La Jornada:
Gandhi, 150 años: una mirada desde México
Juan Carlos Ruiz Guadalajara *
El 2 de octubre de 1869, hace 150 años, nació en Porbandar, (Gujarat, India), Mohandas Karamchand Gandhi. Más allá de las celebraciones que se han preparado por todo el orbe para recordar al Mahatma, la ocasión es más que propicia para volver a reflexionar sobre algunos fundamentos de su legado universal por encima de lo que fue su actividad político-nacionalista dirigida a la liberación del Indostán, lo que le ha ganado el título de padre de la independencia de la India. Como todo personaje de dimensiones verdaderamente históricas, Gandhi ha sido objeto de interpretaciones reduccionistas, pero sobre todo de distorsiones generadas principalmente en el mundo occidental, las cuales responden a la dificultad de entender la compleja matriz cultural que definió las ideas que orientaron las acciones del Mahatma. A ello se agrega la falta de una perspectiva histórica adecuada para comprender las transformaciones y rupturas que desde niño experimentó Gandhi en la búsqueda de la verdad y en la práctica de la ahimsao ausencia de violencia, principios de vida que le llevaron a un permanente entrenamiento espiritual para lograr el dominio de sus pasiones. Fue éste un proceso largo de aprendizaje, siempre inacabado de acuerdo con el propio Gandhi, pero libre de autoengaño y verificable en la acción concreta.
El poder de la ahimsa le fue transmitido al pequeño Mohandas por su madre Putlibai Gandhi, quien era devota del dios Vishnu y seguidora de las antiguas enseñanzas jainistas que establecen como filosofía de la existencia el respeto hacia todas las formas de vida. De ahí también proviene la infinita devoción de Gandhi hacia la verdad y su temprano rechazo a la mentira por ser ésta una de las formas predilectas que asume la violencia. En su primera juventud Gandhi se había afirmado también como un vaishnava o seguidor del dios Vishnu, práctica que fortaleció con los años y que se convertiría en la base de su transformación en Mahatma. Los rasgos de un vaishnava, descritos en el siglo XV por el poeta gujarati Narsi Metha, lo definían como un servidor del hombre, alguien que se identificaba con las penas de los otros, que controlaba sus palabras, pasiones y pensamientos, cuya mente estaba liberada de cosas mundanas y que vivía libre de engaños. Gandhi convirtió estas palabras en un himno de vida, en un canto que le acompañó a través de todas sus transformaciones.
En Sudáfrica, donde encontramos buena parte de las claves para entender su accionar político, Gandhi conoció la humillación y el racismo hacia los migrantes indios por parte del imperio británico, uno de los imperios globales más despiadados que ha producido nuestro planeta y que, al igual que otras naciones colonialistas europeas, se volcó a expoliar a punta de violencia y comercio África y Asia. En Sudáfrica, Gandhi desarrolló como método de lucha el satyagraha, la insistencia en la fuerza de la verdad, además de haberse sumergido en el estudio de otras tradiciones religiosas, especialmente el cristianismo. Fue en el Sermón de la Montaña donde encontró las confluencias con la ahimsa y donde pudo confirmar lo lejos que los cristianos estaban de llevar a la práctica sus creencias.
Al regresar a India en 1915, Gandhi comenzaría a experimentar las rupturas más profundas. Se convirtió así en un actor político excepcional que hizo de su vida su mensaje y de la verdad su culto. Cayó en la cuenta de que la liberación de su pueblo sería un proceso largo que dependería de la reconstrucción de las capacidades de autonomía y unidad comunitaria de los indios, mismas que habían sido destruidas por la dominación inglesa y su modernidad industrial que comenzaba a arrasar el ambiente. La unidad en la diversidad se convirtió así en el objetivo de Gandhi para un subcontinente indio marcado por las divisiones entre hindúes y musulmanes. El desenlace es por todos conocido: Gandhi fue aniquilado por la violencia del fanatismo que alimentaba esas divisiones. Lo cierto es que su obra fue grandiosa para India y una aportación enorme para una humanidad que se mueve hacia la autodestrucción.
En el caso de México, ¿existe una vía efectiva para revertir la violencia que nos arrastra con fuerza al drenaje de la historia? Me parece que no. México es actualmente ejemplo paradigmático de la sociedad del exterminio de la vida, y no se vislumbra, al menos por ahora, un liderazgo o una organización comunitaria capaz de revertir la violencia provocada por la ambición de los poderes fácticos o por la corrupción más destructiva que se vive en la intimidad de muchos sectores sociales. No existe calificativo que pueda describir la violencia y el desprecio hacia la vida que se vive en nuestro país. Las ejecuciones que se suceden por todos lados, o las frivolidades del poder, o las noticias cotidianas sobre la dispersión de pedacería humana circulan por Internet para configurar la nueva pedagogía del odio y la barbarie. En este escenario atroz, recordar el mensaje de Gandhi a 150 años de su natalicio representa un ejercicio básico de sobrevivencia.
* Historiador, autor de Migración y creencias.
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