Mi horizonte es ser luz que fluya en el amor,
desnudo mi consciencia para descubrir las relaciones conmigo misma y con los demás seres de la creación.
Asumo el compromiso de reconocer y respaldar su dignidad,
pido la gracia para desmontar el falso discurso de libertad;
construido con miedos y apegos, para desenmascarar con honestidad mi soberbia, raíz de mi desorden.
Confío en Dios padre y madre que abraza mi debilidad,
anhelo aprender a ser compartida con mi prójimo a la manera de una buena samaritana,
guíame clara luz, no me dejes volver a la madre Tierra con las manos vacías, amén.
(Primera de dos partes)
En los años noventa, Chihuahua saltó al mundo a partir de los asesinatos contra mujeres en Ciudad Juárez. El feminicidio en Chihuahua fue la punta del iceberg de la violencia genocida contra las mujeres en todo el país. Ahí nació la primera metodología para documentar la violencia feminicida, a partir del monitoreo de las secciones de nota roja de los periódicos locales, nació el primer informe que sistematizó los crímenes atroces contra las mujeres en Juárez y Chihuahua, a manos de Esther Chávez Cano y Casa Amiga, a la par surgieron las organizaciones de madres que buscaban que sus hijas lograran justicia y regresaran a casa.
Han pasado 30 años desde entonces y cerca del Día Internacional para erradicar la violencia contra las mujeres y niñas, muchos de los retos de entonces siguen presente, como cuando el sistema judicial de Chihuahua de los años novena se enfrentó, con toda su misoginia, a la demanda social de justicia para las mujeres, entonces, como ahora, contar con abogadas feministas que le hicieran frente se hacía urgente.
Quien vaya a Chihuahua, pase por el Palacio de Gobierno y la plaza Hidalgo, se topará con la Cruz de Clavos, primer antimonumento que reta todos los días a los gobernadores locales en turno a pagar la deuda que tienen con las chihuahuenses para poner fin al feminicidio y garantizar justicia; al lado la placa de Marisela Escobedo, madre buscadora, defensora de derechos humanos de las mujeres, asesinada el 16 e diciembre de 2010, recuerda que no habría feminicidas sin la colusión del Estado.
Chihuahua es muchos inicios, muchos procesos dolorosos y transformadores. Es la tierra de mujeres insignes para poner alto a la violencia feminicida en México.
Ahí se inscribe la historia de una de ella, Lucha Castro, cuyo nombre de pila es Luz Esthela Castro Ramírez, feminista y defensora de derechos humanos, quien desde el movimiento social más potente de los años 90, El Barzón, se topó de frente con la realidad de las mujeres que la hacen palpar la desigualdad y la violencia feminicida. Ella es parte de la genealogía de la defensa de los derechos humanos de las mujeres en Chihuahua. Abogada de cientos de casos de violencia feminicida y desaparición de mujeres, incluido el de la defensora Marisela Escobedo.
Dialogar con ella es un vaivén entre el yo y el nosotras, de lo personal a lo colectivo. Con un linaje femenino que desde la infancia la llevó a construir alianzas entre mujeres inculcado por su madre, quien le mostró el camino de la autonomía. Su carrera como abogada está ligada a las causas sociales y la defensa de los derechos humanos de las mujeres, que la transforma en defensora o sólo la confirma como tal.
La plataforma Zoom nos acerca; ella desde España, donde concluye su quimioterapia, yo desde México la miro plena en la pantalla, sonriente, en paz de lo que venga.
Esta etapa de su vida la tiene clara: “Me alcanzó el cáncer y cuando el cáncer te alcanza te da un viraje de 180 grados y aprendes a vivir el aquí y el ahora. Al terminar el día doy gracias, por ejemplo, hoy estuve en una charla con Lucía Lagunes y dar gracias por esta charla tan interesante que me despierta recuerdos tan amorosos y es justamente, apreciar el día y lo que hice. El día a día es el recuento de eso que sucedió con las circunstancias específicas”.
