El mundo al revés
1.- La denuncia de probables actos de corrupción en una institución
es percibida en un sentido dual: hacia fuera se considera un discurso
atendible. Hacia adentro, empero, la postura es exactamente al revés.
Hay un conjunto de sofismas que “justifican” esos comportamientos: a) La “ropa sucia se lava en casa”.
El problema es que no se lava sólo se remoja y al final todo queda
igual; b) “Se afectan a las instituciones”. Las instituciones se
fortalecen, por el contrario, cuando se identifica, procesa y sanciona a
sus peores elementos. Lo que lastima a las instituciones es no hacer
nada, voltear para otro lado; y c) Quien señala la verdad o denuncia
hechos de probables ilícitos no es percibido como alguien probo,
honesto; antes bien, es exactamente, al contrario, es visto como
“conflictivo”, “protagónico” y palabras por el estilo que generan
disuasivos para apartarse del guion oficial: “En política el único
pecado que no se perdona es la falta de complicidad”.
2.- La complicidad se genera de forma activa o de modo pasivo.
El estar enterado de un caso probablemente irregular y no decir nada es
aceptar ese guion de la simulación y de la impunidad. No se diga, si se
actúa en forma activa. El problema es que cada día crecen más los
umbrales de tolerancia social a la corrupción. Hay aquí también una
doble moral: en las encuestas y sondeos de opinión los encuestados ven a
la corrupción como un mal social, pero en el día a día no sólo la toleran, sino – en algunos casos- buscan cómo se reproduce.
Un servidor público en un alto cargo, una vez que deja el puesto,
enfrenta también una doble lectura: Existe la percepción de que incurrió
en prácticas de corrupción, y eso se convierte en algo “normal”. Por el
contrario, si ese servidor honesto que sale del cargo sólo con lo
legalmente ganado es visto, en no pocas ocasiones, como una persona que
no supo aprovechar las oportunidades del cargo para su enriquecimiento.
“Se creyó la película” dirán algunos. Pero pocos formarán un juicio de
esa persona con los valores positivos de la honestidad y de la dignidad.
De ahí la frase profunda en el imaginario colectivo: “No me des, ponme
donde hay”. “Amistad que no se refleja en la nómina es pura demagogia”. Y
así existen otras tantas que la picaresca mexicana ha creado al
transcurso del tiempo.
3.- Lo más grave de todo es que se incorpore dentro de la ley el valor de la corrupción.
En efecto, los requisitos para ser gobernantes, contralores, miembros
de organismos autónomos son tan genéricos que cualquiera puede
razonablemente satisfacer esa hipótesis normativa. En algunos casos,
como el del Instituto Federal de Telecomunicaciones se han incluido
exámenes de conocimientos en la materia. Pero no es sinónimo ser experto
en telecomunicaciones que ser experto en ejercer la honestidad. Más
aún, puede – y se da- que haya grandes corruptos muy bien formados
académicamente. La honestidad no está atada a la formación académica o a
la falta de cultura en el sentido más amplio de la expresión. Es loable
que haya ese tipo de exámenes de conocimientos diseñados por varias
instancias para evitar errores en su aplicación. Pero nada se hace por
lo que concierne al combate preventivo de la corrupción. En este punto
no hay consenso. Y no lo hay porque haya falta de conocimiento, sino
porque no se quiere combatir a fondo el problema. La salida facilista es
crear más burocracia que tampoco resolverá el problema. En su
oportunidad el presidente de la mesa directiva del Senado, Pablo Escudero,
al preguntársele cuando daría resultados el “Sistema Nacional
Anticorrupción”, la respuesta fue: ““No es una transición fácil ni
rápida. Hay que seguir trabajando. Aquí no es de enchílame otra, tiene
una serie de tiempos”. Y sí porque es “complejo” hay que agotar los
mecanismos al alcance de la sociedad para prevenir el ingreso de
corruptos más que buscarlos – sin encontrarlos- después de que generaron
una sangría económica a la sociedad.
4.- El fundador del Organismo Nacional Anticorrupción, el empresario
Carlos Emilio Gidi razona: “Cómo se puede esperar que haya un cambio si
esa reforma necesaria es contraria al modelo que permitió que tengamos
el perfil de legisladores que tenemos”. Asimismo, decía Martín Luis
Guzmán en La sombra del caudillo: “Nadie va contra su propio interés”. De
esta suerte, el cambio posible sólo puede provenir de fuera con la
alianza de algunos – muy pocos- de dentro de la partidocracia. ¿Se puede
prevenir el ingreso de personas corruptas a posiciones de toma de
decisiones que afecten el interés público? Por supuesto que sí. Habría
que buscar que en las leyes se introdujeran verdaderos candados
aplicando exámenes de control de confianza serios y por terceros con
experiencia e independencia. Ya en otra oportunidad abundé sobre estos exámenes.
Si la parte realmente comprometida contra la corrupción no se une, la
simulación y la impunidad seguirán siendo la columna vertebral del
ejercicio del poder público como sucede hoy.
ernestovillanueva@hushmail.com
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