“Hacerte creer aquello en lo que yo mismo no creo”. Esa sería la definición básica de una mentira donde el que la difunde tiene la intención de sacar partido de ella o hacerle daño a su inocente víctima. El mentiroso sabe que es falso lo que está a punto de difundir, pero su motivo es distinto a la verdad. Por eso cuando se habla de mentiras, lo primero en quien hay que pensar es en sus víctimas, en todas las que se las creyeron y hasta actuaron en consecuencia. Pienso en la marcha del “INE-no-se-toca”, donde un buen número de personas pensó que les iban a quitar su credencial de elector y fueron a escuchar a Beatriz Pagés y a José Woldenberg que les aseguraron que vivíamos en una dictadura o en un régimen de un solo hombre o en una “deriva autoritaria”.
Luego resultó que no se terminó la democracia, sino sólo el larguísimo tiempo en que los consejeros electorales y el Secretario Ejecutivo del INE estuvieron en sus puestos. Eso fue todo. Pero la gente había salido a manifestarse y eso le sirvió al PRIAN para otra mentira: que detrás de ellos existía una movilización social, aunque fuera de engañados. Luego, salió el pacto del PRIAN en Coahuila donde se repartían, como parte del triunfo electoral, cargos que nada tienen que ver, en teoría, con los partidos ni con el Gobernador: el Instituto de la Transparencia, un magistrado, las notarías, las direcciones de escuelas y universidades. Lo que no se tocaba era, entonces, el reparto corrupto.
Pero la mentira ha continuado bajo otros ropajes, la última ya disfrazada de payaso. Como falló la de que AMLO se iba a reelegir o que no iba a haber elecciones pretextando la pandemia, ahora se trata de mentir sobre una supuesta “elección de Estado”, que el Presidente no necesitaría, toda vez que tiene un nivel de aprobación del 80 por ciento y la candidata de Morena una intención de voto que ya casi es del 60 por ciento. Pero esa es la mentira madre: que estamos en una “dictadura” porque la mayoría de 30 millones es pura gente engañada o comprada; que estamos en una “dictadura” porque la mayoría en el Congreso es del mismo partido que el Presidente; que estamos en una “dictadura” porque el Ejecutivo planifica sus programas sociales, obras, y reformas fuera del “mercado”. La gente que cree esta falsedad es quien la padece. Y nos debería preocupar porque son sus víctimas. Porque viven y actúan engañados y ellos deberían de saber la verdad porque la necesitan para defenderse de las mentiras que los acosan por radio, televisión, redes digitales, y hasta en el WhatsApp. Para ellos es esta columna. Para los engañados. Para los que confunden no conocer un tema con no creer en él.
Hay varios tipos de mentiras que la oposición ha usado en estos cinco años de Gobierno obradorista. La simple (decir una falsedad), la metamentira (que no se dijo lo que se dijo o que no era su intención mentir), la prementira (preparar una gran mentira que sirva de paraguas para las demás mentiras), mentiras por implicación (presentar una verdad parcial que lleva a creer en algo falso), la mentira por supresión de evidencias (donde no digo lo que contradice mi falsedad), y la mentira que aprovecha la imprecisión del lenguaje para decir que una cosa es otra, como ésta de que no vivimos en una democracia, sino en una dictadura o aquella de que México se “destruye” mientras la economía crece y hay cinco millones menos de pobres. Mientras la verdad es una, la mentira es múltiple.
He ahí su principal ventaja. Pero tiene otros puntos a favor: el responsable de la mentira no es quien la inventa, sino quien la cree. La verdad requiere completarse con su contexto, mientras que la mentira puede fluir e influir por sí misma, incompleta. La verdad requiere de que los dichos coincidan con la realidad, pero esta construcción requiere razones, mientras que la mentira anida en la debilidad informativa de su auditorio. Pero existe una condición que es una metamentira que ha utilizado Trump y que dice que “la verdad no existe”, sino que sólo existe lo que es coherente con lo que pienso o que me es útil. Por eso, la base de Trump puede creer, por ejemplo, que el Partido Demócrata no es una institución, sino una secta de pedófilos o que la COVID fue inventada para que nos inyectemos una vacuna que nos transformará en robots. Es decir, la concordancia con la realidad se deja de lado para pasar a que todo es mentira y, entonces, nada es verdad.
Esta postura de que nada es verdad se desmonta fácilmente: si nada es verdad, ¿cómo es posible que esa aseveración sea verdadera? No importa lo que Trump diga, el acceso a la realidad sigue existiendo para todos mediante los sentidos y el uso del juicio racional, de la emotividad que no es —como nos quiso hacer creer el liberalismo— ninguna anulación de la razón, sino su componente más vigoroso. La realidad sigue ahí y se puede conocer. Los hechos existen y son justamente lo que hace verdaderas o no a mis palabras y mis creencias. Los hechos son obstinados, insisten en estar ahí, independientes de mis palabras y creencias.
