Puedo ser una persona terriblemente egocéntrica. Y, en efecto, ello describe a la perfección el carácter veleidoso y narcisista de Tomas, esposo desde hace largos años de Martin (Ben Whishaw), diseñador gráfico británico. Durante el rodaje de una cinta suya llamada Pasajes, Tomas inicia una intensa relación erótica con Agathe (Adèle Exarchopoulos), joven maestra francesa de cuya conquista se vanagloria al día siguiente con su cónyuge, pidiéndole incluso que escuche los pormenores de tan venturoso encuentro.
Esa muestra de insensibilidad hacia los sentimientos del amante agraviado delata la forma en que el hombre narcisista puede deshacer en un solo día una relación sentimental cultivada por años, mudándose de inmediato a casa de la nueva conquista femenina sin ofrecer tampoco a esta última una mínima garantía de compromiso y estabilidad amorosa. Se trata de un ser inconstante, devorado por inseguridades personales, que procura satisfacción sexual transitoria a sus dos parejas sin importarle el saldo desastroso que puede ocasionarles en el terreno afectivo –un poco a la manera de lo que narra Dos amores en conflicto (Sunday Bloody Sunday, 1971), notable filme británico de John Schlesinger. “Todas mis películas anteriores –ha señalado Ira Sachs (El Delta, 1997; El amor es extraño, 2014)– tratan sobre la naturaleza del amor y su efecto destructivo en un individuo”. En Pasajes, sin embargo, el tono es mucho más desencantado y pesimista que en otras cintas suyas, en las que la exploración de los conflictos de una pareja (gay o heterosexual) eran también pretexto para evocar conflictos sociales más apremiantes, como la intolerancia moral o el racismo, o para desarrollar el concepto de familia ampliada como una forma más de solidaridad generosa.
En su nueva cinta ya no hay esas derivas discursivas ni una postura ideológica particular. El tono arroja un realismo seco y, aunque su trama transcurre en París, casi toda se desarrolla en interiores, en una atmósfera de encierro que captura con destreza la cine-fotógrafa francocanadiense Josée Deshais. Al respecto, los pasajes eróticos, de sexualidad explícita, semejan más frías exploraciones anatómicas o forcejeos ansiosos en un cuadrilátero que expresiones de un auténtico abandono sensual. Este realismo extremo que ahora practica Ira Sachs tiene como inspiración declarada el cine del francés Maurice Pialat (A nuestros amores, 1983), aunque las relaciones de poder que disecciona la cinta sugieren también un toque fassbinderiano. Mucho contribuye al mérito y fuerza dramática de Pasajes la soberbia actuación del alemán Franz Rogowski en el papel de un trastornado Tomas, todo un manojo de nervios, quien expresa sus reclamos afectivos de modo a la vez patético y agresivo al tiempo que lastima sin reparo a los seres que supuestamente ama. Es el Rogowski, ángel exterminador de festividades burguesas, en Un final feliz (Haneke, 2017), y también el irredento delincuente homosexual en La gran libertad (Sebastian Meise, 2021).
No menos afortunadas resultan las actuaciones de Ben Whishaw (El perfume, Tom Tykwer, 2006) y Adèle Exarchopoulos (La vida de Adèle, Abdelatif
Kechiche, 2013). Juntos confieren complejidad, energía, y algo de
incorrección política a un trío amoroso poco común en el actual cine
comercial bajo la premisa no sólo de que el amor es extraño
, sino
de que en ocasiones su irrupción, a la manera de una enfermedad
degenerativa, y sus derivas incontrolables, tan parecidas a efectos
secundarios indeseables, suelen provocar en las parejas mayor
intranquilidad y zozobra que las tibias alegrías preconizadas. Una
visión mordaz y pesimista del deseo por parte de un cineasta
apresuradamente encasillado antes como un narrador sin sorpresas.
Se exhibe en Cineteca Nacional, Cine Tonalá y Cinépolis.
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