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Alrededor de un centenar de mujeres abarrotan la pequeña sala. La
mayoría sentadas, algunas de pie. Pese a estar en Líbano, las
autóctonas son minoría. Sri Lanka, Bangladesh, Nepal, Filipinas,
Madagascar, Camerún, Islas Mauricio. Los orígenes son diversos pero
todas comparten algo en común: son trabajadoras domésticas y luchan por
mejorar sus condiciones laborales en un país donde sus empleadores se
convierten en "responsables legales" de las migrantes que contratan.
Es domingo por la mañana y, pese a ser su único día libre, han decidido
dedicarlo a organizarse por sus derechos, como han hecho a lo largo del
último año, en el que han pedido al Gobierno la creación de un
sindicato.
En Líbano, un país de cuatro millones y medio de
habitantes, se calcula que el número de trabajadoras domésticas
extranjeras es de 250.000. En su mayoría provienen del sudeste asiático
y de África. En el conjunto del mundo árabe, se estima que el número
asciende a 2,4 millones, todas ellas bajo el yugo del sistema legal de
esponsorización que rige la contratación, conocido como kafala.
La principal reivindicación de las trabajadoras domésticas es la
supresión de este sistema muy extendido en los países de Oriente
Próximo porque, aseguran, da a los empleadores un poder casi total
sobre sus trabajadores y favorece abusos y maltratos.
Los
más denunciados son los trabajos forzados, el impago o el retraso en el
pago del salario, el encierro forzado en el lugar de trabajo, la
negación de tiempo libre y la confiscación del pasaporte, según los
testimonios de las empleadas domésticas contactadas por eldiario.es.
Abusos verbales, físicos y sexuales también son frecuentes.
"Depende de nosotras, de las trabajadoras domésticas, plantarnos y
decir este es nuestro derecho". Gemma Justo es filipina, tiene 48 años
y desde hace 21 vive en Líbano. Vino al pequeño país mediterráneo para
trabajar como empleada doméstica y así pagar la educación de sus tres
hijos, ahora licenciados universitarios. En este tiempo también se ha
convertido en una de las activistas más comprometidas del país en pro
de los derechos de las empleadas domésticas extranjeras ante la
explotación que sufren en este sector.
Sin embargo, como ella
misma reconoce, no es fácil reclamar los propios derechos cuando se
está sometida a unas condiciones deplorables: cuando una queja puede
conllevar la deportación; cuando uno trabaja 17 ó 18 horas al día sin
ninguna jornada de descanso; o cuando no puede relacionarse con
personas ajenas a la familia que le paga el salario porque vive en la
misma casa. Cuando por regla el Estado no se inmiscuye en lo que sucede
dentro del espacio privado del hogar.
La mayoría de trabajadoras
domésticas extranjeras nunca se planta ante abusos laborales o incluso
maltratos. Y por eso, saltar por el balcón, como hizo la etíope
Birkutan Dubri el pasado 10 de noviembre, puede parecer una opción más
factible que dar un paso al frente. Su intento de suicidio fue grabado
por un videoaficionado y se suma a otras tantas decenas que ocurren
cada año.
Es significativo que en Líbano una trabajadora
doméstica raramente "deja" su trabajo sino que, según la terminología
local, "escapa". Cuando una trabajadora migrante abandona la casa sin
el consentimiento del empleador, pasa a ser ilegal en el país, con el riesgo de ser encarcelada o deportada. "El sistema actual estrangula a la trabajadora", enfatiza Gemma.
"Creo que los abusos son habituales porque los empleadores saben que se
lo pueden permitir", asegura Yara Chehayed, de la organización local
Movimiento Anti-Racista, en relación a la impunidad de qué gozan los
empleadores.
Por primera vez, su objetivo se aleja de la utopía
La perseverante lucha de Gemma y sus compañeras ha perseguido siempre
el objetivo de crear una organización para "defender los derechos de
manera colectiva y darnos apoyo las unas a las otras". Por primera vez,
su objetivo ya no parece una quimera.
