Enrique Dussel Ambrosini y Katya Colmenares Lizárraga
Estudió un doctorado en el Instituto de Europa Oriental de la Universidad Libre de Berlín. Más tarde, como asistente de investigación, tuvo el encargo de estudiar en profundidad a Karl Marx y a los pensadores marxistas, respondiendo a un proyecto crítico del socialismo real. Allí comenzó su trabajo sobre el fetichismo, la teoría del valor y la ideología. Con Marx no sólo desarrolló una crítica de la economía de la planificación y la ideología soviética, sino también de la ideología capitalista y los modelos de la economía clásica. Durante su investigación descubre que el socialismo real y el capitalismo constituyen dos proyectos de dominación que responden a la misma racionalidad instrumental moderna. El proyecto socialista se propone la dominación de la naturaleza, mientras el proyecto capitalista se propone la dominación de la naturaleza y del ser humano. Su presencia en el Instituto de Europa Oriental se volvió insostenible con los resultados de su investigación y migró a América Latina desde la década de 1960. Vivió el Chile de Salvador Allende durante el golpe de Augusto Pinochet y experimentó el ascenso del neoliberalismo como un totalitarismo del mercado.
Se estableció en Costa Rica, donde fundó, primero, el Departamento Ecuménico de Investigaciones, importante centro de formación y producción teórica vinculado a comunidades de base de la teología de la liberación y movimientos sociales de toda América Latina y, posteriormente, fundó el Grupo Pensamiento Crítico.
Durante los años 70 tomamos contacto con él, e inspirados en una conferencia suya escribimos un artículo sobre El ateísmo de Marx y los profetas
,
conversamos largamente sobre ser ateos ante los dioses terrestres, ahí
surgió una profunda amistad y un diálogo que se mantuvo hasta el final.
Se puede decir que nuestra filosofía de la liberación es
discípula de Franz Hinkelammert, a través de su obra se nos reveló el
materialismo de Marx, lo que nos permitió formular el principio material
de la ética y de la política. Años después, durante la década de 1990,
Hinkelammert fue fundamental en el diálogo con Karl Otto Apel, quien
parecía proponer una fundamentación irremontable con su Ética del discurso.
Hinkelammert intervino para mostrar que más allá de la comunidad
argumentante, la vida es, en realidad, el último horizonte de
referencia, anterior al lenguaje y a la comunicación. Finalmente, la
obra de Hinkelammert fue clave también para la sistematización del
principio de factibilidad al mostrarnos la importancia del horizonte de
imposibilidad para la reflexión epistemológica, ética y política.
El filósofo boliviano Juan José Bautista, gran discípulo de ambos, lo llamaba el Marx de este tiempo,
por haber desarrollado y actualizado el método de la teoría del
fetichismo de Marx. Hinkelammert retoma la crítica contra los dioses
terrestres de la mercancía, el capital y la economía para mostrar cómo
es que el fetichismo habría pasado ahora a las ciencias sociales, a la
ciencia moderna y finalmente a la racionalidad moderna.
De esa manera es que el proyecto civilizatorio de la modernidad se ha
impuesto en todo el mundo y se ha blindado de toda crítica, haciendo
aparecer el contenido ideal de su modo de vida moderno como ideal de la
humanidad. El fundamento de la modernidad, nos dice Hinkelammert, es
teológico, se trata de un cristianismo invertido porque no parte de un
Dios para la vida, sino de un dios que pide el sacrificio de la vida, es
un dios para la muerte y por eso se descubre falso, es un fetiche que
encarna la proyección del sujeto burgués, un burgués hecho dios. La
transformación hacia la que nos convoca Hinkelammert, no es entonces
sólo de un modelo económico, político o social, se trata de transformar
la subjetividad del ser humano, para que dejemos de encarnar la
subjetividad moderna y burguesa hacia la recuperación de una
subjetividad comunitaria y una racionalidad de la vida, presentes en las
grandes utopías de los pueblos que pusieron el énfasis en el nosotros
como un yo soy si tú eres
.
Se trata de avanzar hacia un humanismo de la praxis
en el que el ser humano, como humus de la tierra, se convierta en el ser supremo para el ser humano.
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