Felipe Ávila*
En todos los cambios de régimen y en las grandes épocas históricas hay siempre una batalla por la educación. En el caso de México, con la Independencia la educación dejó de ser un bien privado, controlado por la Iglesia católica, que formaba a las élites económicas, religiosas y políticas masculinas, y se convirtió en un bien público, orientado a desarrollar los conocimientos y las habilidades de sectores cada vez más amplios de la sociedad, incluidas las mujeres y las comunidades indígenas. Con la Reforma, que estableció la separación entre las iglesias y el Estado, éste asumió cada vez más el control del proceso educativo, mediante la creación de escuelas públicas elementales en las principales ciudades de la República, la Escuela Nacional Preparatoria y diversos institutos científicos y literarios en algunas capitales. La educación pública impartía contenidos basados en la ciencia y el racionalismo, alejados de la fe, el dogma y el anticientificismo que caracterizan a la educación religiosa. La Constitución de 1857, profundamente liberal, estableció la libertad de credos y también la libertad de enseñanza, dando a las familias que así lo quisieran y que tuvieran los medios para ello, la posibilidad de llevar a sus hijos a escuelas privadas en las que siguió teniendo una injerencia decisiva el clero católico.
La Revolución Mexicana fue un parteaguas para la educación. El artículo que provocó las mayores discusiones y que partió en dos bloques a los diputados constituyentes fue el relativo a la educación. El bloque de diputados más cercano a Venustiano Carranza defendió un contenido similar al de la Constitución de 1957: respetar la libertad de enseñanza; el Estado, desde su punto de vista, no podía impedir a las familias que así lo quisieran llevar a sus hijos a escuelas privadas y se debía permitir la enseñanza de la religión en ellas; la educación pública sería laica. El bloque jacobino, mayoritario, encabezado por Francisco J. Múgica se opuso. El dictamen de la comisión de puntos constitucionales, en la que estaban Múgica, Luis G. Monzón y Enrique Recio, decía:
“La enseñanza, que entraña la explicación de las ideas más abstractas, ideas que no puede asimilar la inteligencia de la niñez esa enseñanza contribuye a contrariar el desarrollo sicológico natural del niño y tiende a producir cierta deformación de su espíritu… en consecuencia, el Estado debe proscribir toda enseñanza religiosa en todas las escuelas primarias, sean oficiales o particulares”.
La Constitución Política de 1917 definió el carácter y el contenido de la educación: sería laica, obligatoria y gratuita, sin injerencia de las iglesias. El proceso educativo estaría controlado y dirigido por el Estado. Sobre esos principios y con la creación de la Secretaría de Educación Pública (SEP) encabezada por José Vasconcelos, se construyó un gran sistema educativo que hizo universal el derecho a la educación de niños, adolescentes y adultos y que transformó, para bien, a nuestro país. Hoy tenemos un sistema educativo que garantiza que todos tengamos derecho a la educación pública, desde el nivel prescolar hasta el universitario de manera gratuita. Este sistema ha tenido grandes hitos: la creación de la SEP, las misiones culturales, las normales, la educación socialista, el muralismo, el Instituto Politécnico Nacional, los libros de texto gratuitos. El actual debate es, por tanto, sobre el modelo educativo y sobre el tipo de educación que se necesita para la sociedad a la que aspiramos.
*Director general del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México
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