Expreso mis reflexiones y divergencias en torno al artículo de Armando Bartra “Votar o no votar: ¿he ahí el dilema?” (La Jornada.
8 de febrero de 2015). Coincido con el breve diagnóstico en que inicia
su texto, al considerar que el gobierno de Peña Nieto ha colapsado. No
creo que pueda sustentarse, en cambio, que la renuncia del presidente
haya sido la “bandera más flameante” del movimiento nacional por la
vida de los jóvenes de Ayotzinapa. Más bien constituyó una consigna que
cobra fuerza entre algunos contingentes que participan en las marchas
solidarias, la cual no necesariamente se formula como una demanda orgánica
de los padres, normalistas y maestros de Guerrero, quienes se han
centrado en la aparición con vida de los 43 jóvenes estudiantes, en el
castigo a los responsables de las ejecuciones extrajudiciales y las
desapariciones forzadas, en la exigencia de investigar a los militares
y al entorno político más allá de Iguala y Cocúla. Tampoco puede
afirmarse que una demanda generalizada del movimiento surgido en torno
a la normal de Ayotzinapa sea no votar. Muchos agrupamientos sociales y
comunidades en Guerrero y en el país, eso sí, han decidido instalar
gobiernos autónomos que respondan a los intereses de los pueblos.
También hay una interpretación equivoca que Bartra expresa del
movimiento en favor de una nueva Constitución, que no puede ser
identificado como compuesto de “personajes principalmente de la
izquierda eclesial”. Quienes asistimos el 5 de febrero a la reunión que
echó andar un proceso en esa dirección pudimos constatar la variedad de
organizaciones y personas que participan en el esfuerzo, en las que se
distinguió la intensa actividad de numerosos jóvenes procedentes de
todo el país. Afirmar que fue una asamblea de un “comité de
honorables”, “personalidades esclarecidas”, “minorías politizadas”,
“vanguardistas doctrinarios”, es una falta a la verdad. Hubo un
presídium conformado por personas conocidas públicamente pero también
por representantes de organizaciones y de numerosos estados de la
República. El diagnóstico que se expuso en la reunión sobre el Estado
mexicano fue fundado básicamente en la Sentencia del Tribunal Permanente de los Pueblos
(enelvolcan.com/ Número 34, noviembre-diciembre de 2014), en la que se
sostiene la existencia de un desvío de poder que da lugar a un Estado
criminal. Este cuestionamiento al Estado y sus corruptas y desfondadas
instituciones es considerado por Bartra una “radicalización discursiva”
y, todavía más, afirma que éste “cuestionamiento integral” al sistema
político mexicano dio un supuesto “respiro a Peña” y un “segundo aire
al sistema”. Lo paradójico es que la Constituyente no ha planteado,
como tal, una posición de boicot a las elecciones, e incluso, ese punto
del debate se dejó para que tuviera lugar en marzo.
No
obstante, el enojo y regaño que proyecta esa interpretación radican en
que el movimiento de padres, estudiantes y eventuales constituyentes,
de acuerdo con Bartra, no va en la dirección políticamente correcta
para el cambio de régimen: esto es, la combinación de elecciones y
movilización social, como ha ocurrido –se afirma-- en Venezuela,
Ecuador y Bolivia. Sin embargo, no se hace un análisis de mayor calado
para explicar lo realmente acontecido en estos tres casos, esto es, las
previas y francas rupturas del sistema político imperante, ya sea por
la irrupción de masivos movimientos indígenas, revoluciones ciudadanas
o de naturaleza cívico-militar que desde abajo impusieron nuevas reglas
del juego y se trasformaron, con esa fuerza inicial, en poderosas y
enraizadas opciones electorales.
Además, no todos los procesos
electorales tienen un carácter decisivo. Las elecciones de este año en
el México de los crímenes de Estado, son elecciones intermedias que
evidentemente no traerán un cambio notable en la correlación de fuerzas
en el Congreso de la Unión, en los congresos locales, gubernaturas y
otros cargos de elección popular. Tampoco se vislumbra una
transformación de la naturaleza autoritaria, clientelar, corrupta y
tramposa del sistema electoral mismo, con la coacción de la ciudadanía
por patrones y sicarios, la compra del voto con dinero en efectivo,
despensas, cemento o tarjetas de prepago, las encuestas que no miden
sino norman intenciones de voto, la dictadura mediática que construye y
destruye candidatos y que, de paso, se embolsa exorbitantes sumas de
dinero; además de las autoridades y tribunales electorales omisos a sus
obligaciones y cómplices de esas prácticas de corrupción extendida y
masiva.
Es verdad que no se trata de renunciar a ninguna forma
de lucha social, incluyendo la electoral, ni a la forma partido como
instrumento organizativo al servicio de la trasformación social,
siempre y cuando elecciones y partido tengan a los trabajadores y a los
pueblos su propósito y razón de ser. El fallecido presidente Hugo
Chávez participó en los múltiples procesos electorales con abiertas
posiciones socialistas, que refrendó en el último periodo un 55% del
electorado, con un 80% de participación ciudadana.
