Editorial La Jornada
Como se ha consignado en este
espacio, el confinamiento al que millones de personas se han visto
obligadas debido a la pandemia de SARS-CoV-2 tiene como uno de sus
efectos más deplorables un incremento en la ya de por sí alarmante
violencia de género que enfrenta el país.
Esta realidad fue reconocida ayer por Gemma Santana Medina, directora
de la Agenda 2030 en la jefatura de la Oficina de la Presidencia de la
República, quien informó que durante abril los centros de refugio
atendieron a 77 por ciento más de niñas, niños y mujeres que en el mismo
periodo de 2019, mientras los rescates de mujeres pasaron de uno al mes
durante al año pasado a 19 en lo que va de 2020.
En este contexto, el lunes pasado la Secretaría de Gobernación firmó
con el Fondo de Población de Naciones Unidas en México (UNFPA) un
convenio marco de cooperación técnica, con el fin de impulsar la
estrategia nacional de protección integral para las mujeres y niñas
víctimas de violencia de género. Entre sus objetivos concretos, dicho
acuerdo busca facilitar la implementación de servicios esenciales,
acciones en materia de población y desarrollo, así como la promoción del
acceso universal a los servicios de salud sexual y reproductiva.
De manera adicional, la titular de la dependencia, Olga Sánchez Cordero, anunció que el gobierno federal trabaja para definir
acciones urgentesde atención en la materia durante la etapa de confinamiento por la crisis sanitaria en curso, e informó que solicitará a la Secretaría de Hacienda garantías sobre los recursos de aquellos programas que forman parte de los derechos humanos de género.
Cabe saludar que tanto la encargada de la política interna como una
funcionaria adscrita a la oficina del Ejecutivo federal reconozcan el
fenómeno de la violencia de género y su agravamiento en la actual
coyuntura, pues ello supone un punto de partida indispensable para
cualquier avance en esta materia. Asimismo, es de esperarse que la
autoridad hacendaria canalice sin dilación todos los recursos requeridos
por el esfuerzo oficial para librar a mujeres y niñas de todas las
formas de agresión de las que son víctimas, y que cada una de las
acciones tomadas en este sentido reciba un seguimiento puntual que
garantice su eficacia.
En la consecución de estas metas no puede pretextarse la innegable
merma que la pandemia y su estela de destrucción económica suponen para
los recursos, tanto materiales como humanos, a disposición de las
autoridades: la atención a las mujeres en riesgo de muerte por violencia
no es y no puede ser menos prioritaria que la atención a los enfermos
graves de Covid-19; unas y otros demandan la acción urgente del Estado
en sus tres niveles de gobierno.
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