Además del encañonamiento del Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, tenemos, ahora, una compañía privada que maneja a su antojo a García Luna y Cárdenas Palomino.
El documental que en pasados días se ha podido ver en Netflix sobre el caso de Florence Cassez y la familia Vallarta trae consigo varios aciertos, una omisión, y una comparación inexacta. Comienzo con el tino. Es la entrevista que le hace el director, Gerardo Naranjo, a quien es hoy el presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Arturo Zaldívar. En ella, el Ministro relata cómo, mientras se discutían en el Poder Judicial los amparos para Florence Cassez, a finales de 2011, unas camionetas de policías federales le cierran el paso saliendo de su casa con su familia y los encañonan. Narra Arturo Zaldívar: “Yendo yo con mi familia el fin de semana en mi vehículo fuimos interceptados por tres camionetas de la Policía Federal, en donde los policías descendieron de la camioneta con armas largas y me apuntaron durante cinco o 10 minutos. No conformes con ello, se metieron a mi casa con la idea de que ahí iban a encontrar algo que pudiera perjudicar”.
Que un cuerpo policiaco le apunte con armas de grueso calibre a un Ministro de la máxima instancia constitucional del país debería ser considerado un atentado de golpe de Estado. Pero es el sexenio de Felipe Calderón y Genaro García Luna que, lo mismo mandaron intimidar en 2010 al mismo Zaldívar para que no apoyara la exigencia de los padres de familia en el caso del incendio de la guardería ABC. Lo visitó el Secretario de Gobernación de ese entonces, Gómez Mont, y le llenaron los pasillos de la Corte con funcionarios del Ejecutivo que cabildeaban que la resolución en contra de los familiares de la esposa de Felipe Calderón, Margarita Zavala, no fuera aprobada. A tal grado llegaron las amenazas que Zaldívar envió una copia de su propuesta a los medios “por si no llegaba al día siguiente a la Corte”. El testimonio de Arturo Zaldívar nos da cuenta del nivel de autoritarismo con el que actuó Felipe Calderón en contra de la independencia de uno de los poderes del Estado. Así como decidió salvar de la justicia a la prima de su esposa, Marcia Matilde Gómez del Campo, la propietaria de la guardería en la que murieron 49 niños quemados en 2009, también había decidido no permitir la liberación de Florence Cassez, la francesa que él y García Luna publicitaron como “secuestradora”. La gravedad de ordenarle a tu Policía Federal encañonar a un Ministro sólo es comparable con la capacidad destructiva de Felipe Calderón en toda la historia que cuenta el documental: la tortura a varios detenidos para que se declaren secuestradores, la creación de una escena del crimen junto con la televisión abierta, la virtual ruptura de relaciones entre Francia y México, la cauda de muerte y dolor que fue dejando a su paso.
La historia tiene un origen aparentemente inocuo: un pleito entre dos empresarios por unos automóviles. Son el hermano de Florence, Sebastien, y un personaje tan oscuro que ni siquiera aparece su rostro en el documental, Eduardo Margolis Soba, un empresario nacido en Monterrey cuya abuela era ucraniana, dueño de CVDirecto, una compañía de venta por televisión, y de una agencia privada encargada de “resolver” secuestros. De él, el empresario de Letras Libres, Enrique Krauze, escribió en el órgano de difusión de la comunidad judía en México, Enlace Judío: “Eduardo Margolis encarna en una persona el espíritu que creó Israel. Es el espíritu que, a sabiendas de la más terrible tragedia, a sabiendas de tener todo este peso de muerte encima, reaccionó con fuerza, con creación, con creatividad pero con valentía- y creó Israel. Eduardo encarna estas virtudes de valentía e inteligencia, que vinieron a crear en México el mismo espíritu de resurrección”. Amigo de García Luna, Isabel Miranda de Wallace, Luis Cárdenas Palomino, siendo socio de Sebastien Cassez en una compañía de belleza, Radiancy, Margolis quedó debiéndole al francés 155 mil dólares. En represalia, Cassez se quedó con unos automóviles que escondió Israel Vallarta en un taller. Eso desató la furia de Margolis quien, hasta hace poco, vendía a las policías estatales y federal, sistemas de espionaje. Su respuesta ante el pleito comercial con Sebastien Cassez fue implicar a la hermana de su exsocio en un secuestro en 2005, el último año de Vicente Fox, que tenía a García Luna como director de la Agencia Federal de Investigación, la AFI, y a Calderón como su sucesor “haiga sido como haiga sido” en la Presidencia de la República. Al final del documental, se reproduce una conversación grabada entre Florence Cassez y Margolis, ya que la francesa está a salvo en Francia. Ahí Margolis dice algo preocupante y humillante. Él le asegura a la francesa que él “no autorizó” que la detuvieran junto con Israel Vallarta porque, después de todo, ellos son iguales; dice: “nosotros somos blancos”.
Al parecer Margolis le “autorizaba” a Cárdenas Palomino y a Genaro García Luna a quién detenía y a quién no. Además del encañonamiento del Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, tenemos, ahora, una compañía privada que maneja a su antojo a García Luna y Cárdenas Palomino. Una seguridad privatizada. El documental omite a la que estuvo detrás de la fabricación de culpables de secuestro durante todo el sexenio de Felipe Calderón, Isabel Miranda de Wallace. Ella y su organización de la sociedad civil, Alto al Secuestro, recibió de manos de Felipe Calderón en 2010 el Premio Nacional de Derechos Humanos. Miranda de Wallace había dicho que “los derechos humanos sólo perpetúan la impunidad”. Esta es quizás la historia más terrible y que ayudó a crear Isabel Miranda de Wallace, la de los torturados que declaraban leyendo de una cartulina la culpabilidad de las víctimas. En el documental de Netflix hay dos casos.
