2/14/2015

La voluntad de la posdata

Carmen Boullosa

Alguien escribirá lo que es escribir en el naufragio mexicano. A las decenas de miles de desaparecidos, las fosas de los sin nombre, la violencia y la crueldad se suman el hedor de su semilla (la corrupción), la fealdad de su padrastro (la impunidad), y la indecencia de su parienta (la farándula de los remedios). Esa farándula de los remedios que ha salido carísima a los bolsillos colectivos. Espeluzna la cantidad que se ha aplicado del presupuesto público para limpiar la corrupción, cifras seguidas de ristras de ceros, dinero tirado de balde, que no ha servido ni para encontrar notables chivos expiatorios.
Si alguien puede cargar con esto sin perder la calma, a ver si soporta las cerecitas del pastel, las medidas torpes colectivas —una menor, y muy reciente, fue exigir la salida del Festival Hay de Xalapa (que conste que no firmé la carta, por considerar que el aislamiento es la peor medicina: Ningún escritor que se respete asistía al festival para apoyar “al gobernador”: los extranjeros venían por el imán que es México, y por el prestigio del Hay. Ahora México se verá otro ápice aislado. La violencia provoca también aislamiento, no sólo enfría cualquier sentimiento de solidad interna, también aleja al extranjero. Aunque perder el Hay sea un pesar menor, no comparable con el resto de las catástrofes, duele porque se suma a nuestra ristra de pesares). No es la primer moción colectiva errada. Si tuviéramos más aciertos, no estaríamos en éstas.
Pero mucho más temibles que las torpezas —a las que todos estamos expuestos, y que son mil veces mejor que la indolencia, la pasividad o la cobardía—, mucho más temibles son las postdatas del Poder. Porque, ¿no son postdatas esas frases dichas “involuntariamente”, como cuando han terminado de dar una conferencia de prensa importantísima? Postdatas donde el poderoso cambia de tono, como cuando “Ya me cansé”, o “Ya sé que no aplauden”. Postdatas que asinceran con sus contundentes “ya”. Su “ya” es un “yo” en femenino, un “yo” que opta por el chantaje de la madre que demanda amor a fuerza. Un “ya” que afirma lo que en todo el cuerpo principal del mensaje se quería ocultar. Esas postdatas dejan desnudos los signos sinceros. El cuerpo que precede a la postdata es la máscara, el maquillaje. 
Lo más temible de las postdatas es que imponen su voluntad queriendo hacernos manita de puerco. Y de la mano del puerco, vuelvo al tema del chivo expiatorio. Mi chivo expiatorio es un poema, de Gerard Stern que me doy el gusto de traducir, y que se llama precisamente “Mucho mejor que un chivo”. Hace referencia a un hecho de la historia neoyorkina, durante la represión desatada contra “los rojos” después de la Primera Guerra: “Mucho mejor que un chivo expiatorio fue arrojar / al anarquista desde la ventana de Park Row, /por negarse a confesar a los federales./ Había estado sentado en el vano de la ventana cuando cayó hacia su muerte,/ sostenía cerca de sus ojos un panfleto y tal vez/ movía una mano aprobándolo, y nadie/ lo oyó gritar”.
El poema (que opta por la versión de que al anarquista Andrea Salsedo, seguidor de Luigi Galleani, lo asesinaron, como no lo cree McCormick en su The Hunt for the Red Scare Terrorist Bombers) conjetura los motivos porque no lo oyeron gritar —la sordera de los federales, y la de su compañero anarquista, Roberto Elia—, y sigue: “Pero él no era nada, era un enemigo, degollaba/ y hubiera asesinado a Rockefeller si hubiera tenido la oportunidad de hacerlo,/ por esto le he echado llave a la puerta del frente,/ porque no encuentro una trampa suficientemente grande para una rata de su tamaño”.
El poeta denuncia a las fuerzas estatales que han impuesto el mandato de su postdata iracunda que teme al “enemigo en casa”. Pero en lugar de señalar el hecho como algo ajeno, juega a dejar que su voz tome partido, y el partido que toma en sus versos finales no es del buen bando, sino el del que, cobarde, sustenta y permite los horrores criminales de la voluntad de la postdata. Y le llama rata al chivo, y esa rata es la que traiciona a sus pares, pero se acaba el espacio, y con la rata apenas empieza otra lectura diferente del poema.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario