Migración
The Guardian / El Diario (España)
Los migrantes que esperan su turno en Tijuana no se parecen en nada a los "bad hombres", ladrones y violadores, de los que hablaba Trump en campaña. Las medidas de seguridad existentes impiden que muchos mexicanos deportados por EEUU puedan regresar para reunirse con sus familias.
Imagen de finales del año 2017 en las que puede verse cómo avanza la construcción de los prototipos EFE.
(Tijuana) Cuando Donald Trump vio este martes los prototipos propuestos para su muro fronterizo a las afueras de San Diego seguro que pudo decir, y con toda la razón, que a muy pocas millas al sur había cientos de mexicanos desesperados por colarse en EEUU.
Los puedes encontrar en albergues como la Casa del Migrante, un refugio para migrantes ubicado en Tijuana, una inmensa ciudad con una altísima tasa de asesinatos. Ellos mismos admiten que no tienen permisos para vivir en EEUU, pero tienen la determinación de entrar ilegalmente.
Algunos ya han echado un vistazo a los prototipos que el presidente ha podido analizar y calificar de formidables: casi 10 metros de alto con tecnología punta para soportar o repeler el uso de sopletes, martillos, cuerdas o escaleras.
"La verdad es que ahora no sé cómo cruzaría", dijo Félix Mateos, que vio los ocho prototipos la semana pasada mientras trataba de cruzar la frontera sin ser visto. Sin embargo, las historias de Mateos y de muchos que hubieran cruzado la frontera restan valor a los argumentos en favor del muro.
Pocos se asemejan a los "bad hombres" –violadores, asesinos, narcotraficantes– a los que Trump aludió para vender el muro a sus votantes durante la campaña electoral de 2016. Una proporción cada vez mayor la componen personas que vivieron durante años y décadas en EEUU, trabajando y creando familias, y fueron deportados por infracciones menores.
Deportados por delitos menores
Mateos tiene 54 años, vivió en California desde los 16 y se ganaba la vida en la cosecha de uvas, nueces y melocotones en los campos de la zona de Modesto. Ganaba 14 dólares a la hora.
El pasado mes de octubre, la policía le paró por conducir sin permiso y terminó en manos del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, engrosando la lista de los cada vez más inmigrantes indocumentados que se ven arrastrados de esta forma por infracciones menores.
Mateos pagó 7.000 dólares a un abogado –casi todos sus ahorros–, pero un juez de inmigración falló en su contra, mostrándose indiferente ante el hecho de que el trabajador tenía tres hijos, de dos, ocho y 11 años, que son ciudadanos estadounidenses.
Deportado a Tijuana justo antes de Navidad, decidió buscar un camino de vuelta, es decir, hacer "la brinca", cruzar ilegalmente la frontera. "Echo de menos a mis hijos", dice entre lágrimas. Su pareja trabaja a media jornada lavando platos en un restaurante, pero no gana lo suficiente como para mantener a la familia. "Necesito trabajar, ¿qué va a ser de ellos?".
Un número creciente de personas que pasan por este tipo de refugios –en total fueron 7.000 el año pasado– son ciudadanos deportados con profundas raíces en EEUU. Así lo explica Valeria Griego, una administradora de la Casa del Migrante. Todos tienen deseos de volver. Alrededor del 70% lo intentan al menos una vez, explica.
Salomón Cortés, que tiene 28 años, fue uno de ellos. Antes, dirigía la cocina en un restaurante italiano de Nueva Jersey –su especialidad era la pasta Alfredo– y allí tenía un hijo de cuatro años llamado William. Lleva su nombre tatuado en el brazo: "Un padre debería estar con su hijo".
Trump visita en la frontera con México los prototipos para su muro EFE
Bad hombres o no, hay otra razón por la que los que estas personas restan valor a los argumentos en favor del muro: ahora no pueden entrar. Lo han intentado y han fracasado, obstaculizados por las barreras que ya existen y las redes de vigilancia operadas por las patrullas fronterizas.
Cortés, que volvió a México para casarse, cuenta que ha intentado cruzar la frontera 14 veces, pero todas las veces ha sido detectado por los controles fronterizos que se han ampliado y militarizado constantemente por los sucesivos presidentes desde Bill Clinton.
Por sus tres últimos intentos, Cortés pasó tres meses detenido en Texas, seis meses en Nuevo México y seis meses más en California. Si lo cogen otra vez, se enfrentará a dos años de prisión. "Estar ahí dentro es horrible, es duro. No me quiero arriesgar", añade. Cortés reconoce que ha decidido permanecer en México.
Los cruces fronterizos están en mínimos históricos y, en los últimos años, se estima que más mexicanos están abandonando voluntariamente EEUU que entrando al país, como consecuencia de los cambios económicos y movimientos demográficos. Aun así, Trump ha hecho del muro la piedra angular de su represión a la inmigración.
Mateos, el trabajador agrícola, intentó la semana pasada cruzar la frontera junto a dos amigos a través de Otay Mesa, cerca de los prototipos de muro. Dos agentes fronterizos en moto los atraparon en tres minutos. Mateos fue deportado al día siguiente a Tijuana.
A pesar de cojear por culpa de una caída mientras escalaba un muro de casi dos metros, tiene la intención de volver a probar suerte. "Al menos una vez más, quizás dos". No puede permitirse los 8.000 o 15.000 dólares que cobran los coyotes, así que lo intentará de nuevo por su cuenta. Si no lo consigue –algo que parece muy probable porque contiene las lágrimas en los ojos y porque está derrotado– dice que puede que traiga a sus hijos a México.
Mateo no tiene una opinión clara sobre si tiene sentido construir un muro de casi diez metros a lo largo de la frontera. "Eso lo tendrá que decidir el señor Trump. Todo lo que yo sé es que los prototipos son muy altos".
Traducido por Cristina Armunia Berges.
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