Jesús Cantú
Andrade y Peña en Los Pinos. Foto: Benjamin Flores |
MÉXICO,
D.F. (Proceso).- Parece que los consejeros del presidente Enrique Peña
Nieto son sus peores enemigos, pues cada nuevo anuncio es menos creíble
que el anterior y únicamente sirve para incrementar la desconfianza y
debilitar la gobernabilidad. El anuncio de esta semana cumple dichas
condiciones: muestra un presunto nuevo plan contra la corrupción,
acompañado de un descuidado discurso presidencial y de una mala
selección del funcionario encargado de aplicarlo, que tiene una
encomienda increíble.
En esta ocasión no se
recurrió a la parafernalia oficial. Simplemente se convocó a una rueda
de prensa, en la que Peña Nieto hizo el anuncio. Como en todos los
casos anteriores, entrelaza nuevas iniciativas con acciones ya en
marcha (que en poco o en nada han contribuido a mejorar el ejercicio
gubernamental o la imagen presidencial), pero con un mensaje lleno de
contradicciones.
Al inicio de su mensaje enfatiza que su actuar “se ha
apegado al marco jurídico vigente” y que ni siquiera ha incurrido en
ningún conflicto de interés, puesto que “el presidente no otorga
contratos, no adjudica compras, ni obras, tampoco participa en ningún
comité de adquisiciones, arrendamientos o servicios”. Pero se preocupa
porque “los señalamientos realizados generaron la apariencia de algo
indebido, algo que, en realidad, no ocurrió”.
Y señala que el tercer tipo de conflicto de interés que
identifica la doctrina en la materia son “los aparentes, en donde
existe la percepción o la sospecha de que hay un conflicto de interés,
sin que en realidad exista influencia indebida en la toma de
decisiones, ni violación legal alguna”. Así, Peña Nieto no únicamente
se autoexculpó de cualquier delito o irregularidad administrativa;
incluso ubicó su caso dentro de lo que él denominó la doctrina sobre
los conflictos de interés.
Pero, sabiendo que su veredicto no sería confiable para
la opinión pública, concluyó su discurso con un énfasis: “Reafirmando
mi absoluto compromiso con la transparencia y la rendición de cuentas,
he solicitado a la Secretaría de la Función Pública que investigue y
resuelva si hubo o no conflicto de interés en las obras públicas o
contratos otorgados por dependencias federales a las empresas que
celebraron compraventas de inmuebles con mi esposa, con el titular de
la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y con un servidor”.
En el mismo acto y discurso nombra a su investigador; lo instruye para que lo investigue y le dicta la resolución.
Sin embargo, para dejar claro que no entiende lo que es
un conflicto de interés, quien debe cumplir su encomienda es Virgilio
Andrade, que además de ser su subordinado es un viejo y entrañable
amigo de otro de los investigados, Luis Videgaray, titular de Hacienda.
También es un probado defensor de las causas priistas,
primero como representante suplente de dicho partido ante el Consejo
General del IFE y, posteriormente, como Consejero Electoral, de 2003 a
2010. Andrade está vinculado a grupos políticos del Estado de México,
desde que en 1989, cuando sólo tenía 22 años, fungió como coordinador
de asesores del entonces Oficial Mayor de la Secretaría de Gobernación,
Augusto Ponce Coronado, quien había sido coordinador de campaña de
Jorge Jiménez Cantú (gobernador del Estado de México de 1975 a 1981).
Al día siguiente de su designación, en entrevista con el
periódico Reforma, Andrade también contribuyó a desacreditar su
encomienda: dejo claro que lo único que investigará es la asignación de
los contratos de obras públicas federales (en lo que va del sexenio) a
los dos constructores involucrados en la venta de las casas. Anticipó
que no revisará los beneficios extraordinarios que obtuvieron Angélica
Rivera, Peña Nieto y Videgaray por el trato privilegiado que recibieron
de los vendedores de sus casas, ni mucho menos las fortunas de los
dueños de las constructoras.
A Angélica Rivera le vendieron una casa de 86 millones de
pesos en 54 millones, es decir, con un descuento de 37% y con un
crédito no bancario a una tasa preferencial de 9% anual, en el momento
en que las tasas promedio se encontraban en 12%. A Videgaray le
facilitaron otra casa de más de 11 millones de pesos en sólo 7.5, es
decir, un descuento de 35%, le permitieron pagar un enganche del 8% de
ese valor y le financiaron el 92% restante a una tasa de interés de
5.31% anual, cuando la tasa promedio era de 12%.
En el caso de Peña Nieto, se sabe menos de las
condiciones en las cuales los San Román le vendieron su casa en Ixtapan
de la Sal, pero es un hecho que el valor promedio del metro cuadrado
subió en estos 10 años en 75% (él compró los 2 mil 138 metros cuadrados
en aproximadamente mil 900 pesos por metro, y hoy el terreno más barato
vale 3 mil 300 pesos por metro cuadrado). Los tres recibieron grandes
beneficios.
Y las dos constructoras también vieron crecer sus
contratos con el gobierno del Estado de México, primero, y luego el
federal. El Grupo Higa, en los nueve años que Peña Nieto ha encabezado
un gobierno, ha recibido contratos por 60 mil millones de pesos, y las
empresas de Roberto San Román obtuvieron encargos del Estado de México
por más de 100 millones de dólares y han recibido 11 contratos en lo
que va de la actual administración federal. Ni Peña Nieto ni Videgaray
estuvieron en los procesos de adjudicación, pero sí instruyeron para
que se les otorgaran los contratos; difícilmente se puede encontrar
otra explicación a su repentino y vertiginoso crecimiento.
Nada de esto aparecerá cuando revisen los procesos de
asignación; seguramente los funcionarios responsables de los mismos
cubrieron todos los requisitos legales y, si no ellos, Andrade tendrá
el cuidado de hacerlo, pues sólo él tendrá acceso a la documentación
correspondiente.
El conflicto de interés tiene que investigarse desde las
dos partes: los funcionarios públicos involucrados y las compañías
ganadoras, no únicamente revisando los procesos de asignación de los
contratos, sino su operación global. Pero Andrade ya dejó claro que
tendrá el cuidado de no hacerlo así; él investigará donde no encontrará
nada ilícito o irregular.
Los nuevos anuncios presidenciales de combate a la
corrupción logran exactamente el efecto contrario al que pretenden, por
lo burdo y desaseado de la maniobra. La simulación nació muerta. l
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