Tal ves por ello para feministas como Lydia Cacho la perciben como “la gran abogada feminista, capaz de elevar la voz en un juicio histórico para luego abrazar a las madres, llorar, mostrar su poder y su vulnerabilidad sin miedo a nada”.
La autoreflexión que hace Lucha Castro en esta entrevista es parte de una larga vida que inicia en 1952. “Hay algo que he aprendido y es la aceptación. Aceptarme con mis luces y sombras porque lo que soy ahora es la construcción de lo negro y blanco de mi vida, creo que todo hasta ahorita es positivo. Yo considero que parte de mi misión la cumplí, ser paridora de defensoras de los derechos humanos, construir organizaciones que siguen con vida como justicia Para Nuestras Hijas, el Centro de Derechos Humanos de las Mujeres, ahí están todavía dando luz en medio de las sombras. También, por qué no, el inspirar a las jóvenes que salieron de la escuela de derecho a mostrarles un camino distinto porque pues las jóvenes cuando salían en mis tiempos, su máximo era irse a un despacho o ser abogada de los bancos, entonces, cuando presentas otro proyecto de vida, ahí tenemos mucha responsabilidad para que también las jóvenes se sientan atraídas a este estilo de vida”.
“A nadie que la conozca puede no asombrarle la fuerza de su presencia y como, sin ser muy alta, su presencia impone a donde ella llega”, señala la abogada Ruth Fierro, quien siendo estudiante de derecho trabajó en el despacho del esposo de Lucha, donde conoce al Centro de Derechos Humanos de las Mujeres (CEDHEM). Un año después de egresar como abogada fue invitada por Lucha Castro a trabajar en la organización y en el año 2016 quedó al frente de esta institución fundada por Lucha.
Como diría la abogada feminista Andrea Medina: “Lucha como muchas mujeres de su generación han hecho un aporte muy importante, son mujeres feministas con esta forma del desierto, de lo árido y de la carne seca. Muy entronas, muy claras, muy directas, siempre buscando alternativas, muy claras en sus derechos como un principio ético de exigir”.
Ante la pregunta, de ¿quién es Lucha Castro?, ella no titubea en responder “una defensora de derechos humanos, así tal cual. En toda la trayectoria de mi vida he tenido diferentes pieles con las que me he cubierto, por supuesto el feminismo, como un escudo que me protege, que me ayuda y que me inspira, como abogada, como teóloga, pero todas esas son herramientas que han construido la piel con la que yo más me siento identificada y es que soy una defensora de derechos humanos. Eso sería lo que me define”.
Lucha Castro tiene claro sus orígenes como activista, el movimiento barzonista en el 94. «Cuando millones de mexicanos y mexicanas comenzamos a perder propiedades. Mis amigos y amigas, mi familia también empezaron a perder, entonces, llegaban ahí las mujeres a las asambleas porque estaban defendiendo su patrimonio familiar, ya sabes, para las mujeres, en este mundo patriarcal, hay determinados lugares que está permitido; a la iglesia, al supermercado, a ciertas cosas. Entonces, a las asambleas iban las mujeres de clase media que todavía les daba mucha vergüenza protestar y se ponían las pancartas para que no se vieran sus caras.
En ese movimiento empezamos a detectar, Alma Gómez y yo, muchísima violencia hacia a las mujeres porque los hombres al no entender cuál era la causa estructural del problema de esta violencia económica, le echaban la responsabilidad a la mujer, ‘es que tú estás gastando mucho´, muchos hombres huyeron con el problema de la violencia económica, muchas mujeres se quedaron solas. La violencia acrecentó los divorcios y nosotras comenzamos a dar talleres para socializar el derecho».
Su contacto con Esther Chávez Cano fue determinante para poder adentrarse de lleno a la violencia feminicida en Chihuahua.
