México: lecciones de ética y política
El político que miente pierde, más temprano que tarde, el favor del pueblo. ¿Por qué no decirle al pueblo la verdad sobre la correlación de fuerzas?
Los escándalos políticos no afectan igual a la izquierda que a la derecha. La derecha perdona a sus corruptos, a sus ladrones, a sus explotadores, incluso a sus asesinos. La izquierda es mucho más exigente. Y está bien que así sea.
México está atravesado ahora mismo por un escándalo político en el que pone mucho interés la derecha. A ellos no les interesa Adán Augusto, sino ver si llegan a López Obrador y ponen en cuestión toda la 4T.
En Colombia, está sentado en el banquillo el expresidente Álvaro Uribe, con acusaciones que, con mucha probabilidad, le condenarán, si bien son mucho menos graves que las que realmente la historia le demostrará por sus vinculaciones con el paramilitarismo y su rastro de sangre y muerte.
En México, ha tenido que salir a hablar la Presidenta Claudia Sheinbaum y Fernández Noroña, a decir que cuidado con los linchamientos y que, en cualquier caso, lo que los jueces establezcan va a misa. Sin embargo, en Colombia, con más de 60 mil muertos, hay tres de cada 10 colombianos que volverían a elegir Presidente a un tipo presuntísimamente con las manos llenas de sangre. ¿Y acaso no han votado los norteamericanos a Donald Trump estando condenado por ladrón, usuario de prostitución y corrupción? ¿Es que no sabía todo el mundo de su relación con el pederasta Epstein y su isla de depravación?
También un Juez acaba de imputar en España al que fuera Ministro de Hacienda de José María Aznar y de Mariano Rajóy, Cristobal Montoro. Un Ministro que usó la agencia tributaria para perseguir a Podemos, a los actores críticos y a quien molestaba a su partido. El Juez le imputa haber cobrado a empresas para que hiciera leyes que les beneficiaran. Parte de su equipo acompaña al actual líder del Partido Popular (PP), a Núñez Feijóo, que va en España el primero en las encuestas.
Es decir, la derecha española ha pervertido la democracia liberal, ya que hacían como que escuchaban al pueblo, pero su objetivo era enriquecerse. El partido de la derecha española orinándose sobre el Parlamento español y poniendo la soberanía popular española al servicio de empresas, muchas extranjeras, tramposas que no querían pagar impuestos. Es decir, a la derecha española no le importa la voluntad popular, sino engañar para poder aprobar leyes que les reporten beneficios particulares.
Como en prácticamente todos sitios en este incierto Siglo XXI. ¿O no se le llena a la derecha mexicana o colombiana o argentina o ecuatoriana la boca de patria y luego le roban a la patria no pagando impuestos?
Hay que entender qué está pasando ahora mismo en México y en tantos otros sitios. Hay tres ámbitos que están muy cerca cuando se habla de política. Están cerca el uno del otro, sería maravilloso que estuvieran juntos, pero de buenas intenciones está empedrado el suelo del infierno. Son tres ámbitos que miden la calidad de los políticos y también lo que está dispuesto a tolerar el pueblo.
Estos tres ámbitos son la política, la ética o los valores, y la verdad. Ojalá siempre fueran juntos, pero no es así. Cuando estos caminos se bifurcan, se nos tuerce el gesto. Estamos acostumbrados a que la derecha manosee y manipule estos ámbitos, pero no soportamos igual cuando afecta a la izquierda. La izquierda puede equivocarse, pero no puede hacer trampas.
Hay un libro importante de un importante marxista húngaro. Un tipo honesto que sabía que el bosque del marxismo es moral. Fue castigado por el estalinismo por protestar contra el estalinismo. Se llamaba Gyorgy Lukács, famoso por su Historia y Consciencia de clase. Un libro menos conocido se llama Lenin y fue escrito en 1924, poco después del fallecimiento del líder de la entonces naciente Unión Soviética. En ese libro es una vida de santos consagrada a Lenin. Usando la dialéctica, la tesis, la antítesis y la síntesis, Lukács nos dice que Lenin es el más preclaro seguidor de Marx. Como buen revolucionario, todo lo que hacía Lenin lo hacía por el bien de la revolución. La verdad de su teoría era que, en la práctica, habían hecho la revolución. Si ganas, es que tu teoría era buena. Pero esto es una tontería porque puedes ganar o perder por razones al margen de tu teoría.
