“Llora en mi corazón.
Como llueve sobre la ciudad…”: Paul Verlaine.
Sábado 26 de septiembre 2015. A un año de la desaparición forzada de
los jóvenes estudiantes de la normal Isidro Burgos de Ayotzinapa, las
madres, padres y familiares de los desaparecidos convocaron a una
marcha. Memoria y denuncia. Justicia. Un año ya de esa interminable
noche trágica en la que los jóvenes, y más tarde algunos de sus
maestros que acudieron a apoyarlos, fueron perseguidos, acosados,
cercados, baleados. Heridos. Asesinados. 43 de ellos desaparecidos.
También fueron acosados los integrantes del grupo de futbol
Avispones. Asesinada una señora que pasaba por allí en un taxi. El
absurdo. Sádico. Mortífero. El cuerpo de Julio César Mondragón tendido
en el pavimento. Torturado y con la piel de su rostro arrancada.
No es, ni será cuestión de olvidarlos. El cielo está cargado de
nubes y traemos el corazón cargado de indignación, de enojo y de pena.
Y una certeza: caminamos hacia la verdad. La verdad llegará, lenta,
pero firme.
Marchamos –esta vez- después de la lectura de las más de 500 páginas
del informe: “Ayotzinapa, investigación y primeras conclusiones”,
entregado por El Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes
(GIEI), nombrado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos,
después de seis meses de trabajo. “Los muchachos no fueron incinerados
en el basurero de Cocula”, concluyen. Y nos explican con detalle por
qué esa incineración masiva de los cuerpos es más que imposible.
El informe es la minuciosa reconstrucción de los hechos minuto a
minuto. En dónde estaban a cada momento los autobuses de los jóvenes,
cómo les detuvieron el paso. Cómo los autobuses se separaron. Cómo los
atacaron. Sangre. Confusión. Huida. Caos. No es, ni será cuestión de
olvidar los niveles de barbarie que estallaron en esa interminable
noche de acoso y de violencia. ¿Cómo podríamos? La fragilidad de los
jóvenes ante una horda armada. Las llamadas, pidiendo ayuda. La
desesperación de los muchachos por huir y regresar a su escuela.
Ellos no llegaron a dañar a nadie, el plan se reducía a tomar
autobuses para transportarse (junto con sus compañeros de las otras
normales rurales) a la marcha en conmemoración del dos de octubre en la
Ciudad de México. No se puede llamar “desproporción” a la respuesta
monstruosa que recibieron. Los caudillos del silencio alistaron sus
botas y sus armas (parafraseando a Paul Celan) y salieron a cazarlos.
Irrumpieron en la noche a la caza de jóvenes desarmados que lo único
que podían hacer para defenderse era recoger piedras en el camino.
Nombrase entre compañeros. Intentar mantenerse unidos.
Jóvenes que lloraban sin entender qué pasaba, que intentaban
protegerse los unos a los otros. Nos da horror ese México, el que
estalló esa noche, ese México insoportable de asesinos impunes. Leer el
informe y pensar a cada momento: ¿por qué no se detuvo la violencia?
¿Por qué no los dejaron ir? ¿Cómo fue posible que la caza tuviera lugar
ante tantos testigos y con varios niveles policiacos involucrados? ¿Y
el ejército? ¿Por qué tantos supieron que la cacería estaba en marcha y
nadie intervino para salvar a los muchachos? ¿Por qué la telefonista
del 066 no creyó en una llamada de auxilio? ¿Por qué no llegó antes una
ambulancia? ¿Por qué se ensañaron contra ellos?
La violencia fue creciendo sin que ninguna de las autoridades
involucradas tuviera la menor intención de detenerla. Iguala convertida
en tierra sin ley. En tierra de nadie. La dictadura de los más brutales
se impone en la tierra de nadie. “Los muchachos no fueron incinerados
en el basurero de Cocula”. ¿Qué fue de ellos? Se habla de una casa de
seguridad, de camionetas que transportaban a unos y camionetas que
transportaban a otros. Las declaraciones se contradicen. Se dice que
unos jóvenes fueron llevados a “barandillas”, pero hay quien diga que
nunca llegaron allí. El grupo de investigación avanza retirando con
picos y palas las toneladas de mentiras petrificadas que han querido
vendernos. Avanzan señalando todas las líneas de investigación que no
se siguieron, los protocolos que no se respetaron.
