12/22/2023

Mañaneras

“Exigir que se terminen las “mañaneras” porque le dispararon a Gómez Leyva equivale. a lo que hizo el dueño de TVAzteca, Ricardo Salinas Pliego cuando mataron a su conductor de mediodía, Paco Stanley”.


Fabrizio Mejía Madrid

Los disparos a la camioneta blindada del conductor de Imagen, Ciro Gómez Leyva, desataron una campaña contra las conferencias presidenciales, a las que llamamos “mañaneras”. El endeble sustento para ello es que, como se critica a ciertos locutores corporativos desde el Palacio Nacional, entonces, corren riesgo los “periodistas”. La derecha se ha vuelto experta en confundir causalidad con nexo. Una cosa es que dos sucesos ocurran al mismo tiempo y otra muy distinta en que una sea causa de la otra. Para ponerlo en un ejemplo gráfico: un joven recargado contra una pared no significa que esa pared se sostenga contra el cuerpo del joven. De igual manera que ocurran las conferencias de prensa del Presidente López Obrador no es causa de que se asesinen periodistas. Pueden ser sucesos que ocurren al mismo tiempo pero no son causa y efecto, como dice la derecha.

El argumento de que hay que desaparecer las “mañaneras” porque le dispararon a Ciro Gómez Leyva, no toma en cuenta que, en los sexenios de Felipe Calderón y Peña Nieto fueron asesinados más de 190 periodistas y no existía la “mañanera”. ¿Por qué desaparecerla mejoraría las cifras? Mil 92 agresiones físicas a periodistas en el sexenio de Calderón que no dio una sola rueda de prensa en sus seis años de espuriato, salvo un encuentro arreglado con “jóvenes” que condujo Leonardo Curzio. Dos mil 502 en el de Peña Nieto que tampoco dio ninguna conferencia, salvo aquella con preguntas candorosas de Lilly Téllez, León Krauze, Pascal Beltrán, Pablo Hiriart y el mismo Ciro Gómez Leyva el 20 de agosto de 2014, durante el 80 aniversario del Fondo de Cultura Económica. Ciro Gómez Leyva dijo en esta entrevista a modo sobre las privatizaciones energética y educativa: “Lo he dicho en varias ocasiones, la estrategia me pareció esplendida, una gran gestión política lo reconozco, pero explíquenos ¿qué significa eso de que los resultados no se darán de inmediato?” Más servil, Lilly Téllez sólo preguntó en éxtasis: “Pero, Sr. Presidente, ¿cómo fue usted tan pero tan valiente para lograr todo esto?”

Hablemos ahora de los periodistas asesinados durante tres sexenios. De acuerdo a los datos de Artículo 19, casi el 90 por ciento de estas víctimas eran, al mismo tiempo, activistas en favor del medio ambiente, al seguridad ciudadana, contra la corrupción y en defensa del territorio. Eran esos reporteros con sus medios digitales propios a los que Javier Duarte, el asesino de 17 periodistas durante su gobierno en Veracruz, les negaba la profesión de periodistas porque también eran taxistas, abogados, o líderes de cooperativas agrícolas. Esos son los periodistas asesinados en México, los que están a nivel municipal denunciando a las mineras, a los talamontes, a los narcos y sus nexos con las policías estatales y municipales. 

No son los locutores de los medios corporativos como Gómez Leyva, Loret, o López Dóriga, con sus camionetas blindadas. Son las Miroslava Breach, las Regina Martínez, los Moisés Sánchez, los Javier Valdez, los Rubén Espinosa, que andaban los caminos del peligro, dormían donde los agarraba la noche, denunciaban por una obligación ética de informar y no por los millones que les pagaban. Ellos, los periodistas asesinados, se mantenían a sí mismos, financiaban a sus medios con sus bajos salarios, creyeron en que su quehacer contribuía a hacernos mejores. Equiparar a unos con otros es un agravio a su labor. Las balas no los igualan y tampoco legitiman.

Exigir que se terminen las “mañaneras” porque le dispararon a Gómez Leyva equivale a lo que hizo el dueño de TVAzteca, Ricardo Salinas Pliego cuando mataron a su conductor de mediodía, Paco Stanley. Después de transmitir en vivo a todos sus locutores pidiendo la renuncia del primer jefe de gobierno electo de la capital mexicana, Cuauhtémoc Cárdenas, salió él mismo preguntándose de qué servía votar. 

Luego se supo la verdad sobre el caso Stanley: que tenía que ver con deudas del narcomenudeo dentro de la propia televisora. Pero el dueño de TvAzteca ya había sembrado la idea de que el gobierno capitalino estaba por lo menos implicado por omisión y que, así como Paco Stanley, la vida de todos los chilangos estaba en riesgo de muerte. Una vez más, confundieron a la opinión pública entre causa-efecto y sucesos simultáneos. Aquí la renuncia del jefe de gobierno iba a terminar, de una forma milagrosa, con la inseguridad pública. Como ahora, terminar con la “mañanera” abatiría las agresiones contra los reporteros.

Pero vayamos ahora a la idea que tiene la derecha golpista de la “mañanera”. Según ellos, ahí sólo se ataca a Loret o a López Dóriga o se promueve “el odio y la división”, en un país de antaño que era, como todos lo sabemos, armónico y sin conflictos. Los que la hemos visto, que en promedio diario somos más de medio millón, sabemos que es un espacio de denuncia ciudadana, de gestión, de preguntas de triple mala intención, y datos. Es un formato que no permite la mediación de los corporativos de la información porque, si se quieren descontextualizar las declaraciones del Presidente, siempre estarán ahí completas. El ejemplo más socorrido fue el de asegurar que el Presidente aconsejaba el uso de amuletos para el COVID. Cuando uno ve la declaración completa, se da cuenta que el Presidente está hablando del amor que le tiene la gente y que le regalan talismanes para cuidarlo.

Con las “mañaneras” se terminó un tipo de periodismo que es la filtración y la interpretación de los iniciados en el lenguaje presidencial que campearon cuando los políticos hablaban como Cantinflas o como maestros de economía del ITAM. Es un espacio de rendición de cuentas, de seguimiento de problemas, de enunciación de conflictos políticos y culturales. Por eso, las campañas tipo “Guacamaya Leaks” se topan con las “mañaneras”. Las filtraciones sirven para presionar a organismos públicos y privados que no quieren dar cuenta de sus acciones. Pero cuando se usan como propaganda contra los gobiernos, se encuentran con la propia transparencia matutina. 

Eso sucedió con las filtraciones cibernéticas que, el 30 de septiembre de este año, acusaron al Presidente de no informar sobre sus problemas de salud cuando existía una “mañanera”, del 20 de enero —casi ocho meses antes de la supuesta “bomba informativa”— en que él mismo informó sobre un cateterismo en el corazón que le habían practicado. Además de la “filtración”, también la exégesis, la interpretación lingüística de lo que dijo o “realmente quiso decir el Presidente” —como en tiempos de Vicente Fox y su vocero Rubén Aguilar— se terminó. No hay esfuerzo alguno en saber qué dice AMLO porque procura ser más que claro y hasta repetitivo. Y aquí está una de las innovaciones de este formato de comunicación gubernamental: el despliegue de la pedagogía de la 4T, con la narración de la historia del país, reciente en los casos de corrupción política y empresarial, y en la lejana, con los soportes de los héroes emulables: Hidalgo, Juárez, Flores Magón, Cárdenas. 

Con la ejemplificación de lo que es moralmente justo y lo que no. Con la exhibición de gráficas, encuestas, y seguimiento numérico de la economía, la aprobación, la vacunación. Los que la vemos, sabemos que la mañanera tiene una parte temática por día de la semana: lunes, los precios de la gasolina, canasta básica, y los avances de las obras de infraestructura; martes de la salud; miércoles, de las mentiras de la prensa, la televisión y las redes digitales; jueves de aprehensiones y sentencias a delincuentes y, además, entrega de premios, presentación de pactos y acuerdos, como el del salario mínimo, y hasta pasarelas de candidatos, como el de la renovación de la dirigencia del sindicato petrolero. 

Pero es todavía más: hasta ahí han comparecido prácticamente todos los secretarios y hasta subsecretarios que los 147 reporteros que los han solicitado. Cuando es durante una gira de supervisión de obras, los gobernadores de los estados y las autoridades municipales, informan. Lo hacen, también, los secretarios de la Defensa, la Marina, y la Guardia Nacional. Es por eso que, cada año, en promedio, las “mañaneras” tienen 117 millones de visitas sólo en youtube, porque son una fuente de información consultable en la red. Pero tampoco se trata del rating. El juego comunicativo de la “mañanera” no se termina con la visita al canal de Youtube, sino que permanece en el boca a boca, en la percepción de transformación, en el desmentido e, incluso, en el espectáculo del gesto y el modo.

La “mañanera” se ha querido desaparecer varias veces durante estos cuatro años. El ataque más significativo vino del INE por una demanda de Acción Nacional por la exhibición de un documento que se llamaba “Rescatemos a México. Bloque Opositor Anti-AMLO”, que se rebautizó como la “BOA”. Por las conversaciones entre el dirigente del PRI, Alito Moreno en el Martes del Jaguar, sabemos que esa presentación de un documento de una posible alianza opositora que aglutinaba a PRI, PAN; PRD, periodistas corporativos, medios de comunicación, e influencers, preocupó a las élites que exigieron que se eliminara la “mañanera”. Después, el INE censuró cualquier referencia del Presidente que influyera en las elecciones de 2021, pero todo acabó en una incomprensión de la propia “mañanera” como innovación comunicativa. 

Lo que no entiende la oposición es que el Presidente no se dirige a los medios acreditados en el Salón Guillermo Prieto del Palacio o en los hangares o canchas de basquetbol cuando se hace desde los estados, sino al público. Cuando el Presidente se refiere al diálogo circular, éste no se limita a los reporteros apostados en las sillas sino que se continúa hacia la audiencia en general. Una vez más, si no se reconoce la invocación, la interpelación al “pueblo”, no se entiende cabalmente lo que es la 4T. Es un contingente de millones que antes estaban excluidos de la actividad pública y que ahora han tomado como un signo de identidad la política. Son los que, de acuerdo a la encuesta de Reporteros sin Fronteras de 2018, no confían en los noticieros de la televisión abierta en un 83 por ciento, 81 en la radio, y 79 en los impresos. La “mañanera” es un síntoma del abismo que hay entre el poder soberano y el mediático. Por eso ha fracasado la campaña permanente de los medios corporativos que desdeña cualquier logro del gobierno de la 4T -hasta la vacunación o la lucha contra el huachicol- y trata de afectar su desempeño a base de noticias falsas, burlas, y hasta insultos. La aprobación del Presidente López Obrador sigue entre 69 y 71 por ciento.

Los que claman a los vientos por la desaparición de las “mañaneras” confunden muchas cosas: conductores multimillonarios con reporteros de a pie; causa con coincidencia; información con propaganda. Pero quizás la confusión más perniciosa ahora es la que confunde señalar a los medios corporativos por sus mentiras con vil censura. Para que haya censura tiene que haber coerción, es decir, uso de la fuerza para prohibir. Tiene que haber una institución o varias que ajusten lo que se dice, se ve y se publica, al modelo de lo aceptable. No hay censura donde no existe la coerción y sus dispositivos, que pueden actuar desde el poder político o económico con la supresión de espacios de expresión; con la ley, en el caso de la difamación; o por “seguridad nacional”, como sucede en el caso de los Estados Unidos y el Instituto de la Transparencia. 

Tampoco es una facultad exclusiva de los gobiernos. Los aparatos más censuradores de la historia han sido las corporaciones y las iglesias. Por eso, cuando hoy se grita: “¡Censura!” cuando lo único que ocurrió fue una conferencia donde el Presidente replicó a una nota falsa, mostró la información oficial, y exhibió al medio que mintió, se está invocando su nombre en vano. Censura son los cierres de periódicos, la eliminación de frecuencias o páginas de Internet, el encarcelamiento de difusores de información, como Julian Assange. No que se desmienta a Loret y a López Dóriga. En la réplica y el desmentido, no hay coerción. Se dice que es el lugar —el pódium del Palacio Nacional— el que tiene mucho peso. No es equiparable al peso que tienen las cadenas de televisión concesionadas, las estaciones de radio, las redes sociales que durante las 24 horas minimizan al Presidente y los logros de estos cuatro años. Lo que hay no es censura, sino deslegitimar a ciertos medios y comunicadores por sus conflictos de interés en corporativos que lo mismo son medios de comunicación que dueños de hospitales, prisiones, y distribuidoras de medicamentos. Deslegitimar las mentiras o las inferencias que no son más que suspicacias y mala leche, no cuenta como censura.

Ryszard Kapuscinsky escribió que no se puede ser cínico y periodista a la vez. Pero, más allá de la necesaria ética personal, existe una probidad profesional que es asumir la responsabilidad de no ser neutral y ser transparente con los propios sesgos. Además de recabar datos, producir nuevos con base en entrevistas, verificar por distintos métodos de comprobación cruzada, presentar voces rivales y elegir con precisión las palabras, con todo eso, el periodismo aún sigue obligado a responder los cuestionamientos que se le lanzan. Y, por supuesto, aceptar los errores. No atribuirlos a una persecución que, a veces, no es más que la de sus propios fantasmas.

Fabrizio Mejía Madrid

Es escritor y periodista. Colabora en La Jornada y Aristégui Noticias. Ha publicado más de 20 libros entre los que se encuentran las novelas Disparos en la oscuridad, El rencor, Tequila DF, Un hombre de confianza, Esa luz que nos deslumbra, Vida digital, y Hombre al agua que recibió en 2004 el Premio Antonin Artaud.

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