Lorenzo Meyer
En su libro “Desigualdades”, (Grano de Sal, 2022), y haciendo uso de lo que llama la “ciencia de la desigualdad”, Raymundo M. Campos, economista de Berkeley y profesor en El Colegio de México, examina el caso mexicano, que es un buen ejemplo de sociedad que ha vivido 500 años a la sombra de una gran inequidad social.
Además de analizar el funcionamiento de los mecanismos que llevan al surgimiento y perpetuación de tan desafortunado fenómeno, el propósito del profesor Campos es entender los efectos negativos de la falta de igualdad en nuestro país e insistir en poner en marcha lo que hace más de dos siglos demandó Morelos: políticas que “moderen la opulencia y la indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal del pobre”.
El tono que domina “Desigualdades” es de urgencia pues, si no logramos reducir las inequidades sociales, “México podría dejar de existir tal como lo conocemos”. Y es que las diferencias regionales son de tal magnitud que como sociedad nos conducen a la fragmentación nacional y, además, “mientras las oportunidades no se distribuyan por igual” como individuos “no podremos elegir libremente qué persona queremos ser”.
El profesor Campos llega a esas y otras conclusiones tras examinar las desigualdades de nuestro país en materia de ingresos, acumulación de la riqueza, diferencias de oportunidades entre los ciudadanos y la discriminación por género o el color de la piel, etcétera.
México tiene una de las mayores concentraciones de riqueza en todo el mundo —el 1% de la población concentra el 25% del ingreso, cifra dos o tres veces más de la que se da en los países avanzados de Europa — pero, a la vez, tiene un crecimiento muy bajo de su PIB per capita. Campos conecta ambos fenómenos y muestra las razones por las cuales el alto grado de inequidad es una causa del pobre crecimiento del conjunto social. Otra explicación interesante, y ya asumida por la política presidencial, es que el aumento de los salarios mínimos no tiene ningún efecto negativo en la economía de las empresas o del país en su conjunto; al contrario.
Para superar una situación histórica como la de México en materia de distancias de clase o región se requiere de un gobierno fuerte y eficaz —un servicio civil realmente profesional— que interfiera con la tendencia natural del mercado a favorecer a los más afortunados y de un erario realmente robusto para invertir en educación, salud o seguridad de los menos afortunados. Sin embargo, históricamente el erario mexicano ha sido pobre: hoy apenas recaba el 16% del PIB mientras en los países de la OCDE, en promedio, sus gobiernos disponen de más del doble: 34%.
Para el profesor Campos ya no debiera considerarse otra alternativa que una reforma impositiva que redirija parte de la riqueza privada y concentrada en la parte superior de la pirámide social para financiar las obras y servicios que no son prioridad del mercado pero que son vitales para superar la pobreza de sectores que, de otra manera, no experimentan movilidad social. Hoy, apenas el 3% de quienes nacen en las familias más pobres del país llegan a disfrutar del nivel de vida propia de los estratos más ricos y apenas el 1% de los que nacen en los niveles más altos descienden a los más bajos. Nuestra movilidad social tiene más de medieval que de moderna.
El enfoque del profesor Campos lo coloca en la línea del francés Thomas Pikkety (El capital en el siglo XXI). Este enfoque sostiene que seguir dejando a las fuerzas del mercado la iniciativa en la asignación de los recursos económicos de una sociedad como la nuestra sería asegurar la persistencia de la concentración de la riqueza y de los privilegios en unos cuantos y la perpetuación de nuestro estancamiento no sólo material sino moral.— Ciudad de México.
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