Ecofeminismo & Crecimiento económico
Revista
La autora reflexiona sobre el ecofeminismo en un mundo que separa humanidad y naturaleza. Y sobre
la necesidad de comprender y actuar frente a las crisis complejas que afrontamos y el repunte de los
fascismos. |
La economía, la tecnología y, en realidad, cualquier producción humana, son subsistemas del medio
natural en el que se insertan. Sin embargo, los metabolismos sociales y económicos se han configurado
como si fuese al revés. Una vez superada la biocapacidad del planeta, el tamaño de la esfera material de la
economía está condenado a disminuir.
En consecuencia, el crecimiento económico se estanca y retrocede
inevitablemente.
Los poderes económicos y políticos siguen confiando en superar la crisis económica por la vía del
crecimiento. Algunas opciones políticas aspiran a poder superar la crisis económica y ecológica a partir
de un crecimiento verde sin que en la mayor parte de los casos se hable de reducción de la huella
ecológica y de la redistribución de la riqueza. En los próximos años nuestro trabajo no estará tan centrado
en combatir el negacionismo, sino el capitalismo verde y las falsas soluciones.
La mirada de los ecofeminismos permite reflexionar desde otro ángulo. Permite comprender mejor las
crisis complejas e interconectadas que afrontamos; permite entender por qué la economía real está
estancada y no genera puestos de trabajo; permite comprender quién se está ocupando de sostener las
vidas en la situación de empobrecimiento creciente que estamos viviendo; permite entender que los
movimientos migratorios emergentes presentan diferencias con los del pasado.
Los ecofeminismos explican que la producción capitalista tiene una precondición: la producción de vida
que se realiza en espacios invisibles y que sigue una lógica opuesta a la del capital. Fuera de los focos,
invisibilizadas y subordinadas, están las aportaciones cíclicas que regeneran cotidiana y
generacionalmente tanto la existencia humana como la del resto del mundo vivo.
En esos espacios
ocultos, mujeres, territorios, sujetos colonizados animales y plantas, posibilitan la satisfacción de las
necesidades humanas y, a la vez, estas aportaciones hacen posible que la producción capitalista exista.
Cuanto más crece esa producción, más se explotan y exprimen las bases materiales que la hacen posible.
La sacralización del dinero como motor de la vida –sustituyendo al sol, la biodiversidad, la tierra fértil, el
agua o las relaciones de interdependencia– hace que una buena parte de las personas crean que más que
necesitar agua, alimentos, cuidados o vivienda, lo que necesitan es dinero.
El dinero es el salvoconducto
que permite obtener todo lo que se necesita para sostener la vida y, bajo esta creencia, se instaura una
lógica sacrificial que defiende, como un dogma sagrado, que todo –territorio, vínculos y relaciones,
libertad o dignidad– merece la pena ser sacrificado, con tal de que crezca la economía.
Pérdida de hábitat
Siguiendo esta lógica, estamos asistiendo a la destrucción de lo que nos mantiene vivos. Una acelerada
pérdida de hábitat causada por la expropiación de la tierra, el envenenamiento de suelos, del aire y del
agua a causa de los extractivismos, la agricultura y la ganadería intensiva, y la violencia extrema causada
por guerras formales e informales.
Estos procesos se dan en el medio rural, en los territorios de pueblos
campesinos e indígenas, pero también en las ciudades, en las que las luchas por la vivienda y contra la
mercantilización de los barrios son parecidas a las luchas en defensa del territorio.
Sumado a lo anterior, el cambio climático disminuye aún más el espacio habitable. Todo ello provoca
expulsiones de sujetos y comunidades de los lugares en los que habitan. Cuanto más inhabitables se
tornan los territorios, más personas –también otras especies– se ven obligadas a salir de ellos.
Estos procesos no son nuevos en la historia del capitalismo. Sin embargo, la escala ha aumentado de
forma exponencial. A partir de los 80 el capitalismo mundializado ha perfeccionado los mecanismos de
apropiación de tierra, agua, energía, animales, minerales, urbanización masiva, privatizaciones y
explotación, de trabajo humano.
Los instrumentos financieros, la deuda, las compañías aseguradoras, y
toda una pléyade de leyes, tratados internacionales y acuerdos allanan el camino para que complejos
entramados económicos transnacionales, apoyados en gobiernos a diferentes escalas, despojen a los
pueblos, destruyan los territorios, desmantelen la red de protección pública y comunitaria que pudiese
existir y criminalicen y repriman las resistencias que surjan.
