6/15/2025

Radiografía de la susceptibilidad

 sinembargo.mx

Óscar de la Borbolla

Sin proponérmelo he terminado por convertirme en un observador de la sociedad, en un testigo de sus cambios y, sobre todo —y eso sí ha sido deliberado—, me he propuesto hacer de esta columna una suerte de espejo crítico donde podamos mirarnos, aunque no siempre sea con beneplácito. Quisiera hablar de una conducta que ha venido cocinándose en los últimos años y que hoy se ha convertido ya en el dispositivo con el que recibimos cuanto nos llega de los demás: la susceptibilidad. Creo no engañarme al decir que es uno de los rasgos más sobresalientes de nuestro tiempo y que no ha habido momento en el que los seres humanos hayan sido más susceptibles que hoy.

Muchos, incluso, hablan de cultura del victimismo, o de cultura de la fragilidad psicológica o, sin más, se refieren al asunto con la metáfora: personas de cristal. Yo prefiero el término "susceptibilidad", pues es el indicado para denominar el fenómeno que se está observando: la facilidad para ofenderse.

Siempre, desde que tengo memoria, han existido personas susceptibles. Solo que eran pocas. En las familias extensas no faltaba alguien con quien uno sabía que "debía tratarlo con pinzas", pues se ofendía lo mismo si no era el primero a quien se le ofrecía pastel, que si se le ofrecía. Cualquier frase, incluso la formula anodina: "buenos días" podía molestarlo. "Buenos los tendrás tú", replicaba mi abuelo, "eres un desconsiderado, ¿qué acaso no sabes que pasé mala noche?". Al principio me desconcertaba, pero en mi familia todos estaban al tanto de su susceptibilidad y procuraban no hacerle caso, o darle por su lado. Terminé aprendiendo a convivir con él. Nadie le daba mucha importancia: "es quisquilloso", decíamos y seguíamos adelante.

En la actualidad, esa susceptibilidad está más extendida. Conste, me refiero a "esa susceptibilidad". No a las ofensas claras y directas que con toda intención, a veces, se le dirigen a alguien que, obviamente, se ofende con ellas, pues, en efecto, son agresiones francas. "Esa susceptibilidad" de la que hablo es la de aquel que ve ofensas donde no las hay y, sobre todo, vive buscándolas hasta en donde no las hay. Quien busca ofensas termina por encontrarlas, y es importante entender por qué las ofensas pueden ser encontradas hasta en donde no las hay.

La clave está en la ambigüedad inherente al lenguaje. Las palabras y sobre todo las expresiones pueden ser tomadas de muchas formas. Imagínese la siguiente situación: Juan está trabajando con prisa porque el plazo que tiene para entregar lo que le pidieron está por expirar. Pedro, que es su amigo, anda quitado de la pena y se le ocurre llamar a Juan por teléfono para platicar. Tras cruzar unos saludos convencionales, Juan dice: Pedro, perdóname, pero no puedo perder tiempo. No voy a terminar lo que estoy haciendo. Hablemos otro día…

Si esta conversación se diera entre dos personas comunes y corrientes, Pedro entendería la premura de Juan, le desearía suerte con su trabajo y se despedirían fraternalmente para hablarse cualquier otro día, y ambos colgarían el teléfono contentos. Si la misma conversación ocurriera, pero Pedro fuera susceptible, la frase de Juan: "perdóname, no puedo perder tiempo", Pedro la tomaría en el peor sentido y respondería: Así que platicar conmigo es para ti perder el tiempo. No, Pedro, no me entiendes: no quise decir eso; solo quise decir que estoy muy ocupado. Entonces Pedro, ofendiéndose más, agregaría: Encima me tratas como a un imbécil que no entiende frases tan simples como "no puedo perder tiempo". Es claro que no valoras nuestra amistad, no solo me consideras una pérdida de tiempo, sino un idiota que no entiende. Y aventaría el teléfono.

Esta conversación, aunque inventada, es muy parecida a lo que está ocurriendo en nuestros días. Detengámonos a analizarla: la frase que desencadena el disgusto es: "no puedo perder tiempo". Para Juan significa sencillamente que está muy apurado. Pero, también significa lo que Pedro entendió: que Juan considera una pérdida de tiempo platicar con él. Ambos sentidos están en el dicho de Juan. Pues la susodicha frase, como cualquier otra, es polisémica y su sentido lo establece el receptor. El susceptible decodifica con un marco que lo hace tomar el peor sentido que tiene la frase, y no es que no lo tenga, sí que lo tiene, pero tiene además otros significados, otros neutros, los que se destacan cuando uno se dispone de buena fe.

La ambigüedad del lenguaje es, por lo visto, una mina de múltiples sentidos donde quien busque ofensas puede hallarlas con toda seguridad, porque, efectivamente, están ahí. El problema está en querer buscarlas. Para el susceptible, desafortunadamente, los únicos significados que brincan son los peores.

Dada la ambigüedad intrínseca del lenguaje son muchos los factores que establecen el significado de un dicho: el contexto, el tono, el clima emocional de quienes dialogan… y olvidarlo o ignorarlo solo agrava el momento difícil en el que hoy nos encontramos. De ahí que la predisposición a buscar en la ambigüedad del lenguaje hasta "microagresiones" es querer encontrarlas. El momento, insisto, es peligroso, pues con la generalizada susceptibilidad están en peligro ingredientes fundamentales para la vida civilizada y cordial: la espontaneidad, la libertad de expresión, el respeto a la autenticidad de lo que cada quien piensa… Solo me resta agregar: ojalá hubiera entendido esto cuando tuve que convivir con mi abuelo, y ojalá él también lo hubiera entendido.

X @oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla

Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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