El diagnóstico que realiza esta abogada del Centro de Investigación y
Docencia Económicas (CIDE) es preocupante. Ella ilustra cómo las
vicisitudes políticas que acompañan la discriminación están entretejidas
en nuestro orden simbólico, en las ideas que tenemos sobre los hombres y
las mujeres, en los prejuicios sobre el color de piel o la sexualidad
distinta, y además pone el foco de su atención en las carencias y
omisiones que hay en la normativa laboral.
En ese sentido, además de ser un sesudo compendio sobre los horrores
de la discriminación laboral en nuestro país, también es un muy buen
análisis de cómo ciertas políticas públicas, algunas modificaciones
legales y determinados mecanismos son indispensables para empezar a
eliminarla.
La autora analiza el costo que la discriminación tiene en la vida de
las personas, en la productividad de las empresas y en el desarrollo del
país; muestra que la discriminación en el empleo es un fenómeno
estructural, por lo cual también se requiere que la política de Estado
intervenga en muchos campos: en las políticas educativas, las fiscales,
las migratorias, las de cuidado, las de formalización del trabajo, en el
sistema de justicia laboral, en los sistemas de transporte y el diseño
de las ciudades, en las políticas carcelarias, en las políticas de
información pública y, obvio, en la regulación laboral.
Vela señala los elementos indispensables que deben implementarse para
alcanzar a desarrollar una política integral del Estado, y no es una
sorpresa que concluya, con el sólido fundamento de su investigación, que
la legislación actual no garantiza un régimen de derechos laborales
respetuoso del derecho a la no discriminación. Su visión, como abogada,
es clara: es necesario reformar la normatividad para garantizar, de
manera más efectiva, el derecho a la no discriminación en los centros de
trabajo.
No es posible resumir este magnífico trabajo, y les recomiendo que lo
busquen en el Conapred y en el Instituto Belisario Domínguez, pues
además es de distribución gratuita. Quiero subrayar, eso sí, que al
final de su investigación Vela finaliza con una conclusión dura y
realista: si queremos erradicar la discriminación en el empleo, tenemos
que cambiar los centros de trabajo. Las instituciones. Las políticas. El
mundo. La vida, tal y como la conocemos. ¡Uf, qué duro! Indudablemente
que existe una urgencia ética de enfrentar la discriminación en el
trabajo, pero la vida no se cambia por decreto.
Y aunque Estefanía Vela hace una labor impecable al señalar la
necesidad de comprender sus causas y plantear qué tipo de medidas,
mecanismos, programas y normatividad jurídica ayudarían a enfrentar y
disminuir la discriminación en ese espacio, la lucha contra las formas
agresivas y sutiles, oficiales o marginales, de la discriminación en el
trabajo por cuestiones étnicas, sexuales o las que sea, no podrá
llevarse a buen fin a menos que la ciudadanía cobre conciencia de cómo
todas las personas discriminamos.
Los seres humanos estamos llenos de prejuicios, y no obstante que
este libro ofrece un alegato razonado y documentado que desmonta parte
del entramado sociopolítico y normativo que provoca la discriminación,
probablemente no logrará erosionar los prejuicios. La psicoanalista
Silvia Bleichmar ha señalado que al prejuicio “lo que le da el carácter
patológico es su inmovilidad, su imposibilidad de destitución mediante
pruebas de realidad teóricas o empíricas”.
O sea, no importan las contundentes pruebas de realidad que vienen
desplegadas en el valioso trabajo de Vela, pues las prácticas y las
creencias de las personas suelen nutrirse de prejuicios y, además, las
propias personas ni siquiera se dan cuenta de ello. Bleichmar también
apunta: “El prejuicio es, indudablemente, una excelente coartada
psíquica para la elusión de responsabilidades y el ejercicio de la
inmoralidad”.
Ante la resistencia de nuestro gobierno para ratificar el convenio
189 que da a las empleadas del hogar derechos laborales se pone en
evidencia esa “coartada psíquica”. Con ella la mayoría de las personas
(patronas y funcionarios por igual) cree que, en realidad, ese trabajo
no es un trabajo como los demás, por lo cual las mal llamadas
“muchachas, criadas o sirvientas” no deben tener los mismos derechos que
los demás trabajadores. La coartada psíquica permite eludir la
responsabilidad de patronas y funcionarios y permite el ejercicio de la
inmoralidad que implica una legislación laboral donde las trabajadoras
del hogar tienen jornadas de más de ocho horas, sin vacaciones ni
aguinaldo y sin servicios médicos (seguro social).
No todas las personas van a leer el libro de Estefanía Vela, que
sirve para entender qué es discriminar en el empleo y cómo funcionan los
prejuicios que favorecen esa práctica nefasta. Por ello es necesario
empezar a debatir públicamente sobre la discriminación laboral.
Este análisis se publicó el 11 de marzo de 2018 en la edición 2158 de la revista Proceso.
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