Estados Unidos sumó otro alarmante informe del empleo en agosto. Las nóminas no agrícolas aumentaron tan sólo en 22 mil puestos durante el mes, mientras que la tasa de desempleo se elevó al 4.3 por ciento, según la Oficina de Estadísticas Laborales. Como métrica de expectativas, los economistas encuestados por Dow Jones esperaban un aumento de 75 mil nóminas. Por su parte, el informe mostró una marcada desaceleración respecto al aumento de 79 mil puestos de julio y una pérdida neta de 13 mil puestos en junio. Sin matiz al cual asirse, la economía estadounidense confirma el momento gélido que enfrió a la región.
En Canadá, la economía sangró empleo por segundo mes consecutivo. Sumados julio y agosto, 107 mil puestos fueron recortados a nivel nacional. Esta cifra alimenta temores de recesión tras una caída del PIB de 1.6 por ciento a tasa anualizada en el segundo trimestre. El comercio internacional guarda el mayor poder explicativo del mal momento: en los primeros 7 meses del año, las exportaciones canadienses a Estados Unidos experimentaron una disminución del 2.9 por ciento en relación al mismo periodo de 2024 y frente a una expansión del 14 por ciento en ventas al resto del mundo. Con todo, el vecino del norte pasa tragos más amargos que el vecino del sur.
En México, si bien la economía no es boyante como suele no serlo en un primer año de sexenio, al menos crece y mantiene un sector externo más resiliente que el canadiense. Las exportaciones mexicanas aumentaron 6.5 por ciento en los primeros siete meses del año, y la tasa de 8.2 por ciento en julio sugiere aceleración. México, aun con los tarifazos en bienes desprotegidos por el T-MEC, obtuvo una menor tasa arancelaria promedio que las economías asiáticas, mismas que perderían cuota de mercado en Estados Unidos. Sin embargo, la expansión del PIB de 0.7 por ciento a tasa trimestral y de apenas 0.1 por ciento a tasa anual en el segundo trimestre sugiere que la inversión privada por la incertidumbre comercial y las altas tasas de interés —correlacionadas con las estadounidenses— mantienen el crecimiento económico en la congeladora. El resfriado en Estados Unidos no contagió una pulmonía, pero sí un molesto catarro prolongado.
Los aranceles de Trump congelaron la economía norteamericana, hoy en un glaciar. Fueron una mala idea, con una peor ejecución: (1) múltiples frentes abiertos, (2) continuos vuelcos drásticos, (3) prolongada incertidumbre, (4) estudios sectoriales ausentes y (5) tratos injustos. Por un cúmulo de adversidades, el consumo privado, antes topado por la política monetaria restrictiva, frenó su inercia. Si bien los aranceles triplicaron la recaudación aduanal, los consumidores y las empresas absorben el impuesto en temporada de vacas flacas.
Sintomático del momento, sólo los servicios de salud abonaron a la creación de empleo, mientras que los sectores procíclicos sangran nóminas. Estados Unidos ha perdido 42 mil empleos en la manufactura desde el “Día de la Liberación”. Además, Trump hundió la creación de empleo en la industria de semiconductores con la interrupción a la cadena de suministro —por los aranceles— y la incertidumbre sobre la continuidad de la Ley Chips y sus copiosos subsidios.
Los yerros no se limitan al sector externo y las nóminas dependientes del comercio internacional. Trump paralizó y contrajo el sector de la construcción en Estados Unidos, con tres meses y contando de despidos en un sector que danza al ritmo que le impone el ciclo económico alcista o bajista. En la vivienda, los precios caen en múltiples ciudades, las ventas están paralizadas y los inventarios se acumulan. Por su parte, la obra pública está congelada por un presupuesto que desmontó los programas de Biden, por las tasas de interés altas para estándares estadounidenses, y por la incertidumbre general que Trump incuba.
Varias políticas de Trump fomentan el desempleo. La austeridad en el Gobierno federal no sólo impacta directamente con despidos, sino que además congeló contrataciones dependientes de obras y programas suspendidos o suprimidos. Por su parte, la persecución migratoria en ciudades como Chicago o fábricas como la de Hyundai dispararon el ausentismo y el temor a contratar. Al sumar que los aranceles frenaron el consumo sin una desinflación consecuente, una demanda agregada desnutrida cobra factura con intereses.
Una economía frágil engendra un Presidente débil. Para muestra, la anterior fue una de las peores semanas de Trump en su segundo mandato: Xi Jinping monopolizó portadas, los frentes de guerra continúan paralizados, el ataque a la lancha venezolana delató las contradicciones de Estados Unidos en el derecho internacional, y la salud del Presidente se deteriora rápido. Todo sin un contrarrelato económico convincente. En suma, la desconfianza y la incertidumbre aprietan y ahorcan.
De no corregir el rumbo económico pronto, los republicanos enfrentan una probable derrota en la elección intermedia. Trump, consciente de los nubarrones que no logra disipar, presiona a los halcones de la Reserva Federal que votan contra los recortes de tasas, que pasaron de ser una probabilidad a una certeza. Si la política monetaria menos restrictiva —y eventualmente expansiva— no alcanza, entonces sí Norteamérica enfrentaría una alta probabilidad de recesión regional. La buena es que hay tiempo para virar; la mala es que el matón de la cuadra es testarudo y ataca a los vecinos cuando olfatea debilidad.
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