Estrategias del neomachismo
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Sobre algunas de las estrategias que usa el machismo en la actualidad para mantener la desigualdad de género.
Negar
la mayor significa decir que la base de un razonamiento, la premisa
mayor, está mal, y por tanto la conclusión a la que se llega no puede
ser correcta. Y esta es precisamente la estrategia permanente y
machacona del machismo en su intento desesperado de deslegitimar las
luchas feministas por la igualdad.
Utiliza
para ello un sinfín de técnicas, tácticas, procedimientos, actuaciones,
estratagemas, y argucias silenciosas, para convencernos de su verdad,
que dicho con otras palabras, no es otra que la negación de la
desigualdad, haciéndonos creer que la igualdad entre mujeres y hombres
ya existe.
Son los mismos mecanismos con los que el capitalismo nos instala en la
cultura de lo “inevitable, la igualdad, el mérito y la capacidad,” para
lograr un futuro digno y provechoso.
Su
gran mentira, sumirnos en el conformismo del convencimiento de que con
el esfuerzo y el trabajo todo es posible, en una sociedad donde “todos y
todas tenemos los mimos derechos”, esos que se recogen en el papel
“mojado” que muchas veces es nuestra constitución, la que solo tiene
padres, como el derecho a la vivienda digna, la seguridad jurídica, la
igualdad ante la ley, unas pensiones adecuadas y suficientes, el derecho
a la educación y a la salud y así muchos otros que podría enumerar,
pasando por el importante artículo catorce, que garantiza la igualdad y
la no discriminación mirando casi siempre al mismo lado.
Estrategias de un sistema que hemos normalizado de tal manera, hasta
llegar a creer que sus reglas, comportamientos, estructuras, símbolos y
pensamientos son universales. Siendo esta idea la que hace que no veamos
la realidad, quedándonos en la anécdota, que aun siendo relevante, no
deja de ser una anécdota en la compleja arquitectura de la desigualdad
entre mujer y hombre.
En
nuestro país hemos avanzado mucho en materia de igualdad, y hoy en día
las leyes casi en su generalidad recogen iguales derechos para la mujer y
el hombre, y hasta ahí poco que objetar. Sin embargo esta igualdad
jurídica entre hombres y mujeres no tiene su correlato en la realidad.
Hoy la mujer y el hombre pueden ser iguales en derechos en la ley, pero
no ante la ley, ni en la sociedad.
No
es verdad que en España las mujeres gocen de los mismos derechos que
los hombres, pues entre otras muchas cuestiones, en el acceso al mercado
laboral no hay igualdad, y según cuál sea el tipo de trabajo las
dificultades e impedimentos se incrementan, como en las actividades
donde es exigido un cierto nivel de fuerza física, o en las relacionadas
con la mecánica, la ciencia, o los oficios manuales, donde la mujer
tiene una mínima representación.
A ello se une la pesada mochila que asignamos a la mujer, de su supuesta
menor productividad en el trabajo, por la reproducción y el cuidado de
hijos e hijas, lo que les cierra muchas de las puertas que para nosotros
están abiertas. Por eso es tan importante el reconocimiento y la
efectividad de los permisos por maternidad y paternidad iguales e
intransferibles.
De otro lado, el tener que asumir casi al cien por cien la
responsabilidad de las tareas del hogar y los cuidados, les limita un
desarrollo profesional, una mayor remuneración, y la ocupación de
puestos de responsabilidad en las empresas, instituciones y entidades.
Las mujeres hacen uso de la casi totalidad de los descansos por
maternidad, de las medidas de conciliación de la vida familiar y
laboral, y de las excedencias por cuidados, en comparación con su poco
disfrute por parte de los hombres.
Esto
las coloca en un plano de desigualdad respecto a nosotros, que
disponemos de todo ese tiempo para nuestra promoción laboral y social.
Los trabajos que tradicionalmente la sociedad asigna a las mujeres, son
trabajos de un bajo nivel de cualificación, y valoración, lo que implica
que sean ellas las que mayoritariamente ocupen actividades laborales
con escasas posibilidades de carrera profesional. Estas desigualdades
tienen su fundamento en una histórica división sexual del trabajo, en la
que el hombre obtiene las tareas mejor valoradas y más prestigiosas, y
la mujer las de poco valor y reconocimiento.
El rol y la posición que la sociedad establece como propio del hombre,
activo, fuerte, dominante, y proveedor, y el de la mujer, pasivo,
sumisa, procreadora, cuidadora, contribuye también a las distintas
expectativas y posibilidades de unos y otras. En la educación, en los
colegios, los institutos, en la familia, en la publicidad, no son los
mismos criterios los utilizados, ni los mensajes que se dan a niños,
niñas, jóvenes, como tampoco son iguales las referencias, ni lo que de
cada sexo se espera.
A
las niñas las educamos en la idea de la inferioridad, la sumisión, la
coquetería, marcándoles cuál es el camino natural que han de seguir, no
fomentando aquellas actividades, comportamientos, tareas, profesiones,
posturas, que entendemos no les corresponden ni les son propias.
El
sexo, la identidad, el género y el deseo son también aspectos de las
personas de una gran transcendencia en la construcción de la
desigualdad. Así mientras el del hombre es el fuerte, en una posición
hegemónica de privilegio y poder, el de la mujer es el débil, lo
contrario, lo no universal, el que solo existe en función del otro. Esto
se manifiesta en las relaciones, los comportamientos, las actitudes, y
en los abusos de poder que dan lugar a las violencias, la pornografía,
la prostitución, la cosificación y la explotación del cuerpo de la
mujer.
La existencia de una sociedad impregnada por una cultura masculina,
saturada de referentes de ese género, donde todo se mide, proyecta, y
valora según lo que el hombre entiende, hacen que la mujer sea vista en
estos espacios públicos, como una intrusa, una advenediza que abandona
su espacio natural, aquel que da sentido a su vida, la casa, lo privado,
para ocupar el lugar de los hombres, debiendo para ello sortear una
carrera de innumerables pruebas y obstáculos, puestos ex profeso.
Estas
y otras muchas desigualdades no formales, pero si reales, son las que
condicionan la vida de las mujeres, y nos prohíben hablar de igualdad,
por mucho que al sistema le interese, las leyes digan lo contrario, y
algunos hombres hipócritamente se escandalicen, pongan el grito en el
cielo, y nieguen la mayor.
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