“Coincidió en el 94 cuando Esther Chávez Cano, una feminista de Ciudad Juárez, nos alertó de todo lo que estaba sucediendo. En Chihuahua todavía no lo teníamos detectado, recordemos que en ese entonces estaban las ‘muertas de Juárez’, no estaba ni siquiera conceptualizado (el feminicidio), no teníamos el bagaje jurídico ni la antropología, lo que nos dio el feminismo, la antropología feminista del concepto de feminicidio. Entonces, empezamos a hacer un acto de sororidad a protestar y en el 97, llevamos 97 cruces con los nombres de las mujeres en una marcha y construimos en frente del Palacio de Gobierno un cementerio. Fuimos con Esther Chávez Cano, Jane Fonda, Sally Field, con estas artistas de Hollywood marchamos y recuerdo que en ese activismo tan grande empezamos a visibilizar el tema de ‘las muertas de Juárez’ para el país, luego pusimos una cruz de clavos cuando aparecen, en el 2001, de mujeres asesinadas en Campo Algodonero”.
Todo para llamar la atención de lo que estaba sucediendo en el país, porque no se conocía, después fuimos al Éxodo Por la Vida de las Mujeres, donde las feministas de la Ciudad de México colectaron miles y miles de llaves para una campana que nos entregaron, la campana “Ni una más”, que fue por toda la República llamando en toque de duelo por las mujeres asesinadas. Ese es un largo camino de 30 años de activismo fuerte, del movimiento de mujeres que hizo posible la visibilización (del feminicidio)”.
Lucía Lagunes Huerta (LLH): Tú acabas de decir 30 años, se dice fácil, pero qué sembraron, ¿qué dirías que sembró Ciudad Juárez?
Lucha Castro (LC): Mira, creo que sembramos es la consciencia, eso es fundamental, pero es distinto alertar, denunciar, documentar; pero con la mirada del feminismo y con el horizonte de los derechos humanos es otra cosa. Entonces lo que nosotras empezamos a ver primero; responsabilizar al Estado mexicano de lo que estaba sucediendo, porque resulta que ayer como hoy (cuando digo ayer me voy a referir a 30 años de antelación) se responsabiliza a las mujeres de la prevención de la violencia, entonces las madres y las abuelas somos las que tenemos la obligación (de cuidar) y las de la revictimización en las denuncias, en los propios tribunales y eso continúa. Lo que nosotros hicimos es hacer visible el problema del feminicidio como un problema estructural que tiene que ver con el machismo, la misoginia y la violación de derechos humanos.
Fíjate que México es conocido en la región como el que tiene mayor avance desde el punto de vista jurídico, el componente formal esta correctamente adecuado, firmamos tratados, tenemos una sentencia ejemplar (la del Campo Algodonero), la Ley General de Acceso a las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, fue la primera en toda la región. Logramos visibilizar el componente estructural, es decir, que la interpretación de los operadores de justicia es totalmente misógino, totalmente inadecuado y cuando digo operadores de justicia me refiero desde el policía que hace una llamada de alerta.
Todo eso desnudó al estado mexicano. Vinieron recomendaciones internacionales, las más de 400 que recibió el estado mexicano antes de sentencia en Campo Algodonero, me refiero a las recomendaciones de CEDAW, de los relatores internacionales, llegaron porque hubo una visibilización de las activistas y de las madres que lucharon por eso.
Logramos el primer Centro de Justicia para las Mujeres en el país en Chihuahua. Logramos políticas públicas importantes, la primera Comisión de Feminicidios en el país también fue en Chihuahua, por supuesto, también la primera fiscalía especializada para atender la violencia de género. Logramos que la gente se indignara y saliera a las calles, ¿qué parimos? un montón de defensoras, de feministas, que antes ni siquiera nos asumíamos como feministas, ahora las jóvenes salen, reivindicándose como feministas con su pañuelo verde y todo. Somos las abuelas del himno “Un violador en tu camino”.
LLH: Tú señalas y haces un recuento histórico muy importante de lo que sembraron, de este andamiaje no solo legal, sino institucional. Hablas de los centros de justicia, de las fiscalías que hoy están a lo largo ya ancho del territorio nacional, tenemos comisiones de igualdad en todos los congresos de este país, tenemos las leyes, sentencias, recomendaciones y la violencia sigue pegada a piel, pegada como sombra en nuestras vidas. Desde esa experiencia que tú tienes, ¿qué se ha dejado de hacer cuándo se tiene todo?