Pero, sigamos con este pequeño manual para engañados. Se puede mentir sobre tres cosas: sobre los acontecimientos; sobre las intenciones del hablante; sobre las palabras y los conceptos. La oposición ha usado los tres al mismo tiempo. Por ejemplo, sobre acontecimientos, ha matado al Presidente, según mis cálculos, cinco veces, dos de ellas mientras estaba en vivo inaugurando obras. Sobre las intenciones del propio mentiroso, de nada serviría que nos dijeran: “Pues sí, estamos mintiendo porque necesitamos que regresen nuestros privilegios de no pagar impuestos y usar facturas falsas, y necesitamos engañarlos para que voten en contra de sus propios intereses”. Según ellos mismos, dicen lo que dicen por “defender la democracia” o “a las instituciones”.
Ocultar el motivo para mentir es la parte más importante de una mentira. Y, en cuanto a los conceptos, han mentido sobre varios, por ejemplo, que tener mayoría es autoritarismo o que la división de poderes debe funcionar como sabotaje del Poder Judicial o Legislativo al Ejecutivo. Que los “contrapesos” se confundan con obstaculizar, bloquear y frenar, no con la revisión y el fortalecimiento de las instituciones. Últimamente, hasta la “sinceridad” se ha falsificado. Dice el dirigente nacional de Acción Nacional, Marko Cortés, que divulgar su pacto ilegal con el PRI en el que se repartían escuelas, notarías, institutos autónomos y hasta un tribunal judicial, es un acto de “transparencia”. Confunde la desvergüenza con la autenticidad. La sinceridad o, como se dice en el debate público, “la transparencia” incluye los motivos con los cuales se habla, de ahí que, al escucharla un auditorio, sabe que el orador habla de lo que considera que es verdadero. Esto es crucial para la política: decir lo que tú consideras que es verdad, el contenido de lo que digo corresponde a cómo son las cosas, y si te expongo mis motivos para decirla, no hay en ellos otra intención más que decir la verdad. Lo que requiere el ejercicio del debate público no es que todos sean sinceros, sino que no haya mentiras. Que la verdad importe. Sólo este principio permite que exista cooperación social porque si hay engaños, lo que se fomenta es el desánimo y la despolitización. Justo es para lo que se inventó la desinformación, es decir, no para que la gente crea falsedades, sino para que sienta que todo podría ser verdad o todo podría ser mentira. Esa incertidumbre es necesaria para desmovilizar a una sociedad.
Es necesario también saber que la mentira es distinta del error por desconocer un tema o una ficción artística. Si uno dice que López Obrador “no sale del Palacio” quizás es por desconocimiento de las giras diarias por toda la República. Es un error, no es una mentira. La ironía y el sarcasmo no son mentiras porque ambos, hablante y receptor, comparten el saber de que se está fingiendo. De hecho, la ironía es un vehículo muy poderoso de la verdad; si no me creen, vean a los moneros del “Chamuco”. Tampoco es mentira la gentileza o la amabilidad convencional. La simulación, si bien se le parece, no es lo opuesto a lo verdadero, sino a lo auténtico y es una acción o una escenografía, pero no es un acto lingüístico. Para mentir es necesario que quien miente sepa que lo que dice que es verdadero, en realidad, es falso. Es decir, el mentiroso sabe que lo que dice como verdad es falso, pero tiene la intención de engañar al otro. Es consciente de ello. La otra característica, además de la conciencia, es que el mentiroso obtiene de ese engaño una ventaja o una ganancia. Cuando se perjudica a quien cree en esa mentira y pasa a actuar sobre ella, es que hablamos de manipulación. Esos fueron, en su mayoría, los asistentes a la marcha del “INE-no-se-toca”, uniformados de rosa, creyendo que el INE, la credencial y las casillas, iban a desaparecer.
Deberíamos de poner atención en el grado de agresión que significa engañar deliberadamente a otro para que tú puedes obtener un provecho. Es, como lo escribe la filósofa Franca D’Agostini en su libro sobre el tema, “una agresión a mi integridad mental”, porque me hace actuar en contra de mis propios intereses. En el caso de los marchantes vestidos de rosa, estaban avalando los salarios, fideicomisos guardados, retiros millonarios de los burócratas del Instituto Electoral, es decir, estaban actuando contra sus propios recursos. Además, se les había engañado a tal nivel, que pensaron que el INE iba a desaparecer cuando lo que se proponía en el Plan B era que los consejeros fueran electos en urnas, que se redujera el dinero a los partidos políticos, y que desaparecieran las listas plurinominales. Todo ello iba a favor de sus intereses, pero cayeron en la trampa.