En este contexto se produce un repunte significativo de opciones políticas de corte xenófobo, populistas,
misóginas, antiecológicas y ultraderechistas.
Cuando los discursos xenófobos dicen “aquí no cabemos
todos”, aluden a la imposibilidad de que los estándares de consumo y estilos de vida materiales, políticos
y simbólicos que se habían alcanzado solo para algunas partes minoritarias de la población sean viables
para todos “los nacionales”, si llegan muchas personas de fuera.
Como si existieran varios planetas
La realidad incómoda es que no es posible que quepamos todos si los estándares materiales deseados
suponen vivir como si existiesen varios planetas en lugar de uno parcialmente agotado. El bienestar
material desigual de los países enriquecidos no se sostiene sobre la base material de su territorio, sino que
se satisface acaparando otros territorios y expulsando irreversiblemente a quienes viven en ellos.
Sin transformar radicalmente el metabolismo económico, no son sólo las personas forzosamente
desplazadas las que no caben, sino que, según se profundiza la crisis material y el cambio climático, y a
pesar de que en su carnet de identidad diga que “son de los nuestros”, paulatinamente muchas personas
quedarán también fuera.
Cuando hablamos de exclusión, personas desempleadas de larga duración,
jóvenes que no acceden al mercado de trabajo, desahucios o mujeres que sostienen la vida en un sistema
que la ataca, estamos hablando de cómo la dinámica de expulsión del capital se expresa también en el
supuesto mundo rico.
El decrecimiento material de la economía es simplemente un dato.
Los neofascismos criminalizan,
estigmatizan, deshumanizan, abandonan y matan a personas “sobrantes” con un discurso y escenografía
que busca legitimar socialmente el exterminio.
La Unión Europea criminaliza, estigmatiza, deshumaniza,
abandona y mata a personas 'sobrantes' dentro del discurso políticamente correcto de los derechos, a partir
de la ingeniería social 'racional' limpia y tecnócrata del capitalista mundializado que considera que las
vidas y los territorios importan solo en función del “valor añadido” que produzcan.
Poner las vidas en el centro
Desde el ecologismo social ponemos encima de la mesa la necesaria relocalización de la economía, el
ajuste a los límites físicos de los territorios y la producción y acceso, sobre todo de alimentos, energía y
agua con base fundamentalmente local. Hablamos también de poner las vidas en el centro, de las
asalariadas y las que trabajan sin salario.
Paradójicamente, esta relocalización de la economía, aprender a
vivir con los recursos cercanos es fundamental para frenar la expulsión de personas de sus territorios y
garantizar su derecho a permanecer en ellos, teniendo en cuenta que una parte de los desplazamientos
forzosos ya será inevitable y que tenemos la obligación de organizarnos para acoger a aquellos con los
que hemos contraído una deuda ecológica y no tienen dónde volver.
Adoptar principios de suficiencia,
equitativos y justos, es condición necesaria para la solidaridad dentro y fuera de nuestras fronteras.
¿Cómo hacer para garantizar las condiciones de vida para todas las personas? ¿Qué producciones y
sectores son los socialmente necesarios? ¿Cómo afrontar la reducción del tamaño material de la economía
de la forma menos dolorosa? ¿Qué modelo de producción y consumo es viable para no expulsar
masivamente seres vivos? ¿Cómo abordar las transformaciones que el cambio climático va a causar en
nuestros territorios? ¿Cómo mantener vínculos de solidaridad y apoyo mutuo que frenen las guerras entre
pobres, vacunen de la xenofobia y del repliegue patriarcal? ¿Cuál es la escala adecuada de actuación?
¿Qué papel juega la autoorganización, el municipalismo, el Estado-nación y las alianzas internacionales?
¿Qué diálogo puede establecerse entre el trabajo socialmente garantizado y la renta básica?
En este marco nos parece a muchas mujeres de Ecologistas en Acción que los ecofeminismos
proporcionan elementos para la reflexión y la praxis absolutamente fundamentales. Contribuyen a
desmantelar ese abismo que separa ficticiamente humanidad y naturaleza; establecen la importancia
material de los vínculos y las relaciones; se centran en la imanencia y vulnerabilidad de los cuerpos y la
vida humana; y dan al vuelta a las prioridades, situando la reproducción natural y social como elementos,
indisociables entre sí, y cruciales para metabolismo social.
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