Para saber lo que
pasa realmente con los cultivos transgénicos, qué efectos tienen sobre
la salud y el ambiente, quién gana y quién pierde, hay que dejar de lado
la propaganda de las empresas y aprender de la experiencia real en los
países que llevan más de dos décadas plantándolos. Para ello, el Atlas del agronegocio transgénico en el Cono Sur , publicado en mayo 2020, es una herramienta imprescindible (http://www.biodiversidadla.org/ Atlas).
Es un trabajo bien documentado, que recoge numerosos textos y
material gráfico, compuesto a partir de investigaciones, experiencias y
testimonios de primera mano de organizaciones en cada país de la región,
en una colaboración entre académicos e investigadores, organizaciones
campesinas, ambientalistas y locales. En sus 22 capítulos cubre desde
aspectos científicos hasta temas ambientales, de salud y económicos.
También presenta alternativas desde las comunidades y organizaciones
populares. La coordinación del trabajo estuvo a cargo de Lucía Vicente,
Carolina Acevedo y Carlos Vicente, de Acción por la Biodiversidad,
Argentina, con el apoyo de Darío Aranda en la sistematización de
talleres presenciales realizados en Paraguay en 2019.
Más allá del Cono Sur, es una herramienta de aprendizaje para todas y
todos, estemos donde estemos, porque, pese a que casi ha pasado un
cuarto de siglo, solamente 11 países concentran 99 por ciento de la
siembra de transgénicos en el mundo y cinco naciones de esa región
–Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Bolivia– están entre ellos.
Brasil y Argentina tienen las mayores áreas sembradas a escala global,
siguiendo a Estados Unidos, que ocupa el primer puesto.
Más de dos décadas de siembra transgénica han tenido efectos
devastadores en la contaminación de aguas y suelos. Hay zonas del río
Paraná en las que los lodos de su cauce tienen más glifosato que una
plantación de soya. La avalancha de siembras provocó una auténtica
epidemia de enfermedades graves en las poblaciones aledañas a las
plantaciones, que multiplicaron las cifras de cáncer y abortos
espontáneos en zonas rurales y centros periurbanos, pero la
contaminación llega incluso a ciudades alejadas de las plantaciones,
donde muestras en orina de niñas y niños, así como en leche materna,
también mostraron residuos de agrotóxicos.
Los culpables y quienes se beneficiaron son muy pocos. Es ampliamente
conocido que las semillas de todos los cultivos transgénicos en el
globo están en manos de poquísimas trasnacionales. Actualmente sólo son
cuatro, luego de las fusiones en años recientes: Bayer (que compró
Monsanto); Syngenta (propiedad de ChemChina); Corteva (fusión de
DuPont-Pioneer y Dow Agrisciences) y Basf. Esta última compró parte del
negocio transgénico de las anteriores para dejar contentas a las
autoridades antimonopolios. Antes eran seis que controlaban todo el
mercado global de transgénicos y las autoridades de varios países
consideraron, correctamente, que tenían control oligopólico.
Condicionaron las fusiones a que vendieran de parte de sus negocios –lo
cual favoreció a Basf, que antes tenía menos presencia en transgénicos.
Paradójicamente, de seis pasaron a cuatro megaempresas y las autoridades
de competencia tan tranquilas.
El Atlas desenreda y revela los nombres locales bajo los que
operan estas grandes empresas y cuáles otras trasnacionales completan
las cadenas de producción, almacenamiento y exportación, ya que la
devastación masiva de salud y naturaleza ha sido principalmente para
exportar forraje para cerdos y otros animales en cría industrial en
Europa y China. Explica también cómo han ido logrado regulaciones
nacionales e internacionales en su favor, incluso infiltrando las
propias comisiones de bioseguridad, que nunca los fiscalizaron
realmente.
Un aspecto menos conocido que el Atlas muestra en detalle es
que la producción transgénica causó una enorme concentración de tierra,
con una importante reducción de establecimientos agrícolas, llegando a
desaparecer hasta 40 por ciento en algunos rubros y países. El aumento
del uso de agrotóxicos creció en forma nunca vista en la historia de la
agricultura, Brasil pasó a ser el país con mayor uso de agroquímicos en
el planeta. Los promotores de la agricultura industrial suelen decir que
el modelo ya existía, y no fue por los transgénicos. Pero el hecho de
que más de 90 por ciento de las semillas transgénicas sean tolerantes a
agroquímicos permitió dos fenómenos altamente nocivos: aplicar
agrotóxicos en grandes volúmenes, porque la semilla sembrada no moría,
lo cual creó decenas de diferentes malezas resistentes a los químicos y,
por tanto, se aplicó cada vez más veneno. Complementariamente, las
empresas rurales buscaron áreas de siembra cada vez más extensas para
mecanizar el laboreo y generalizar la fumigación aérea, engullendo o
desplazando por la fuerza otras actividades. Asesinatos, represión y
persecución a quienes defienden sus territorios y naturaleza marcaron
todo el proceso.
El Atlas no sólo documenta el desastre. También recoge y
presenta las muchas formas de resistencia y creación, las propuestas y
alternativas desde lo legal hasta lo territorial que los pueblos han ido
construyendo. Gracias a las y los que han compartido tanta experiencia http://www.biodiversidadla.org/ Atlas
* Investigadora del Grupo ETC
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