En esa manera de pensar, decía Lukács que todo lo que se hacía, como tenía un objetivo emancipador, era correcto. Y si no, la dialéctica lo arreglaba. Como Lenin era un buen revolucionario, cuando aparecían contradicciones al final se solventan dando un paso superior. Es decir, que todo lo que se defendía -la tesis- si surgía una oposición -la antítesis-, no habría que preocuparse porque que de esa pelea se saldería en un paso superior, la síntesis.
Caminaban, pasara lo que pasara, hacia una suerte de paraíso, siempre y cuando fueran ellos los que siguieran gobernando. Es verdad que teniendo enfrente a los zares, que eran señores feudales, todo se simplificaba. Pero la verdad es que ese pensamiento es un pensamiento mágico.
Lukács pone un ejemplo. Cuando en el Tratado de Brest Litovsk de 1918, la ya Unión Soviética entregó territorio a los países extranjeros que querían impedir la revolución a cambio de firmar la paz. La decisión la tomó Lenin, pero había gente de diferentes ideas que también lo defendían, pero no significaba lo mismo. Entregaron Finlandia, Polonia, Estonia, Letonia, Lituania, Ucrania, Besarabia. Esa fue la decisión de Lenin porque sin la paz, la revolución iba a fracasar, pero también había reformistas que querían entregar territorios y lograr la paz, es decir, lo mismo que Lenin, pero lo querían hacer por razones diferentes, que tenían más que ver con que la revolución fracasara y lograr una democracia liberal.
Aquí la pregunta obligatoria es ¿y si Lenin se equivocaba? Como el futuro nunca está escrito ¿no es mágico pretender que se sabe a ciencia cierta hacia dónde vamos y que lo que uno decide es verdad absoluta? Para evitar este tipo de argumentaciones, hay que darle la palabra al pueblo: eso es lo que significa democracia. Lo contrario es mesianismo.
Las diferencias entre la política, la ética y la verdad nos ayudan a entender estas contradicciones.
La política tiene que ver con la gestión de los conflictos, con las metas colectivas de una sociedad, con el rumbo en el que todos y todas debemos participar y asumir. Por eso, al lado de la política siempre está el poder, que es el que nos obliga a respetar todos los semáforos que hay en una sociedad. Y por eso la política tiene también que ver con la correlación de fuerza: en cualquier conflicto, el que es más eficaz -más fuerte- gana. En nuestras sociedades quién va a dictar sobre los semáforos es quien gana las elecciones. Hay siempre una correlación de fuerzas.
Morena controla la Presidencia de la República, el Congreso y el Senado, pero eso no significa que siempre pueda desarrollar el programa con el que se presentó a las elecciones o hacer valer su ideología, que es donde se ordenan los valores, la ética y la manera que uno desea que sea el rumbo de la sociedad.
Cuando la correlación de fuerzas no es favorable, la política consiste en negociar. Negocias con quienes también tienen fuerza y haces cosas que te crees y otras que no te crees, sólo porque piensas que te va a beneficiar electoralmente o que te va a permitir tener mayores posiciones en la correlación de fuerzas. El político que no gana en la correlación de fuerzas no hace política: hace análisis, da mensajes, construye una arquitectura ética, ayuda a crear conciencia, llora por las esquinas su mala suerte, se refugia en la universidad, pero no hace Política de la que cambia las cosas. Pero dicho así ¿no estamos diciendo que para hacer políticas siempre estamos a punto de encanallarnos?
El otro ámbito es la ideología, los valores, que es lo que se dice en los mítines y se escribe en los programas. Por cierto, siempre se dice que el papel lo aguanta todo. Porque los valores, la ética, lo que consideramos que es bueno o malo, no siempre podemos lograrlo, aunque sí escribirlo. La ideología alienta todo lo que hacemos, pero no podemos hacer todo lo que queremos. La política, como correlación de fuerzas, viene siempre a rebajar nuestras pretensiones.
Ahí hay que tomar decisiones. Hay gente que no está dispuesta a ceder en sus ideologías, en sus principios, en su exigencia de que no negocia con sus ideas. Nunca hubieran cedido terreno para lograr la paz en la Unión Soviética porque se lo impediría su ideología. Lenin escribió sobre lo que llamó la enfermedad infantil del comunismo, que era el izquierdismo. Era pretender que todo lo que se pensaba que era de izquierdas había que aplicarlo de inmediato.
Es curioso, porque una parte no pequeña de los que critican a los gobiernos de izquierda desde la ultraizquierda, terminan yéndose con la derecha e, incluso, con la extrema derecha. ¿Eso significa que la crítica no tiene razón? No. Tienen razón ideológica.