¿Alguien creyó en “la verdad histórica?”. No demasiados. Sin
embargo, esa conferencia de prensa del ex procurador (cuyo oscuro
nombre no quiero escribir aquí) nos arrojó a días de pánico y desazón:
Están muertos. Los asesinaron a todos de esa manera o de otra. Los
torturaron y los asesinaron a todos. Pero el llamado de los padres de
los jóvenes desaparecidos fue muy claro: Sigamos buscando. “Vivos se
los llevaron, vivos los queremos”. No puede haber en este mundo demanda
más exacta, ni más justa. Vamos por cada uno de ellos y vamos por un
país en el que nunca más las bestias puedan salir a cazar personas. En
el que nunca más gane la ley del más despiadado y del más feroz.
Nadie dio una orden que detuviera la violencia. Al contrario. Las
frases de odio –pronunciadas por los verdugos- irrumpen a lo largo de
las declaraciones. Iguala y sus afueras convertidas en tierra de nadie.
En la tierra de nadie se impone la dictadura del más brutal. El
espantajo de la verdad histórica que quisieron vendernos -como pieza de
granito sin fisuras- se deshace como un muñeco de cartón bajo la lluvia.
Gracias a las madres y a los padres de los estudiantes desaparecidos
por su fuerza, por su convicción sin tregua, por su decisión de acudir
a las instancias internacionales. Gracias a la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos por intervenir, y a cada uno de los especialistas
que trabajan en el Grupo interdisciplinario de Expertos Independientes:
Ángela Buitrado (Magister en derecho penal y doctora en
sociología, Colombia), Claudia Paz (abogada y ex fiscal general de
Guatemala), Francisco Cox (abogado penalista de Chile), Alejandro
Valencia Villa (abogado y experto en derechos humanos, Colombia) y
Carlos Martín Beristáin (médico y doctor en psicología, España).
“La
noche de Iguala. Descripción de los hechos del 26 y 27 de septiembre
que llevaron a la desaparición y asesinato de los normalistas de
Ayotzinapa y otras víctimas”.
El informe narra la reunión de los jóvenes representantes de las
normales rurales con el fin de planear su participación en la marcha
del 2 de octubre en la ciudad de México. Se decide que serán los
jóvenes de la Isidro Burgos quienes ofrezcan el hospedaje. Los
normalistas de Ayotzinapa se ponen de acuerdo: Los estudiantes que
tengan la posibilidad irán a sus casas el fin de semana para ahorrar
alimentos y así poder recibir a sus compañeros. También son ellos los
responsables de retener los autobuses que se utilizarán en el viaje.
El 26 de septiembre los jóvenes toman autobuses, al saber (vía
celular) que algunos de sus compañeros están encerrados en un autobús
en la central de Iguala (el chofer descendió y los dejó adentro),
entran a la ciudad. No tenían ninguna intención de “romper” el acto de
la señora Abarca, uno de ellos declara que ni siquiera sabían que el
acto existía. La cacería se desata. Llueve en esta marcha del 26 de
septiembre del 2015. Comienzan a aparecer impermeables muy frágiles
hechos con bolsas de plásticos. Los manifestantes no se dispersan. Al
contrario. Nos pegamos los unos a los otros. Nos juntamos.
La oscuridad absoluta –para los jóvenes perseguidos esa noche-
estalla desde las nubes. También entonces llovía. Las madres y
padres de los desaparecidos encabezan la marcha. Para las alturas de la
calle Madero, hay mujeres que ya han caminado kilómetros con sus bebés
acunados en un rebozo, cubiertos con una frazada, vueltos a cubrir con
los plásticos de colores. Mujeres pequeñitas y fuertes acostumbradas a
caminar y trabajar con sus hijas/os pegadas/os al cuerpo. Un
contingente de niños con sus madres y maestras espera la llegada de los
padres de los normalistas en la explanada de Bellas Artes: “Un niño
informado, no es manipulado”.
Distintos feminismos reunidos en un contingente avanzan con sus
tamboras y su manta: “Defendamos nuestra alegría y organicemos nuestra
rabia”. Por los 43 desaparecidos, por todas/os las/los
desaparecidas/os, por las niñas, adolescentes y mujeres víctimas de
violencia. Las vidas despojadas en los crímenes de odio y su violencia
extrema. Detrás de ellas/os, los activistas de Bloque Rosa.
