capacidades, la adquisición de herramientas y una necesaria mirada
crítica a este proceso histórico, dentro del patriarcado como sistema
histórico tal como aduce Gerda Lerner en su libro La Creación del Patriarcado, que nos ha situado debajo y que además ha invisibilizado nuestras aportaciones.
Volviendo al tema, la prostitución no empodera; lo que empodera es
ser dueñas de nuestra existencia, tener las mismas oportunidades que los
varones y sobre todo, ser consideradas personas y no objetos porque los
hombres que creen tener el derecho a acceder a nuestros cuerpos nos han
deshumanizado.
El manipulado discurso sobre el empoderamiento tiene que ver con el
relato que hace el lobby proxeneta de la prostitución, ¿quién, si no,
iba a tergiversar el concepto? Lo cuenta Kajsa Ekis Ekman, antes la
prostituta era considerada un desecho -mujeres desechables- personas
inferiores que estaban ahí para cumplir con esas “necesidades” de los
hombres. Ahora nace la trabajadora sexual, mujer libre, independiente y
empoderada que elige que varios tíos la penetren cada día por donde a
ellos les plazca. Parece que se trata de libre elección. La libre
elección de los hombres que manejan este negocio ilícito y de esos
hombres que ven intacta su tóxica masculinidad.
Para terminar y en vista de que hace poco -y cada 23 de septiembre-
se celebró el Día Internacional contra la Explotación Sexual y la Trata
de Personas, conviene dejar claro que prostitución y trata son dos
realidades indisociables, que no se pueden separar ya que como dice la
socióloga Silvia Chejter, “la trata no es otra cosa que una de las
formas más frecuentes o generalizadas de reclutamiento de mujeres para
ser prostituidas”.
Quizá sirva para dormir por las noches pensar que hay una
prostitución voluntaria y buena y otra terrible donde intervienen las
mafias que es con la que debemos acabar. Pero no, malas noticias
para ese placentero sueño. Nos encontramos ante un sistema
prostitucional que se traduce de esta manera: Hombres que compran a
mujeres y otros que se benefician de ello, ante la complicidad de los
Estados. Y esta realidad dantesca choca con los derechos humanos y con
el feminismo. No se puede legitimar una práctica que nos convierte, a
las mujeres, en mercancía.
Podéis seguir mirando hacia otro lado o dar un paso al frente para
luchar contra la explotación sexual de mujeres y niñas poniendo el foco
en los hombres que compran mujeres y en los que se benefician de este
negocio ilícito que se sitúa en beneficios, dados por la economía
criminal y como argumenta Rosa Cobo, junto al narcotráfico y a la
industria armamentística.
Nosotras, las feministas abolicionistas, seguiremos tomando de
referencia el movimiento por la abolición de la esclavitud para acabar
con esta esclavitud del siglo XXI. Creemos que es posible un mundo sin
prostituidores y lejos de ver el abolicionismo como una utopía
inalcanzable trabajaremos para que la paz sea un hecho y una realidad
para las mujeres. Sabemos que el camino es arduo ya que estamos
enfrentando al poder, al sistema prostitucional y en esta tarea, a la
vez, desarticulamos todos los discursos que desde ahí se lanzan aunque
se cuelen en el feminismo, un movimiento social y político que ha nacido
para que todas alcancemos nuestra liberación.
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