Uno, es Ezequiel Elizalde Flores, quien es inventado por García Luna como secuestrado y que declara que Florence Cassez le anestesió un dedo para cortárselo. Un piquete de aguja que enseña a la prensa semanas después como si fuera una prueba. Él es una creación de un sistema de justicia que fabrica delitos, culpables, víctimas y escenas del crimen. Unos documentalistas franceses buscan a Elizalde hasta Laredo, Texas, donde se supone que goza de un derecho de asilo y estudia criminología en una Universidad, pero descubren que también ha mentido sobre ello. Lo dejan haciendo esfuerzos con una computadora tratando de explicar cuáles son las materias que estudia en una universidad a la que no está inscrito.
El otro caso es la invención de un supuesto cómplice de Israel Vallarta, David Orozco Hernández, un comerciante de tianguis. A él lo secuestra la policía de García Luna el día que su esposa cumple años. Jamás regresa a su casa. Luego, sabemos que fue torturado brutalmente para que se declarara secuestrador e inculpara a los hermanos de Vallarta y a dos de sus sobrinos. Es 5 de mayo de 2009, cuando hay demasiadas evidencias de que el grupo de secuestradores de Vallarta y Florence Cassez no existe. Así que toman a un vendedor y lo inculpan de un secuestro en Ecatepec, Estado de México. El mismo Orozco le confiesa a uno de los hermanos Vallarta, ya en la cárcel: “Sólo quería regresar con mi familia”. No obstante, servirle a García Luna para constituir como verdad mediática al grupo de secuestradores Los Zodiaco, David Orozco no obtiene los beneficios que los que sí gozó Elizalde, y va a la cárcel. Por la tortura, muere el 5 de enero de 2015 y su última voluntad conmociona. Le dice a su esposa, Silvia: “Quiero que limpies mi nombre”. En el documental, vemos a su esposa y a su hija adolescente abismadas frente al derrumbe de sus vidas, ante la contundencia de que se les arruinó su existencia por la decisión de alguien como García Luna que inventaba criminales y víctimas para promocionarse en los noticieros de la televisión como un gran policía. Esa descomposición a la que llegó el sexenio de Felipe Calderón donde todo, desde su triunfo electoral, era una enorme mentira que se trataba de ocultar con un castillo de naipes a base de más mentiras. Mentiras que costaron vidas.
Es difícil mirar el documental sobre Florence Cassez en Netflix y no sentir vergüenza por lo que dejamos que sucediera durante los gobiernos panistas de Fox y de Calderón. Recuerdo el ambiente que generaron los medios, notablemente la televisión, en torno a Florence Cassez: una secuestradora francesa que venía a hacerle daño a los mexicanos. El montaje de Carlos Loret de Mola era la evidencia de que se estaba actuando contra el secuestro, el respaldo de la Señora Sociedad Civil, le daba justificación, cuando hoy sabemos que la ola de secuestros era causada por las mismas autoridades que la resolvían. En el documental de Netflix, Loret de Mola reconoce que sí notó que Cárdenas Palomino le apretaba el cuello a Israel Vallarta mientras el reportero Pablo Reinah lo interrogaba para que se autoinculpara en vivo, por la televisión. Pero Loret se escuda en que su público probablemente estaba deseando ver que al secuestrador lo golpearan más. Es decir, él no está tratando de decir la verdad, sino complacer a su propio público que —él asume— está de acuerdo con el publicista Alazraki cuando, al hacer la campaña de Arturo Montiel en el Estado de México en 1999, acuñó el concepto: “Los derechos humanos no son para las ratas”. En esa frase está contenido el Gobierno de García Luna y Calderón: la idea de que los derechos que garantizan que a un acusado se le aprese, juzgue y sentencie, sólo deben aplicarse a quienes pueden pagarse un abogado que los defienda, los gastos de los juzgados, y los sobornos a los ministerios públicos. Como Miranda de Wallace, el panista Felipe Calderón se invistió de la potestad de decir quién tenía derechos y quién no.
En uno de los capítulos de la serie de Netflix se habla de la virtual ruptura de relaciones entre Francia y México. Se compara sin mucho sustento a sus dos presidentes, Nicolás Sarkozy y Felipe Calderón. Es por eso que digo que es una comparación inexacta. Es injusto ponerlos en el mismo nivel, habida cuenta de que Sarkozy había ganado la elección presidencial en Francia por más del 50 por ciento, y no se la había robado, como lo hizo su contraparte en México. A diferencia de Calderón, Sarkozy no tenía a un narcotraficante como Ministro encargado de la seguridad pública, sino a una hija de migrantes de Argelia y Marruecos, doctora en Derecho. Sarkozy se desquita en el documental diciendo que García Luna era el hombre fuerte del Gobierno de Calderón y que éste no podía tomar realmente decisiones. Para ello, se basa en el hecho de que, antes de su visita a México con Carla Bruni, Sarkozy y Calderón habían llegado a un acuerdo para que Florence Cassez purgara su condena en Francia, cerca de su familia. Un día antes de la visita, es que condenan a la francesa a 60 años de prisión, incumpliendo el acuerdo previo. La traición de Calderón es lo que lleva al Gobierno a francés a hacer del caso Cassez un lema de la exposición de México en París, que es finalmente cancelada. Por esa traición es que Sarkozy declara que Calderón no podía sostener sus decisiones. Me parece que esta es una exageración que, al disminuir a Calderón, le resta responsabilidades sobre todo un sexenio de muerte y sobre una idea de origen católico inquisitorial que pervive en los medios de comunicación y en alguna parte de la clase media despolitizada: que la culpabilidad es algo que existe ya en todos, desde la manzana de Eva, y que la inocencia, realmente, no existe.
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