Jorge Eduardo Navarrete
Hacia principios del mes, en
los momentos más álgidos de expansión de la pandemia de Covid-19 y como
se señaló en el artículo del 14 de mayo, surgió la más promisoria de las
escasas iniciativas amplias de colaboración multilateral para
enfrentarla: la Respuesta global al coronavirus, impulsada por la Unión Europea, que pronto reunió adhesiones y promesas de apoyo, el de México entre muchos otros. La Respuesta,
de alguna manera, se entronca con el empeño multilateral iniciado con
la resolución 34/274 de la Asamblea General de Naciones Unidas, del
pasado 21 de abril, que propone un enfoque de alcance global. Empero, el
panorama sigue dominado por los esfuerzos nacionales, o subnacionales,
carentes de coordinación, que responden a necesidades o urgencias
localizadas. Quizá no podría ser de otro modo, pues apenas ha
transcurrido un semestre desde el surgimiento de la pandemia en forma
reconocible.
A unos días del inicio de junio, el foco global de atención
–determinado en buena medida por las acciones de las naciones avanzadas
más afectadas: en Norteamérica y Europa occidental sobre todo– se ha
desplazado de las acciones de contención, al diseño e instrumentación de
su retiro gradual y paulatino. Ha sido notorio el cambio de énfasis
hacia la reanudación de las actividades paralizadas por la estrategia de
aislamiento domiciliario a la que acudió la mayoría de los países y,
más ampliamente, hacia la recuperación de las formas de vida y hábitos
sociales del pasado reciente; hacia una
normalidadque muchos quisieran fuera
nuevaen muy diversos aspectos.
Como es evidente para quien haya seguido la evolución territorial de
la pandemia, ha sido constante el desplazamiento de sus epicentros
sucesivos. Tras China misma, Europa y Norteamérica han entrado en una
primera declinación –que no excluye el peligro de nuevos brotes y focos
de alto contagio–, en tanto que América Latina, el Mediterráneo
oriental, según la regionalización de la OMS, y África han llegado a
momentos de expansión rápida o muy veloz. Coexisten dos mapas no
coincidentes: el de demandas de atención médico-hospitalaria y
suministros de equipo y materiales, que no cesan de crecer, y el de
alcance, eficiencia y capacidad de los sistemas de salud pública
establecidos. En un segundo momento territorial de la pandemia, los
epicentros aparecen en áreas mucho menos provistas de recursos para
hacerles frente. Los costos de esta segunda fase territorial de la
pandemia pueden, por tanto, ser mucho mayores.
Los costos y consecuencias de la pandemia y de las acciones
generalmente adoptadas para contenerla se han dejado sentir, con
inmediatez y particular virulencia, en el mundo del trabajo. De acuerdo
con los cálculos y estimaciones de la Organización Internacional del
Trabajo, a resultas de las acciones de contención de la pandemia que
requirieron o recomendaron el cierre de fuentes de trabajo, en el primer
trimestre de 2020 –frente al último anterior a esta crisis: el cuarto
de 2019– las horas trabajadas en el mundo se redujeron en 4.5 por
ciento, lo que equivale a aproximadamente 130 millones de puestos de
trabajo de tiempo completo (48 horas semanales). Para el segundo
trimestre, comparado también con el último de 2019, la reducción
llegaría a 10.5 por ciento. Expresada en número de puestos de trabajo
esta caída equivale a 305 millones. Sólo unas semanas antes la pérdida
se había estimado en menos de 200 millones, pero el cierre de fuentes de
trabajo se prolongó en algunas naciones y muchas otras acudieron a esta
medida de distanciamiento social. Hasta ahora, América del norte,
Europa y Asia central han sido las regiones más afectadas. Esta
situación cambiará conforme se muevan los epicentros territoriales de la
pandemia, como antes se señaló.
Uno de los escasos tópicos de consenso en la discusión global es la
noción de que nadie podrá afirmar que se ha vuelto la página sobre la
pandemia en tanto no se disponga de una vacuna y un tratamiento
efectivos, disponibles y universalmente asequibles. Quizá lo esencial de
la Respuesta europea sea su compromiso con la búsqueda de
“respuestas terapeúticas y vacunas… que permitan controlar la pandemia y
se reconozcan como bienes públicos globales, disponibles y accesibles
para todos”. Lo que se ha presenciado hasta ahora, sin embargo, es la
pugna usual de la bigPharma por controlar la investigación,
desarrollo, producción y comercialización de esos productos como bienes
privados apropiables en beneficio propio. Cuando en días pasados Merck
anunció la compra de Themis Bioscience, una firma austriaca, y proclamó
que nadie podría desarrollar una vacuna efectiva en menos de año o año y
medio ( FT, 26/5/20), quizás anunciaba más el lapso que como
empresa requerirá para llegar al resultado, que respondía al llamado
global lanzado por un grupo de personalidades –de Cyril Rhamaphosa a
Joseph Stiglitz– de una vacuna libre de patentes, producida en escala
suficiente y puesta a disposición sin costo en todos los países.
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