El pasado 29 de diciembre,
las trabajadoras domésticas en Líbano, a través de la Federación
Libanesa de Sindicatos de Trabajadores y Empleados (FENASOL), enviaron
una petición al Ministro de Trabajo libanés para crear un organización
sindical.
De prosperar la propuesta, Líbano se convertiría en
el primer país árabe con un sindicato que incluye a las trabajadoras
domésticas extranjeras.
Lucha contra el aislamiento y el miedo
El objetivo del sindicato es, además de regularizar las condiciones de
trabajo y vida de las empleadas inmigradas, darles voz para que
defiendan sus derechos y crear un espacio para construir una red de
solidaridad y apoyo mutuo. Una labor que se lleva tiempo haciendo de
manera informal. "Recibo llamadas todo el tiempo, incluso de madrugada,
porque las chicas tienen que esconderse para poder comunicarse",
explica Aimée Razanajay, otra veterana activista, en este caso de
Madagascar.
"Muchas de las trabajadoras viven aisladas, sin
casi red social, están muy perdidas. Les aconsejamos, les enseñamos a
tratar con los empleadores –muchas veces hay problemas de
comunicación–, y les explicamos los recursos de los que disponen a
través de las ONG".
La propuesta enviada al gobierno es el
fruto de tres años de trabajo en el marco de un proyecto piloto
impulsado por la Organización Internacional del trabajo (OIT) bajo el
paraguas de FENASOL. "Más que ir a través de expertos, quisimos hacerlo
a través de las líderes comunitarias", explica Zeina Mezher,
coordinadora para la OIT del proyecto, "han sido ellas las que han
guiado la investigación, han organizado los grupos de trabajo y han
convencido a las trabajadoras domésticas".
A inicios de 2014, y
como consecuencia de este proyecto piloto, se formó el Comité de
Trabajadoras Domésticas, un embrión de lo que debería ser el sindicato.
Alrededor de 150 mujeres de unas diez nacionalidades se han ido sumando
a él, reunión tras reunión, los domingos en la sede de FENASOL. El
proceso no ha sido fácil debido al aislamiento de las trabajadoras y a
"la cultura del miedo a qué están sometidas", asegura Aimée. Todavía
hay desconfianza entre muchas trabajadoras sobre los beneficios de
organizarse y temor por las represalias de los empleadores si descubren
su implicación en el proyecto.
Los trabajadores extranjeros no pueden sindicarse
A ello se suman las dificultades legales. El código laboral de Líbano
impide a los trabajadores extranjeros formar parte de sindicatos y no
reconoce el trabajo doméstico como tal. Castro Abdullah, presidente de
FENASOL no tiene reparos en admitir que ello supone un desafío al
Estado. "La ley no está escrita sobre piedra. La legitimidad es de las
trabajadoras. Exigimos que el gobierno libanés ratifique el Convenio
189 de la ILO", un documento que recoge la necesidad de condiciones
decentes para las trabajadoras domésticas. Igualmente, para intentar
superar el escollo legal, la nueva organización sindical se enmarcará
dentro de un sindicato general de trabajadoras de la limpieza y
cuidados domésticos e incluirá libanesas, explica Abdullah.
El
gobierno está estudiando la propuesta, según aseguró la responsable de
la división de trabajadores extranjeros del Ministerio de Trabajo,
Marlene Atallah. Sin embargo, no parece que ello sea una prioridad en
un país sumido en una frágil inestabilidad tanto por divisiones
internas como a consecuencia del conflicto en Siria.
Sin esperar
la aprobación gubernamental, FENASOL está trabajando para organizar
próximamente el congreso fundacional del sindicato. Rose, camerunesa de
45 años, 17 de ellos en Líbano, lo tiene claro: "Desde que empezamos a
organizarnos muchas cosas han cambiado a mejor, somos más conscientes
de nuestros derechos. Ahora ya no hay marcha atrás".
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