La Jornada
Si alguien quiere imaginar
un lugar remoto de Nicaragua, perdido en la incierta geografía de las
selvas de la costa del Caribe, no hay mejor ejemplo que El Cortezal.
Para llegar hasta allí, el periodista Carlos Salinas tuvo que hacer un
viaje de cuatro horas desde el mineral de Rosita, donde no hay
aeropuerto, a bordo de una camioneta que debía capear zanjas y piedras, y
luego tres horas más a pie, a veces atravesando ríos, en media montaña.
Aquí fue donde literalmente el diablo perdió el poncho.
Me he encontrado con esta historia, que trata precisamente del
diablo, al volver al país tras varias semanas de ausencia. Vilma
Trujillo, una campesina de 25 años, habitante de aquella comunidad
lejana, fue quemada viva el pasado mes de febrero por el pastor de la
Iglesia Misión Celestial, Juan Gregorio Rocha, de 23 años, y varios
cómplices, entre ellos dos hermanos suyos.
Fueron a sacarla de su casa para someterla a un rito de sanación, ya
que la declararon poseída por el demonio: veía visiones, y hablaba
incoherencias. La llevaron secuestrada a la casa pastoral, donde la
encerraron amarrada de pies y manos, y así la mantuvieron durante seis
días. No la liberaban ni para hacer sus necesidades fisiológicas, por lo
que se defecaba y orinaba encima.
Mientras tanto, en el templo de la congregación, calle de por medio,
el pastor y los fieles oraban para librarla del dominio de Satanás.
Entonces, una de las devotas escuchó una voz con un mandato divino. Nada
de aquello era suficiente, y era necesario purificar a la endemoniada
en la hoguera. Muy expedito, el pastor mandó a recoger leña. Amarraron a
su víctima a un tronco, y antes de que amaneciera la lanzaron desnuda
al fuego. La muchacha empezó a arder, entre espantosos alaridos.
El pastor no cabía en sí de alegría:
¡Ya se va a morir y va resucitar! En cuanto se muera la metemos en la iglesia y la vamos a entregar a Dios, y va a estar sana, exclamaba. Luego, moribunda, fueron a botarla a una cañada. Las quemaduras habían abrasado su piel y órganos vitales, y nada se pudo hacer ya por ella.
En El Cortezal, donde no hay ninguna escuela, el pastor Rocha era la
autoridad suprema, jefe de policía, juez de instrucción y de apelación,
exorcista, brujo, director espiritual, carcelero y verdugo. Todos los
vacíos del poder del Estado y del poder social en aquella remotidad los
llenaba él solo. Y también fungía como juez moral.
Porque Vilma fue quemada bajo acusación de adulterio. Tenía el diablo
en el cuerpo y sólo el fuego podía purificar su carne. Uno de los
cómplices lo explica:
el demonio que se había apoderado de la mujer era de adulterio. Ella cometió un error y ante Dios falló porque ella tenía su compañero de vida, y cometió error con otro hombre y se estaba pasando por cristiana sometiéndose a ayuno, y seguro Dios la castigó de esa manera y se endemonió.
Y el marido de Vilma, Reynaldo Peralta Rodríguez, quien se hallaba
haciendo trabajos agrícolas lejos de El Cortezal durante todo el tiempo
que duró el auto de fe, lo confirma:
para mí, mi mujer no estaba endemoniada; lo que le hicieron fue una brujería, porque ella tomaba un remedio que le dio un hombre, quien ahora la familia de Vilma me contó que la había violado y desde que comenzó a tomar eso cambió un poco conmigo.
El manto oscuro de la ignorancia lo cubre todo, y bajo la ley
del fanatismo religioso, los jueces morales abundan siempre, sean
analfabetos o letrados. Los pecados de la carne tienen que ser
castigados de manera ejemplar para imponer la recta conducta social. En
los Evangelios, el primero que se alza contra la lapidación con que eran
castigadas las adúlteras es Jesucristo.
El demonio de la concupiscencia tiene preferencia por el cuerpo de las mujeres
locas de su cuerpo, que pagarán su delito moral en las hogueras en la Edad Media, como Vilma, o llevando la A de adúltera cosida al pecho, como en la sociedad puritana de Nueva Inglaterra en el siglo XVII. Es lo que narra Nathaniel Hawthorne en su espléndida novela La letra escarlata, la historia de Hester Prynne, una casada infiel obligada a proclamar ella misma su pecado exhibiendo aquella señal infamante.
El Cortezal no es más que un escenario primitivo de la represión
social que sigue viva en América Latina contra las mujeres
transgresoras. Y el demonio continúa siendo el terrible pretexto de la
represión contra las mujeres, que son las que abundan en ese imaginario
perverso. De hombres quemados vivos por pecados de la carne, entre ellos
el adulterio, son pocas las noticias.
Uno de los jerarcas de las Asambleas de Dios, a la que pertenece la
Iglesia Misión Celestial, declaró en la televisión que en el aquelarre
que culminó con el asesinato de Vilma se dio una
intervención demoníacay la situación se salió del control de los inquisidores rurales; el pastor Rocha carecía de
conocimientos teológicosy su ingenuidad lo privó de buscar asesoramiento de parte de un líder cristiano.
Uno no puede dejar de preguntarse: ¿qué clase de asesoramiento
necesitan unos fanáticos, extraviados en la ignorancia, para sacarle el
diablo del cuerpo a una pobre mujer indefensa? Para otro de los pastores
de la congregación,
lo que ocurrió ahí fue un exabrupto, un manejo inadecuado de la situación. ¡Un exabrupto!
Y el presbítero de las Asambleas de Dios para el Caribe nicaragüense
dice que la intención del pastor de la hoguera y sus cómplices de
asesinato
era buena. Sin embargo,
al inmiscuirse la extraña vozque ordenó purificar a la posesa en la hoguera,
el resultado fue la muerte. Un error de interpretación.
La extraña voz. La voz que ordenó quemar viva a Vilma Trujillo. A
través de los siglos, la ignorancia de analfabetos y letrados sigue
oyendo esa misma voz.
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