Contingentes de la UNAM y de la Universidad Autónoma de la Ciudad de
México. Contingentes del Politécnico Nacional y la Ibero. Como cada
vez: niños, jóvenes (muchos), adultos, personas mayores. Un grupo de
jóvenes acompañados de sus maestras/os cantan esa canción que ha
llegado a convertirse en uno de los emblemas de las marchas por La
verdad y la Justicia para Ayotzinapa: “¿Quién dice que todo está
perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón”.
No supe grabarlos en ese momento cantando a mitad de la calle como
me hubiera gustado, les comparto la canción –acá- en la voz de Mercedes
Sosa. Un himno. Ni más ni menos. Porque las causas y la suma de las
distintas causas necesitan sus himnos. Dicen que éramos 18 mil
personas en la marcha. Creo que éramos muchísimos más. El zócalo tomado
desde arriba muestra un lleno completo. Codo a codo. Paraguas de todos
los colores. Miles y miles de paraguas. Leímos el informe del Grupo
Interdisciplinario. Línea por línea. La “rabia organizada”, nos acerca
cada día más a la verdad. La verdad terminará por tomar las plazas.
EL MANDATO DEL GRUPO INTERDISCIPLINARIO DE EXPERTOS INDEPENDIENTES
“El mandato del GIEI tiene que ver con evaluar las actuaciones
llevadas a cabo por el Estado y proporcionar recomendaciones sobre: 1)
El proceso de búsqueda de los desaparecidos. 2) La investigación de los
hechos y responsables. 3) La atención integral a las víctimas.
Además, de una forma más amplia, el Estado reiteró en el Acuerdo su
disposición para que a partir de las recomendaciones emitidas por el
GIEI se fortalezcan sus capacidades institucionales para la búsqueda y
localización de personas desaparecidas así como las de la investigación
de los casos de desaparición forzada”. México, septiembre de 2015.
Llueven preguntas, demandas, denuncias. Llueve la certeza de que una
a una irán derrumbándose las mentiras. La marcha avanza hacia el
espacio simbólico del Zócalo de la ciudad de México: no hay marcha
atrás. Los paraguas se abren cuando la mayoría ya estamos empapados.
¿Cómo no sentir el corazón atrapado -por un puño que se cierra- cada
vez que las voces cuentan hasta 43? Es tan inmensa la diferencia entre
este frío nuestro en la avenida Reforma (tan protegidos los unos por
los otros) y el frío desamparado, ese frío absoluto de los muchachos en
manos de sus secuestradores y asesinos.
Sentir ese frío que fue/es el de ellos. ¿Acaso podemos siquiera
imaginarlo? Las fotos de sus rostros. Sus nombres. Sus historias. ¿Los
que están vivos, dónde están? ¿Quién les ofrece un pan, una palabra de
aliento, una manta? Es tan cotidiana la vida. Se despertaban los
muchachos, asistían a sus clases, estudiaban, organizaban debates
políticos, cocinaban en sus estufitas, lavaban su ropa. Leían.
Escuchaban música. Escribían mensajes a sus familias. Esa cotidianidad
de la escuela normal que nos muestra el documental “Ayotzinapa” de
Rafael Rangel, filmado después, cuando los compañeros de los jóvenes
desaparecidos van nombrando una por una las ausencias: acá las
habitaciones, acá una siembra, acá el patio. Acá “la tía”, esa señora
amorosa que les ayuda con su ropa, les ofrece conversa, los materna.
ALGUNAS DECLARACIONES TOMADAS DEL INFORME
Era tan cotidiana y esperanzada la vida de los cerca de 500 alumnos
de la normal Isidro Burgos en Ayotzinapa (una de las diecisiete
normales rurales que aún sobreviven), hasta que el horror irrumpió
pateando la puerta. “Con los ojos borrosos del gas pimienta… como pude
me enjuagué los ojos, desde la patrulla pude observar cómo iban bajando
poco a poco a los estudiantes y los estaban golpeando brutalmente con
unos palos en la cabeza, y los que podían caminar los subían a la
patrulla y los que no podían caminar entre dos policías los arrastraban
y los aventaban a las patrullas, uno de los policías le dijo a otro,
que ya no caben en la patrulla y el otro dijo ‘No importa, ahorita
vienen los de Huitzuco’”, declaración de uno de los chóferes de autobús.