¿Dónde está el límite en el que la política cercena la ideología, la ética, los valores? ¿Hay que dejárselo para que decida Lenin (u otra persona en su lugar)? ¿Hay alguna otra orientación? Podemos incluso bajar más a lo concreto: ¿Hay que salvar a un sinvergüenza y que entregue su voto en una Cámara para sacar adelante una Ley Judicial que va a ayudar a cientos de miles de personas? ¿Hay que sentarse, como está haciendo Colombia, con los jefes de los grupos delincuenciales? ¿Hay que sacarlos unas horas de la cárcel y subirlos a una tarima como hizo Petro en Medellín para lograr la paz? ¿Hay que negociar con los delincuentes cuando son más fuertes que el Estado? ¿Hay que pactar con los delincuentes para que se rebaje la delincuencia? Aquí dejo una idea: hay cosas que no se hacen por las personas que no se lo merecen, sino para sus hijos y sus nietos. En política, hace falta una visión de medio y largo plazo. Los problemas de un país no se solventan ni en un sexenio ni menos en cuatro años.
La tercera característica es la verdad. La verdad en política creo que es inexcusable. En la vida todos nos permitimos alguna mentira, como decirle a alguien que tiene un aspecto excelente o que le quedan magnífico unos zapatos o un corte de pelo. O decirle a un hijo que no pasa nada para consolarle, cuando sabes que sí pasa y que la vida no siempre es amable.
Pero en política, la mentira es su tumba. Si te acostumbras a mentir, como dijo Claudia Sheinbaum ¿no vas a volver a hacerlo? Cuando empiezas a tomar atajos, te los aprendes.
El político que miente pierde, más temprano que tarde, el favor del pueblo. ¿Por qué no decirle al pueblo la verdad sobre la correlación de fuerzas? Los políticos sólo son representantes del pueblo. Por eso necesitamos partidos-movimiento. El que miente para tener más fuerza hace trampas que no pagan precio en la derecha, pero cobran un alto precio en la izquierda. El político de izquierda que hace politiquería está cavando su propia fosa, mientras que el político que sabe cuál es la correlación de fuerzas y obra en virtud de ellas, hace lo correcto, siempre y cuando no mienta al pueblo.
El paternalismo no es democrático, porque trata a la ciudadanía como menor de edad. La política de izquierda sólo es posible cuando tienes mucho pueblo detrás, y para que el pueblo se la juegue contigo, no debes hacer politiquería, no debes decir una cosa y hacer otra, no debes hacer cosas que no te crees o que te dan lo mismo sólo porque crees que te va a reportar votos. En la izquierda no debes hacer cosas que no le puedas explicar a tu pueblo.
Hacer política es caminar entre precipicios y cabalgar contradicciones. Es más limpio escribir libros o pronunciar sermones. Todos hacen falta: los que hacen política, los que construyen ideologías, los que sostienen la verdad (los de los sermones no lo tengo tan claro).
Y cuando la unión de estas tres cosas se tuerce, como está pasando en México hay tres mandamientos: no caer en las trampas de la derecha, no parecerse a la derecha y recordar, con todas sus consecuencias, que la verdad es revolucionaria. E insisto: es el partido-movimiento, por su lógica movimientista, quien tiene la obligación de velar para que las tres vayan de la mano.
Juan Carlos Monedero
Realizó estudios de licenciatura en Economía, Ciencias Políticas y Sociología. Es Doctor en Ciencias Políticas y profesor titular en la facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. Hizo sus estudios de posgrado en la Universidad de Heidelberg (Alemania). Ha dado clases en diferentes universidades de Europa y América Latina y es profesor honorario en las universidades argentinas de Quilmes y Lanús. Ha asesorado a diferentes gobiernos latinoamericanos. Entre otros libros, ha publicado La transición contada a nuestros padres, El gobierno de las palabras, Nuevos disfraces del Leviatán, Dormíamos y despertamos, Curso urgente de política para gente decente (15 ediciones y publicado en cinco países), La izquierda que asaltó el algoritmo, El paciente cero eras tú y Política para tiempos de indiferencia (2024). Premio Latinoamericano y Caribeño de Ciencias Sociales de CLACSO en 2018. Ha sido ponente central en la conmemoración del Día Internacional de la Democracia en la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York y en la 28 Sesión Regular del Consejo de Derechos Humanos en Ginebra. Tiene reconocidos tres sexenios de investigación. Es cofundador de Podemos, colabora en diferentes medios de comunicación y ha presentado durante cinco años el programa En la frontera en Público, donde tiene el blog Comiendo tierra.
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