LC: Lo más importante es el tema de la impunidad aquí en México, y lo digo con mucha tristeza, pero es una realidad, hay permiso para matar. Cuando hay una mujer desaparecida se asume (su búsqueda) no como un deber jurídico frente a un derecho, se asume como un auxilio o apoyo, como un servicio social a la familia. Ahora, veamos los estereotipos de género, qué si se fue con el novio, que si llega más tarde, etcétera. No hay investigaciones serias, pues quienes están a cargo de la administración y procuración de la justicia no está calificados.
LLH: No hay tampoco intenciones de colocar entre las prioridades de la Fiscalía el acceso a la justicia para las mujeres, incluso, hubo un intento de eliminar el tipo penal de feminicidio bajo el argumento de que era muy complicado que los ministerios públicos y fiscales pudieran llegar a ese tipo penal porque no había modo y forma.
LC: Déjame decirte un contexto sobre eso. Decía, los pilares del derecho están construidos desde el patriarcado, por delitos que se supone que cometen en el exterior, e incluso, en el mundo público que ni conoces tú al agresor. Sin embargo, los delitos que se cometen dentro, los delitos de género, se cometen pues en la secrecía, por ejemplo, la violación, la violencia familiar y entonces no están creados para eso. Este sistema dificulta a las mujeres porque quién investiga en México pues son las madres, el caso de Marisela Escobedo, asesinada frente al Palacio de Gobierno (de Chihuahua), es el mismo que el de Yesenia Zamudio, la madre de María de Jesús, de Araceli Osorio, la madre de Mariana, de Norma Ledezma, todas las madres que están justamente caminando para exigir que busquen a sus hijas.
Esas investigaciones llevadas al tema concreto que me preguntas, de tema de feminicidio tipo penal, pues es que, efectivamente, cada entidad federativa tiene su propio tipo penal, te diré que Chihuahua fue el último en tipificar el feminicidio. Sí me parece que fue una evasiva irresponsable de parte del fiscal porque en lugar de tener esa salida tan fácil y tan cuestionada, tendría que decirse vayamos a hacer una consulta y que conteste México. Es un tema de violencia, como dice la sentencia de Campo Algodonero, la sentencia generalizada hacia las mujeres, ese solo hecho, en ese contexto, ya lo podemos tipificar de otra manera, ya quitándole todos aquellos requisitos.
Ahora hay otro componente importante que es el tema del combate al crimen organizado, en donde la proliferación de las armas, tanto de los cuerpos policiacos, como los sicarios y todos los hombres del poder, pues pone en mayor vulnerabilidad a las mujeres. Es muy fácil que no te investiguen por feminicidio porque acá por 2 mil pesos en Juárez contratan a un sicario y mata a una mujer y simplemente fue “un asunto de ajuste de cuentas”, sin mayor investigación. Hay un subregistro, me parece que absolutamente esa es una realidad y se hace porque luego México tiene que dar cuentas a los organismos internacionales del avance y entonces los avances que lleva son todos esos elefantes blancos.
No estoy descalificando a priori porque hay algunos que pueden estar funcionando, pero sí presumen con estas instancias, sin embargo, no hay un indicador que muestre su efectividad. Por ejemplo, para las mujeres que llegan a esos servicios ¿cómo se sintieron?
Lo digo por estas gráficas que dicen “atendimos 20 mil mujeres en asuntos de violencia familiar”, bueno sí, pero estas 20 mil mujeres, ¿qué pasó con ellas, qué pasó con sus vidas?
Hay un montón de cómplices que se hacen de la vista gorda, como una especie de pacto del patriarcado por comodidad, hay una corresponsabilidad y no solamente de los gobiernos, sino también de los gobernados. La falta de indignación ante los feminicidios, ante esta atroz cantidad de asesinatos de mujeres y que no se moviliza como se moviliza por un partido de fútbol o un RockStar.
No hay una defensora que surja de la nada. Mucho de sí misma y de quién es se construye desde la infancia. Las madres son, en muchos de los casos, el ejemplo y son las primeras transgresiones las que van perfilando su camino.
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