“Ya estando en la patrulla observé que los policías tenían amarrados
y tirados en el piso a unos estudiantes y los estaban contando del uno
al cuatro, siendo aproximadamente un total de 20 estudiantes”,
declaración de un segundo chófer de autobús. “Cuando me ponía de lado
fue cuando me golpearon. Les dije que si fueran sus hijos a ellos les
iba a gustar que así los tuvieron y me golpearon aquí las costillas. Me
golpearon unas cuatro veces con la culata y fue cuando un policía le
dijo al otro ‘mátalo, para que lo vas a dejar herido, de una vez
mátalo’. Al lado de mí estaba el Botas y estaba llorando, le dije que
se aguantara, que mis camaradas iban a llegar a rescatarnos, a
apoyarnos. En ningún momento imaginamos que se los iban a llevar”,
declaración de un estudiante de la normal.
“Según refirieron los normalistas, en la parte de arriba de dichas
escaleras, una mujer acogió en su casa a diez de ellos y ahí pasaron la
noche, mientras otros cuatro se quedaron escondidos más arriba en el
cerro. Este proceso muestra que se dio una persecución de los
normalistas que habían tomado el autobús Estrella Roja, durante varias
horas, y en diferentes escenarios”.
“Subimos al tercer autobús para ver la desgracia, vimos el pasillo
lleno de sangre, en el asiento, en el primer asiento estaban los cuajos
de sangre y la credencial del compañero Cochiloco, y lo que era en la
parte de la ventanilla del chofer vimos pedazos de carne, como si le
hubieran dado un disparo a quemarropa en esa parte y hubiera quedado
carne todavía en el cristal. Los cristales despedazados, los rines
igual, la carroza... totalmente”, declaración de otro joven normalista.
“En ese momento llamamos a otros maestros, pero todos estaban
atendiendo a los muchachos, estaban ocupados sacando heridos,
espantados. Les llamo a dos compañeras para que me manden un taxi. Pasó
un tiempo largo, estuvimos ahí hasta las 2 de la mañana. Le hablé a mi
familia: hermano, nos acaban de rafaguear aquí en el Periférico con los
muchachos de Ayotzinapa, si me matan que no digan que me fui con el
narco o era secuestrador, cuídate mucho”, declaración del maestro que
acompañó a algunos los estudiantes en la clínica.
Falta tanto por saber. Nos queda muy claro el inexplicable sadismo
con el que los estudiantes fueron perseguidos. Nos queda muy clara la
solidaridad de los jóvenes entre sí, arriesgando sus vidas para no
abandonar a sus compañeros. Nos queda clara la solidaridad de los
maestros que acudieron en su auxilio, y la de algunas familias que
abrieron sus puertas para esconder a los muchachos.
Nos queda claro que la noche del 26 de septiembre del 2014 fue
feroz, que todos los abusos de poder fueron permitidos y exaltados, y
que la “investigación” que “sostuvo” la “verdad histórica”, no es sino
una larga y miserable cadena de artificios y mentiras. La mascarada del
poder. Una vez más. Pero los crímenes contra los jóvenes de Ayotzinapa
son/han sido/ tienen que ser un parteaguas. Ningún ser humano, ninguna
familia, ninguna sociedad se construye en la mascarada, menos aún
cuando la mascarada intenta ocultar la violencia extrema. Perpetuar la
impunidad.
Contra la mascarada: la empatía activa. La empatía y la solidaridad
nos unen y nos salvan. No son palabras en el aire: La posibilidad de
vivir/sentir/padecer con y junto a los otros es la más indispensable de
las emociones humanizantes. El comienzo de toda salud emocional. La
antítesis de toda maquinaria de destrucción. La suma de miles y
millones de corazones/inteligencias/activismos empáticos y dispuestos a
exigir Verdad y Justicia, es nuestra arma más potente contra la
brutalidad de los caudillos del silencio. A ellos su infame
deshumanización. A nosotros, que sus crímenes no queden impunes. A
nosotros, que nunca más.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario