Mario Campa
Es, pues, desaconsejable boicotear la entrada de la inteligencia artificial. Sin embargo, funcionarios y reguladores harían bien en identificar los sectores propensos a perder empleo. Así podrían crear mecanismos compensatorios y rutas para desarrollar habilidades adaptativas.
En días recientes, músicos y artistas se congregaron en el Monumento a la Revolución para manifestarse contra el uso no regulado de la inteligencia artificial (IA) que clona sus voces. Fue la primera de muchas muestras de rechazo que brotarán conforme la tecnología alcance la masificación. Ciertamente, en la superficie millones de usuarios elevan su productividad y surgen nuevos puestos en industrias emergentes, como los centros de datos y la fabricación de chips. Pero en las profundidades del mundo laboral, miles de trabajadores temen desplazamientos. Múltiples casos de estudio son alertas tempranas para tomadores de decisiones desprevenidos por la conversión del futuro al presente o convencidos de que el laissez faire —dejar hacer, dejar pasar— es la mejor ruta de adaptación.
IBM es una de las empresas que comunica la sustitución directa de trabajadores por robots con mayor transparencia. En mayo, su director general declaró que 200 empleados del departamento de recursos humanos serán reemplazados por chatbots. El objetivo final es sustituir unos ocho mil de 26 mil puestos totales en tareas rutinarias y libres del contacto con los clientes. Las funciones del personal despedido incluyen la emisión de cartas de verificación de empleo, el procesamiento de solicitudes de vacaciones y licencias, la gestión de la documentación de los empleados y la respuesta a preguntas comunes de política interna, donde la inteligencia artificial logra tasas de éxito del 94 por ciento. Como parte del rebalanceo de recursos, IBM pretexta que una fracción de lo ahorrado permitirá la contratación de más programadores y vendedores. Y tiene cierta razón. No obstante, minimiza que (1) otra porción irá a capital y utilidades y (2) los puestos creados serían mejor pagados, pero de escasa cuantía en relación a los despidos.
Otro caso sonado es el de Klarna, empresa sueca de pagos digitales. A inicios del 2024, tras un desplome de su capitalización de mercado, Klarna anunció que su asistente de atención al cliente, desarrollado en colaboración con OpenAI, gestionaba una carga de trabajo equivalente a la de 700 empleados a tiempo completo. Esta medida, emparejada con una congelación de contrataciones por un año, se celebró inicialmente como un triunfo de la eficiencia. Ciertamente, el chatbot atendió millones de clientes, resolvió la mayoría de las consultas y mejoró el tiempo medio de resolución. No obstante, las métricas enmascararon un problema mayor. Si bien la inteligencia artificial logró manejar grandes volúmenes de consultas simples y estructuradas, tuvo dificultades con los matices, la empatía y la resolución de problemas complejos. Un deterioro en la calidad de la atención al cliente terminó por reactivar las contrataciones.
Existe también la sustitución indirecta de trabajo, donde el capital requerido para transitar a la inteligencia artificial detona despidos en áreas no estratégicas. Dropbox, empresa de almacenamiento en la nube, ejemplifica la intensa competencia por contratar talento escaso. En octubre de 2024, anunció un recorte del 20 por ciento de su plantilla global, medida que afectó a 528 empleados. En una carta pública, el director general explicó que la empresa se encontraba en un "período de transición" y buscaba evolucionar desde su negocio de sincronización de archivos, en plena madurez, hacia su siguiente fase de crecimiento centrada en productos basados en IA. Si bien la empresa era rentable, su crecimiento se había ralentizado y su estructura organizativa se había vuelto torpe.
También hay casos donde la inteligencia artificial destruye puestos sin beneficio compensatorio. En mayo del 2025, Business Insider recortó el 21 por ciento de su nómina. La directora general instruyó que el resto del personal adoptara la IA como herramienta fundamental de productividad. En un memorando, afirmó que más del 70 por ciento de los trabajadores ya utilizaban ChatGPT y que el objetivo era alcanzar la adopción total para ayudar a los empleados a "trabajar de forma más rápida, inteligente y eficaz". Detrás del pánico enmascarado, un factor externo influía. Los cambios en los algoritmos de los motores de búsqueda, en particular el auge de los resúmenes robotizados en plataformas como Google, han hundido el tráfico a los sitios de noticias. Ante el improbable escenario de que los medios tradicionales resistan la embestida sin daños mayores, las plantillas adelgazan.
Estos ejemplos más otros alejados del reflector apuntan a una reconfiguración laboral discreta. Para economías emergentes como la mexicana, la sustitución de trabajadores puede retrasarse por el menor peso salarial en el PIB versus economías desarrolladas, por la barrera del idioma en aplicaciones nuevas y por servicios de venta y posventa diseñados para las multinacionales. Sin embargo, los programadores contratados en el extranjero y los dividendos dispersados fuera del país reducirían las ganancias a nivel nacional. En el balance, algunos países podrían enfrentar tasas naturales de desempleo más altas, y una distribución más desigual del ingreso y la riqueza.
¿Qué hacer? La historia sugiere que obstruir la adopción de nuevas tecnologías es contraproducente. Mientras la globalización fomente la competencia entre naciones, vetar es suicida. Es, pues, desaconsejable boicotear la entrada de la inteligencia artificial. Sin embargo, funcionarios y reguladores harían bien en identificar los sectores propensos a perder empleo. Así podrían crear mecanismos compensatorios y rutas para desarrollar habilidades adaptativas.
Pero también es aconsejable la detección temprana y la mitigación de utilidades extraordinarias —nacionales o extranjeras— para procurar cancha pareja y redistribución oportuna. Solo así ganaría legitimidad el cambio tecnológico y se sofocaría por las buenas cualquier protesta laboral legítima en una era paradójica donde la igualdad se valora más a nivel popular, pero se resiste en clave cupular.
Mario Campa
Mario A. Campa Molina es economista político e industrial, graduado del MPA de la Universidad de Columbia (2013-2015). Colabora como columnista y panelista en diversos medios y es editor contribuyente en español de la revista de ideas Phenomenal World, del Jain Family Institute (NY). Tiene experiencia laboral en el sector financiero, energético, público y académico.
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