Pedro Miguel
La discusión puede ser
interminable: quiénes son, qué quieren, cómo surgen y a qué intereses o
programa responden. En México han estado actuando desde hace años y su
presencia en las movilizaciones sociales se intensificó –incluso habría
que decir: se sistematizó– desde el primer día del peñato. Tal vez sea
imposible encontrar una respuesta inequívoca, o al menos una
caracterización única, de las motivaciones y propósitos de estos grupos
que aprovechan reiteradamente las manifestaciones para buscar
confrontaciones espectaculares con la policía, los escaparates de las
tiendas y hasta los viandantes sin vela en el entierro.
Algunos se limitan a hacer pintas, otros perpetran destrozos de
consideración mayor y hay los que salen a la caza de una oportunidad
para meterle fuego a un agente policial. Desde algunos medios se les
llama genéricamente
anarquistas(es razonable pensar que algunos lo son, sin comillas),
vándalos,
provocadoreso
infiltrados. Y es posible que haya confluencias entre dos o más de esas filiaciones. A fin de cuentas, las prácticas de atacar bienes materiales y/o formaciones policiales son una táctica no exclusiva de una ideología en particular. Han recurrido a ellas movimientos de izquierda radical, organizaciones altermundistas, ambientalistas (destacadamente, movimientos antinucleares), feministas, nacionalistas y antifas, pero también grupos neonazis como los autónomos nacionalistas y de extrema derecha como los nacional anarquistas de Alemania, Gran Bretaña y Holanda que incluso adoptan sin reparos camisetas del Che Guevara y kefiyes palestinos como parte de su simbología.
La táctica denominada bloque negro puede albergar, pues, cualquier
postura política que acepte como legítima la violencia en algún grado.
Algunos protagonistas de disturbios que fueron apresados en el peñato
reivindicaron motivaciones políticas. Por otra parte, hay datos de que
grupos de bloque negro han sido infiltrados por la policía en Canadá e
Italia y algunos videos sugieren que en el sexenio pasado en México
agentes policiales federales o capitalinos pudieron participar,
disfrazados, en algunos actos violentos. En cuanto a la sospecha de que
estas expresiones son financiadas a trasmano por grupos de interés
político-económico, no hay hasta ahora pruebas concretas que pudieran
darle cuerpo.
En ausencia de una motivación única demostrable, lo que caracteriza a los promotores de la violencia dispuestos a
pegarsea cualquier movilización social significativa es el objetivo inmediato de causar confrontaciones. En este sentido, el término
provocadoresno conlleva carga despectiva sino que es meramente descriptivo de comportamientos inequívocamente orientados por el propósito de generar violencia. Por regla general, la mayoría de las víctimas han sido manifestantes inocentes, efectivos policiales rasos, comerciantes y transeúntes no involucrados de manera alguna.
Hasta el sexenio pasado estaba bien establecido el programa de la
provocación: entre los contingentes pacíficos aparecían de súbito
pequeños grupos de bloque negro, hacían destrozos, los medios
registraban obsesivamente los hechos, los autores de los desmanes se
retiraban y a renglón seguido los cuerpos represivos cargaban contra
medio mundo, le rompían la cabeza a algunos y otros acababan en la
cárcel por el simple hecho de participar en una manifestación pacífica o
de estar en el lugar y en el momento equivocados.
A partir de diciembre del año pasado lesas dinámicas descarrilaron
porque el nuevo gobierno no recurre a prácticas represivas y la nueva
autoridad capitalina disolvió el Cuerpo de Granaderos. Así, sin más
enemigos que las vitrinas, los edificios históricos y los anuncios
luminosos, los provocadores quedaron bruscamente fuera de lugar. En la
marcha conmemorativa de la atrocidad de Iguala, el 26 de septiembre, sus
desmanes cayeron en el vacío. En la del 2 de octubre se pasó a una
táctica activa para contrarrestarlos: el establecimiento por parte de
las autoridades de cinturones de paz que habrían de encargarse de
separar (sin violencia, por supuesto) a los violentos de los
manifestantes pacíficos y que, en términos generales, funcionaron bien.
Al mismo tiempo, la irritación social ha cedido perceptiblemente con
respecto a la que imperó durante todo el sexenio anterior y ello ha
contribuido a aislar y a dejar a los provocadores, sean del signo que
sean, sin justificación. El fenómeno del bloque negro será mundial, pero
en México su margen de acción es cada vez más pequeño. Si en algún
momento aspiró a generar un relato épico, el creciente rechazo social lo
ha ido dejando como actor de un guion ridículo.
Habría que decir, en clave juarista, que el triunfo de la provocación se está volviendo moralmente imposible.
Twitter: @Navegaciones
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