En muchos círculos de
todo el espectro político se habla de una época dorada del capitalismo.
La referencia es al periodo que arranca con el Nuevo Trato impulsado por
la administración Roosevelt durante los años de la gran depresión y
termina hacia finales de la década de los años 1970.
Entre 1945 y 1970 la economía estadunidense experimentó un incremento
sostenido en el ingreso promedio de la población y una expansión casi
sin precedentes de la clase media. Casi todos los observadores
concuerdan en que durante esos años se consolidó una especie de paz
social en la que capital y trabajo convivieron para generar un auge
económico sin precedente. Hoy la nostalgia por la época dorada hace
soñar a muchos a lo largo de todo el espectro político.
Pero, ¿realmente existió esa
época dorada? Es una pregunta importante y compleja. Nuestra visión sobre la evolución del capitalismo en los tiempos que corren depende de la respuesta. Los objetivos estratégicos de la acción política de partidos, sindicatos y todo tipo de organizaciones también están condicionados por ella. Para simplificar el análisis podemos hacer referencia en primer lugar a la economía de Estados Unidos. No es casualidad que la referencia geográfica para ese periodo de auge sea ese país pues en él nunca existió otra cosa que el modo de producción capitalista.
Para empezar hay que reconocer que entre 1945-1970 la economía de
Estados Unidos efectivamente mantuvo altas tasas de crecimiento de
manera sostenida. Y durante esos años se alcanzó algo muy cercano al
pleno empleo y el crecimiento de los salarios fue constante. Por esos
resultados se considera que fueron los años dorados del capitalismo,
tanto en círculos conservadores como en espacios más críticos y hasta
radicales.
Son muchos los factores que explican este proceso de crecimiento. Uno
de ellos tiene que ver con las nuevas oportunidades de rentabilidad que
se abrieron para la inversión. Otro se relaciona con el mantenimiento
de una demanda agregada apuntalada por salarios que acompañaron los
aumentos en productividad. La reproducción de la fuerza de trabajo pudo
realizarse gracias a ese crecimiento de los salarios.
Por otra parte, las élites en Washington fueron muy hábiles para
explotar la hegemonía estadunidense en la posguerra. En especial, el
sistema de Bretton Woods ofreció ventajas singulares a la economía
estadunidense al mantener una demanda constante de dólares. No fue sino
hasta la primera mitad de la década de 1970 que el régimen de Bretton
Woods se desintegró y Estados Unidos tuvo que inventar otro sistema para
asegurar la demanda artificial de dólares. Eso lo logró a través de un
acuerdo con Arabia Saudita para que sus ventas de petróleo se hicieran
en dólares, pero esa es otra historia.
En las narrativas que hablan sobre la época dorada aparece un
común denominador. Se dice que el régimen económico estuvo basado en una
tregua entre capitalistas y trabajadores. El respiro en la lucha entre
clases habría nacido con el Nuevo Trato de Roosevelt diseñado para
afrontar los efectos de la gran depresión. Pero un análisis más
detallado revela que la supuesta tregua no fue sino una guerra de
posiciones y de preparación para la ofensiva final del capitalismo.
Al inicio de la depresión el movimiento sindical en Estados Unidos
era débil. Pero entre 1937-1947 la membresía sindical se multiplicó por
un factor de cinco y alcanzó los 15 millones de trabajadores. Entre
1945-1970 estallaron más de cien huelgas importantes en sectores
estratégicos: estibadores, trabajadores ferroviarios y obreros
industriales en diversas ramas. Una de las huelgas más importantes fue
estallada a escala nacional por trabajadores de General Electric en
1946. De ahí nació en la empresa un modelo para promover negociaciones
directas con los trabajadores a nivel individual y así marginar a
sindicatos y organizaciones obreras.
Las estructuras empresariales nunca vieron con buenos ojos las
políticas del Nuevo Trato. Para 1945 sus objetivos pasaron a la
destrucción de las bases de la contratación colectiva y a la
recuperación del control sobre el proceso de trabajo en talleres y
fábricas. La guerra ideológica se llevó a las universidades a través de
organizaciones que financiaron todo tipo de proyectos sobre las virtudes
del libre mercado y los peligros del autoritarismo y la corrupción
sindical. Al arrancar la guerra fría el capital buscó recuperar la
hegemonía ideológica, al acusar al sindicalismo y a la intervención
estatal de
acercarse al comunismo. Al final de la década de los setenta, el movimiento sindical había comenzado a fragmentarse y debilitarse.
En síntesis, las condiciones económicas que dieron lugar a la llamada
época doradadel capitalismo fueron excepcionales y no volverán a repetirse. La supuesta tregua entre capitalistas y trabajadores corresponde a una mala interpretación de los hechos. Hoy que estamos en plena crisis del neoliberalismo no hay que hacerse ilusiones sobre un pretendido regreso a una mítica época dorada del capitalismo.
Twitter: @anadaloficial
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