El saber que una mentira lo es, requiere tiempo para investigar el contexto, la fuente, y la fiabilidad. Normalmente, como dijimos, está aislada y carece de contexto. Por ejemplo, que la refinería nueva en Dos Bocas “no genera un solo litro de gasolina y salió carísima su construcción”, como tituló hace unos días sus ocho columnas El Universal. El contexto sería que una refinería no produce de inmediato, que requiere un proceso de ajuste técnico que tarda varios meses y que hay fecha aproximada, entre diciembre 2023 y enero de 2024, anunciada hace ya tiempo por el Presidente. Que costó más cara, lo ha explicado Rocío Nahle con la obra adicional subterránea de fibra óptica y la nueva tecnología que permite la automatización. La fuente de la mentira, que en este caso es El Universal, es “documentos a los que tuvimos acceso” o “una fuente cercana”. Es decir, no hay fuente. Por último, si es fehaciente depende de si sabemos por los informes de la autoridad que esto es así o es falso. No es lo mismo, si se quiere saber la verdad, la autoridad cognitiva que una fuente anónima, como era más relevante saber lo que decían la OMS y el doctor Gatell y no tanto una dentista o la reportera de Univisión. No son iguales si se trata de enlazar verdad y conocimiento. Es necesario, por último saber qué datos se dejaron a un lado, se ocultaron, y cuáles se sobredimensionaron para hacer de la mentira algo verosímil. Para volver al ejemplo de Dos Bocas, pues se dejó de lado toda la explicación y, de hecho, la aceptación precisa de que sí, en efecto, todavía no sale gasolina y se gastó más en un equipo subterráneo digital. Pero no es ni siquiera un “descubrimiento” de El Universal, sino una carnicería de la realidad para sostener una mentira, una distorsión.
En una mentira lo que se deja de lado es normalmente la parte que podría desmentirla. El contexto nunca se establece basado en la realidad o, siquiera, en la experiencia de los oyentes. Se ha tratado de construir una prementira, es decir, una escenografía fingida en la que puede correr lo falso. Una especie de pista de carreras. Esta prementira dice que México es una dictadura, que Morena es más priista que el PRI, que es más inepta que el PAN, y una “secta” como el PRD. Que el país se destruye. Que la planificación del Estado son caprichos unipersonales. Que la democratización de instancias como los institutos autónomos o judiciales es la toma del Ejecutivo de esos poderes y no, como se propone, que sean responsables ante los electores, ante los ciudadanos, de sus decisiones. Nada de esto es la experiencia real de la mayoría de los mexicanos que no han visto devaluarse al peso y entrar en una nueva crisis cíclica de cada fin de sexenio. Han experimentado lo contrario: aumentos al salario, baja inflación, no endeudamiento, y casi pleno empleo. La clase media, con toda seguridad, ha gozado del fortalecimiento del peso frente al dólar. Por eso la prementira de la dictadura y el país deshecho sólo puede estar en las palabras en su relación con los deseos de catástrofe de muchos, pero no en la realidad y instalada en la verdad, como la experientamos, con lo sentidos y el juicio racional. La prementira se instala usando los prejuicios que existen ya en ciertas capas sociales. Por ejemplo, que los mexicanos no hacemos nada bien, que todos somos huevones y corruptos, traidores y negligentes. De esa simplificación se pasa a un procedimiento conocido como polarización que es decir, por ejemplo, que por ser mexicano y no saber inglés, el Presidente es un “peligro” y, finalmente, pasar a otro procedimiento conocido como desplazamiento donde es al propio Presidente al que se le endilga la culpa de la polarización y la simplificación. Más aún, esa realidad irreal que es la prementira, la pista de carreras de lo falso, se vive como una intimidación para pertenecer o no a un grupo, por ejemplo, en un instituto universitario o en una oficina de una empresa. Tienes que estar de acuerdo en la simplificación, la polarización, y el desplazamiento para ser aceptado. Esta intimidación que viven muchos, enmascara lo que es un conflicto cognitivo, es decir, de conocimiento real de la cosa pública, con un conflicto político donde se saca provecho de la sospecha y el escepticismo y se convierte en vehículo de la mentira.
El problema de las mentiras es que estimulan a la verdad que es lenta, completa, y compleja, pero se abre paso. Todas las mentiras de la oposición generan verdad, porque ésta es una función del debate. Nadie discute si una mesa existe pero, de hacerlo, sobrevendrían las demostraciones de verdad. La prementira en la que han invertido tanto tiempo y dinero, parece funcionar, tan sólo, para ese 20 por ciento que votará al PRIAN. Y, para ellos, es que hice esta columna.
Fabrizio Mejía Madrid
Es escritor y periodista. Colabora en La Jornada y Aristégui Noticias. Ha publicado más de 20 libros entre los que se encuentran las novelas Disparos en la oscuridad, El rencor, Tequila DF, Un hombre de confianza, Esa luz que nos deslumbra, Vida digital, y Hombre al agua que recibió en 2004 el Premio Antonin Artaud.
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