Cada día, su padre se quedaba con sus ingresos y los gastaba en alcohol.
Pero a mediados de este mes, ese ciclo se quebró. Horas antes de que
su padre la llevara a Guntur, un distrito productor de pimientos
(llamados también ajíes o chiles), a 168 kilómetros de distancia,
Gangotri fue rescatada y llevada a una escuela con internado en la
vecina localidad de Devarakonda, donde ahora cursa el cuarto grado.
"¿Si
no hay nada que comer y no tenemos tierra para cultivar alimentos, qué
opciones tenemos salvo enviar a nuestros hijos a ganarse el pan?":
Khetawat Jamku.
Una organización sin fines de lucro, el Centro de Recursos Gramya para la Mujer,
dirige la escuela. También moviliza al pueblo lambada contra la trata
de niños y niñas, el abuso infantil y el infanticidio, prácticas
frecuentes en la comunidad del austral estado de Telangana.
La escuela tiene a 65 niños como Gangotri, rescatados del trabajo infantil o los traficantes.
“Me gusta la escuela. Cuando sea grande voy a ser maestra”, dijo Gangotri a IPS.
El pueblo de Gangotri es uno de los solo 40 en toda India en contar
con un Comité de Protección Infantil, cuyos 12 integrantes trabajan
para prevenir la trata y el trabajo infantil esclavo o forzado.
El comité, capacitado por Gramya en los derechos de los niños y las
mujeres, vigila atentamente a las niñas en edad escolar del pueblo. Si
una de ellas no asiste a la escuela por un par de semanas, suena la
alarma: en general una larga ausencia significa que la niña fue
destinada al trabajo o al casamiento.
Pero la vigilancia no logra salvar a todas. El mismo día del rescate
de Gangotri, Banawat Nirosha, una niña de 12 años, desapareció de la
aldea de Mausanngadda. Sus padres, campesinos sin tierra, la llevaron
con ellos para trabajar como recolectores de pimientos en la localidad
de Guntur.
Es probable que los padres vuelvan cuando termine la cosecha en
marzo, pero existe la posibilidad de que arreglen el matrimonio por
conveniencia de su hija en Guntur, según dijeron varios aldeanos a IPS.
Frenar la matanza y la venta de las hijas
Estos casos son comunes, pero el comité asegura que las cosas
mejoraron mucho en la aldea, donde el infanticidio femenino y la trata
de niñas eran generalizados hace solo 20 años.
En marzo de 1999, tras el rescate de 57 niñas lambadas de una red de
trata en Hyderabad, la capital de Telangana, investigaciones policiales
revelaron que, entre 1991 y 2000, unos 400 bebés de la región fueron
vendidos y comprados en adopción, pero los activistas temen que muchos
hayan terminado como mano de obra esclava o en el comercio sexual de
India.
En este país donde se calcula que tres millones de niñas
“desaparecen” cada año debido a los abortos selectivos y el
infanticidio, las niñas lambadas corren un doble riesgo.
La fundadora de Gramya en 1997 y activista social de Hyderabad,
Rukmini Rao, recuerda algunos de los horrores que experimentó en su
labor, como haber impedido que una familia, que ya luchaba por mantener
a cuatro hijas, matara a dos mellizas recién nacidas en un pueblo de
Telangana.
Un estudio que Rao realizó concluyó que en el pueblo había 835 niñas por cada 1.000 varones.
En la actualidad, gracias a la sensibilización y a la vigilancia de
la comunidad, esa proporción ascendió a 983 cada 1.000, muy por encima
del promedio nacional de 941 niñas cada 1.000.
Pero queda mucho por hacer. En este país donde 50 por ciento de la
población tribal vive en la pobreza, con menos de un dólar al día,
evitar que las familias lambadas maten o vendan a sus hijas es una
batalla cuesta arriba.
Suma Latha, una coordinadora de Gramya con 14 años de experiencia en
la formación de mujeres lambadas como activistas de derechos del niño,
dijo a IPS que las embarazadas suelen viajar a Hyderabad, donde venden
sus bebés recién nacidos por unos pocos miles de rupias, y de vuelta en
el pueblo explican que murió al nacer.
“La venta es siempre en contra de la voluntad de la madre, arreglada
por el padre y la suegra”, aseguró Latha. Cuando Gangotri fue
rescatada, su padre había ofrecido “dar” a la chica por 15.000 rupias,
o unos 250 dólares.
De piel clara y ojos color avellana, los niños lambadas son muy
solicitados por parejas sin hijos oriundas en su mayoría de las
ciudades, que están dispuestos a pagar generosamente por un bebé.
Algunos terminan en casas de familia, pero otros casi seguro que caen en manos de delincuentes con fines sexuales.
“Los intermediarios que compran los bebés… se mueven por dinero, no
por la moral”, observó Lynette Dumble, una médica australiana que
estudia el infanticidio femenino en India desde hace más de 20 años.
“Así que si los delincuentes ofrecen más… las chicas terminan
vendidas”, añadió.
Los datos recabados por numerosas organizaciones revelan que
Hyderabad, la ciudad más cercana a los pueblos lambadas, es un centro
creciente de trata sexual.
En 2013 la policía detuvo a 778 delincuentes que se dedican a la
trata de personas y rescató a 558 víctimas, incluidas menores de edad,
indicó B. Prasada Rao, el director de la policía del estado de Andhra
Pradesh, en la frontera con Telangana.
Aunque eso representa solo una pequeña parte de la trata sexual
infantil estimada en unos 43.000 millones de dólares en todo el país,
la situación preocupa mucho a los activistas de la zona.
Soluciones sostenibles
Las mujeres lambadas creen que la clave está en la educación, y
exhortan a las familias a que aprovechen el sistema escolar público y
los subsidios estatales para aumentar la matriculación de las niñas en
las zonas rurales.
Pero igualmente importante, según los investigadores, es darles alternativas a las comunidades marginadas.
Datos oficiales indican que 90 por ciento de la población tribal de
India no tiene tierras. En el distrito de Nalgonda, donde apenas
subsiste la familia de Gangotri, 87 por ciento de la población tribal
no es propietaria de la tierra.
Si la tierra no produce lo suficiente para la subsistencia, las familias, inevitablemente, buscarán su sustento en otra parte.
“¿Si no hay nada que comer y no tenemos tierra para cultivar
alimentos, qué opciones tenemos salvo enviar a nuestros hijos a ganarse
el pan?”, cuestionó Khetawat Jamku, una mujer lambada de 50 años.
Edición de Kanya D’Almeida / Traducción de Álvaro Queiruga
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