Bartra
subraya la falta de coordinación entre movimientos sociales y
organizaciones electorales como si no existiera en México una historia
muy reciente de varias décadas de luchas democráticas que establecieron
por la vía del voto “gobiernos de izquierda” en varios estados de la
República, incluyendo la capital, mismos que se corrompieron hasta
perder su fisonomía, e incluso sus principios fundacionales, y sus
gobiernos no se distinguieron precisamente por ser ejemplos de cambio
de régimen (Guerrero, Zacatecas, Morelos, Tabasco, Distrito Federal,
Oaxaca); la profusión de críticas se hace cómo si no hubieran tenido
lugar singulares procesos ciudadanos en defensa del voto, administrados
finalmente por sus dirigentes en función de sus intereses personales,
partidarios o de grupos, olvidando, de paso, los más de 600 muertos del
PRD, entre las filas de los más pobres, principalmente.
Las
izquierdas electorales mexicanas, pese a las traumáticas experiencias
de 1988 y 2006, y sin que mediara una autocrítica sobre su actuación en
esas coyunturas, no se organizaron ni tampoco organizaron a la sociedad
para revertir el fraude que venía preparándose meses antes de las
elecciones del 2012; entrampadas en la institucionalidad de la que
forman parte, asumieron nuevamente –sin fundamento alguno--, actitudes
triunfalistas, mientras sus intelectuales, muchos de ellos ahora en
Morena, perdieron el sentido de la crítica hacia su candidato a la
presidencia, sus posiciones equivocas en temas fundamentales y el
contenido ambivalente de una campaña salvada no del todo por la
irrupción juvenil del Yo soy 132, que vino a darle una impronta
inesperada. Esa izquierda que se alejó de los movimientos sociales
importantes, como el de los pueblos indígenas (al que traicionó), o el
que se pronuncia contra la renovada guerra sucia, o el que denuncia la
abierta injerencia de Estados Unidos en nuestro país, firmó “pactos de
civilidad” en el 2012, a sabiendas de que los operativos fraudulentos
de Peña Nieto estaban en marcha, y actuó durante la campaña muy
amorosamente indulgentes con grupos empresariales, clericales y con
priístas recientemente conversos, entre ellos, nada menos que quien en
1988 operó la “caída del sistema”, y otro caso significativo de
acomodo, el del fue subsecretario de Gobernación, y hoy gobernador de
Tabasco.
Que Andrés Manuel López
Obrador “lleva diez años recorriendo el país, dialogando con la gente y
creando una organización de ciudadanos”, como afirma Bartra, no me
queda duda. La pregunta es si ésta organización de ciudadanos se ha
enraizado en los movimientos populares y de resistencia, aparte de
dedicarse a construir estructuras para el nuevo partido político, con
sus eventuales prerrogativas económicas nada desdeñables y sus
políticos profesionales que van conformando esa estructura partidaria.
Si tomamos en cuenta el perfil de algunos precandidatos, como el
secretario de salud del gobierno de Aguirre, o el del empresario que ha
militado en partidos de todo color y que en Morelos pretende ser
gobernador por Morelos, surgen algunas dudas. Según se ha venidos
conociendo, en otros estados, los precandidatos o candidatos de Morena
para las elecciones de este año son empresarios o “personalidades”,
“gente famosa”, sin ninguna trayectoria de lucha ni relacionados
orgánicamente a ningún movimiento social, mientras las plurinominales
serán rifadas “para inhibir la ambición de la condición humana”. ¿Es
con este tipo de candidaturas y procedimientos fortuitos que se
pretende cambiar al mal gobierno y elegir uno bueno? ¿Qué se busca
crear poder popular abajo? ¿Es realmente Morena partido-movimiento?
Claro que todos quisiéramos para México potentes organizaciones
sociales unificadas a organizaciones políticas que se ganen el apoyo
masivo en las urnas porque no abandonan la calle; esta combinación que
Bartra considera invencible y visionaria, verso y prosa.
Desgraciadamente, no es el caso. Pero el divorcio no provino del
movimiento social que ha estado resistiendo, con muchos costos en vidas
humanas, presos y desaparecidos, la criminalidad del poder y el embate
de las corporaciones, que incluyen ambos al crimen organizado. La
responsabilidad del rechazo al régimen de partidos de Estado, cada vez
más extendida, recae en quienes no han sabido ganarse la confianza
masiva de la ciudadanía a partir de su compromiso con las luchas
populares del día a día, y no sólo para las coyunturas electorales,
como las que ahora se aproximan.
Sin esperar a salvadores
providenciales, los pueblos se organizan y buscan maneras inéditas de
lucha y resistencia. Sin comparaciones que extrapolan situaciones,
geografías, personajes y condiciones históricas disimiles, me pregunto:
¿es realmente, el dilema en México, votar o no votar en este
año 2015? No lo creo. Sin embargo, están en todo su derecho quienes
quieren organizarse nuevamente por esa vía, y me refiero especialmente
a las bases de Morena, siempre y cuando, se espera, sea por el bien del
país y por las trasformaciones de fondo que México necesita. El tiempo
lo dirá.
En lo que si coincido plenamente con Bartra es en el
clamor que ha dado la vuelta al mundo: ¡Vivos se los llevaron, vivos
los queremos!
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