Dawn Marie Paley*
El 11 de mayo el Diario Oficial de la Federación publicó
un acuerdo firmado por el presidente Andrés Manuel López Obrador
indicando que los militares seguirán en las calles de México hasta marzo
de 2024.
Inmediatamente, argumentos en pro y en contra del acuerdo empezaron a
circular en redes. Algunos dijeron que no es militarización, otros que
sí. Otros dijeron que es parte de la desmilitarización, otros que no.
Claro que entre estas voces hay a veces cinismo, en particular de
parte de operadores políticos que en sexenios pasados aplaudieron la
militarización, y ahora la rechazan con el fin de acaparar el poder
político.
Pero es de suma importancia subrayar que no todos los que nos
posicionamos contra la militarización en curso hablamos desde la
mezquindad, la mala fe o la derecha.
Alzar la voz en tiempos de guerra nunca ha sido fácil. Pero siempre
ha habido personas y colectivos que han expresado su rechazo a la
militarización.
Menospreciar las voces disidentes mina la importancia de denunciar la
violencia y el terrorismo de estado, sea cual sea el partido de
gobierno. En vez de ejercer una presión desde abajo junto con las
izquierdas populares, polariza y divide más al país.
En lo que va del sexenio actual, hemos visto grupos pro gobierno
protestando en contra de víctimas de violencia y los defensores de
territorio, acusándoles de ser traidores. Si antes había una oposición
mucho más unida contra la violencia estatal y el despojo, hoy día las
víctimas organizadas y los que resisten desde sus territorios o barrios
son criminalizados y marginados también por una parte de la izquierda
que defiende las acciones del presidente.
Este proceso de polarización se está generando desde el llamado a apoyar a un gobierno que se dice
posneoliberal. Pero muchos nos hemos opuesto a cualquier intento de normalizar, legalizar o justificar la militarización, sea quien sea el presidente, y aquí seguimos.
Actualmente, los argumentos que intentan justificar la permanencia de
los soldados en las calles son varios: dicen que es temporal; que es un
paso hacia la conformación de una Guardia Nacional civil; que es algo
que fue aprobado por el Congreso, y que de no tener militares en la
calle, México enfrentará un vacío de poder que terminaría por ser aún
más sangriento.
Estos argumentos ignoran el hecho de que la militarización del país
es lo que ha provocado la grave crisis de seguridad que nos ha llevado a
tanta violencia.
La militarización no ha frenado los homicidios o la desaparición
forzada en México. De eso tenemos demasiados ejemplos. Uno de ellos es
el siguiente: sabemos que en la mayoría de los lugares donde hubo
operativos conjuntos durante el sexenio de Calderón, subió la tasa de
homicidio.
Los testimonios de sobrevivientes nos enseñan que los militares han
estado involucrados en matanzas y desapariciones masivas durante los
pasados 15 años, desde Ayotzinapa hasta Tlatlaya, pasando por muchos más
acontecimientos que no trascendieron en los medios.
Y la Policía Federal es responsable de una letanía de crímenes,
masacres y desapariciones, así como violaciones, extorsiones y amenazas.
Lejos de ser una fuerza civil, la Guardia Nacional hoy está compuesta
por militares, miembros de la Policía Federal y de la Policía Naval y
Militar, junto con nuevos reclutas.
La Guardia Nacional es una fuerza militar, más de 80 por ciento de sus elementos y 100 por ciento de sus mandos son soldados que provienen de fuerzas armadas e incluso sus nuevos reclutas son formados, capacitados, y hasta contratados por el Ejército, escribe el periodista Arturo Ángel.
Viendo desde la calle o desde nuestras casas, la Guardia Nacional
actúa y parece una fuerza militar. Hacen rondines armados, vestidos con
camuflaje y con sus caras tapadas. Si no fuera por sus parches con las
siglas GN, sería imposible distin-guirlos de los soldados comunes y
corrientes.
Por eso, pretender que un grupo de soldados (el Ejército)
subordinados a otro (la Guardia Nacional) no es militarización, es un
acto de simulación. Desconoce y contradice la cotidianidad de millones
de mexicanos.
A pesar de las buenas intenciones que puedan estar detrás de la
insistencia de que México va por buen camino en materia de seguridad, la
repetición no hace la verdad.
Es un contrasentido decir que extender la presencia de militares en
las calles es desmilitarizar. Esta vez, nos dicen, va a ser diferente.
Ahora sí, agregan, es la guerra para acabar con todas las guerras. La
militarización necesaria para desmilitarizar.
A pesar de que los soldados llevan más de una década en las calles,
aquí seguiremos remando a contracorriente, insistiendo que tenemos el
derecho a un futuro sin militares en la calle, sean éstos de cualquier
índole.
* Periodista canadiense y autora de Capitalismo antidrogas: una guerra contra el pueblo.
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