CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Uno de los aspectos
lamentables del discurso presidencial en lo que va del gobierno es que
suele identificar a todo lo que se le opone o es contrario a sus
decisiones, en un mismo bloque: sus “adversarios, los conservadores”.
En esa designación genérica cabe el reclamo de comunidades indígenas y
campesinas por el acto de prepotencia que significa una mega obra
energética como el Proyecto Integral Morelos. La oposición de siete años
a la que el propio López Obrador saludó desde 2014, fue sometida a un
proceso represivo que mandó a la cárcel a líderes sociales en Puebla y
Morelos, padeció golpizas y hostigamientos constantes, para resultar
descalificados con el presidente del “cambio de régimen” que los llamó
“radicales conservadores”. Días después de eso, ocurrió el asesinato de
Samir Flores, el dirigente de Amilcingo, radialista comunitario, gente
de paz que se resistía a una consulta ilegal impuesta por el mandatario
que se obstinó en su realización.
Ese asesinato, que tiene todos los signos de ejecución extrajudicial
por acción, omisión o aquiescencia, ha significado uno de los peores
episodios al que el presidente suele sacarle la vuelta.
Justo es decir que hay una disminución en los indicadores de agresión
a dirigentes sociales desde que inició el nuevo gobierno -según el
informe emitido a finales de agosto por el Comité Cerezo México que, por
lo pronto, lo coloca al mismo nivel de víctimas que había en los
últimos años de Felipe Calderón. Pero esas declaraciones presidenciales y
la impunidad que les siguió, lo hacen responsable de haber puesto las
condiciones para que el crimen ocurriera.
Entre quienes levantaron la voz -y lo siguen haciendo- por Samir,
destaca el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) que, por su
parte, en un intrincado juego retórico, ha sido puesto también en el
costal de los conservadores, pues a juicio del presidente lo son, de
izquierda sí, pero es “cuando los extremos se tocan”.
La declaración tiene como aspecto relevante la oposición del EZLN a
la implementación de otros megaproyectos como el Tren Maya y el Tren
Transístmico, así como al despliegue militar que con las siglas de la
Guardia Nacional incrementó presencia en el sureste.
Conservadores son también los grupos cercanos a la cúpula empresarial
que se oponen al proyecto aeroportuario de la Ciudad de México, que
pretende habilitar la base área militar de Santa Lucía, integrada en el
colectivo “No más derroches” y en el que destaca la participación de
Mexicanos Contra la Corrupción e Impunidad, asociación civil que preside
Claudio X González, hijo del magnate homónimo que se ha opuesto desde
los tempranos dosmiles a su oferta política.
Como ocurre con los otros megaproyectos que tienen oposición del
movimiento social por los daños ambientales que suponen y su legítima
defensa del territorio –por cierto, apoyados por un amplio sector de
especialistas y personalidades próximas a las izquierdas a las que
descalificó como “los abajo firmantes” y declaró el fin de los tiempos
de los especialistas para dar paso a la sabiduría del pueblo que él
mismo encarna– no parece ser relevante para el presidente López Obrador
si los argumentos legales de “No más derroches” apuntan a errores de su
gobierno porque, simple y llanamente, los considera adversarios y
conservadores.
Las motivaciones son variadas en cada caso y la única coincidencia es
oponerse a la voluntad presidencial. Es más sencillo ubicarlos en un
mismo “adversario” y si consiguen amparos no es por fallas en su acción
de gobierno, sino porque los jueces son corruptos… porque todos los
conservadores son corruptos.
Los mismo con los medios de comunicación que resultan críticos a su
desempeño público. Son conservadores, así, sin más. Porque todo el buen
periodismo debe estar a favor de las transformaciones y él se asume la
encarnación de una, la cuarta.
Y, aunque no tienen adscripción, los encapuchados que disturbian
marchas, así en general, son también conservadores. Hasta ahora no hay
atisbo de identificación ni análisis oficial claro. Anarquistas
conservadores que evidentemente no corresponden a las corrientes
internacionales que suelen ser más precisas en sus objetivos, ni a los
colectivos de anarquismo tradicional mexicano y, por diferentes indicios
se perciben más próximos al PRD capitalino con intereses oscuros. No
importa, son conservadores radicales de izquierda según se dice desde la
tribuna presidencial.
El conjunto es preocupante entre otras razones porque el discurso del
poder tiene un rasero para todos: los que están con él y los que se le
oponen. Así, sin matices, sin comprensión de las demandas ni apuesta por
la política para resolverlas, propio de un autoritarismo blando, hasta
ahora discursivo, incapaz de admitir que hay quienes pueden pensar
diferente entre sí y del presidente, negado, cerrado a la idea del
pluralismo inherente a una democracia.
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