Es evidente que los gobernantes y los grandes medios de comunicación
del país han presionado para que no exista esa legislación porque podría
afectar el mercado publicitario entre los que pagan con dinero del
erario y los que venden tiempos y espacios.
Ante la intervención de la Suprema Corte, Enrique Peña Nieto ha
decidido enviar a la Cámara de Diputados un proyecto, presentado como
iniciativa del PRI y elaborado en la Secretaría de Gobernación. Pero
–agárrese lector— la nueva ley entraría en vigor el 1 de enero de 2019.
Se le quiere jugar el dedo en la boca a la mismísima Suprema Corte de
Justicia mediante una nueva demora hasta el próximo año.
Mas no creamos que esto es lo peor. El contenido del proyecto de Peña
Nieto no es para reglamentar el artículo 134 de la Constitución, en sus
párrafos 7º y 8º, sino que, no obstante que la Constitución dice que
con recursos públicos no se debe influir en “la equidad de la
competencia entre los partidos”, el flamante proyecto presidencial le
cambia y señala que tal competencia se limita a las campañas
electorales, en las que, por lo demás, está prohibida la propaganda
oficial. De esa forma, durante el tiempo restante, el gobierno podría
influir en la lucha entre los partidos, la cual es permanente, según la
Constitución y la llamada teoría política de la democracia.
El proyecto oficial de nueva ley, denominada de “comunicación
social”, sólo es un compendio de reglas ya existentes, tanto a nivel de
leyes como de reglamentos y del Presupuesto de Egresos. Se pretende
dejar las cosas como están.
Ni siquiera se prohíbe lo subrayadamente prohibido en la Carta Magna:
la gacetilla personalizada de servidores públicos, publicada
subrepticiamente en forma de noticia pagada con recursos públicos. Decía
Miguel Ángel Osorio Chong que él no podía hacer nada contra eso. Así
fue. Mas, por lo visto, el nuevo secretario de Gobernación no sólo es
incapaz de combatir la gacetilla sino que busca legalizarla por la vía
de la omisión: el gobierno de Peña se “supera” a sí mismo.
En ese proyecto, las sanciones resultan ser una tomadura de pelo, a
despecho de lo señalado en el párrafo noveno del mismo artículo 134
constitucional. No hay multas, mucho menos delitos, aplicables a
servidores públicos que violen una ley que de por sí es inocua y se
dirige sólo a dejar bien claro que la Secretaría de Gobernación es la
organizadora de la propaganda gubernamental. En el tema de sanciones
contra servidores públicos, todo es igual que como está hecha la ley
electoral: “dar vista al superior jerárquico”, forma de dotar de
impunidad a la transgresión de la norma.
No se establece tampoco en este proyecto el acceso a la justicia de
la ciudadanía para que se protejan sus derechos de información, la cual,
por lo visto, podría seguir siendo inconstitucional, personalizada,
gacetillera, engañosa, mentirosa, onerosa y todo lo demás que ya
conocemos. Se desea que la ciudadanía siga careciendo de medios para
hacer respetar la Carta Magna y la legalidad. Por eso, el priismo no
quiere admitir la queja por vía judicial, como está propuesta desde la
primera iniciativa que se presentó.
Esto parece indicar que Peña Nieto no está buscando en verdad que el
Congreso apruebe el proyecto priista y mucho menos los anteriores, el
primero de los cuales yo mismo lo presenté en el Senado el 7 de febrero
de 2012, hace casi 6 años.
Lo que quizá se piensa en la Presidencia es algo muy simple y cínico:
si no se admitiera el proyecto oficial, la Cámara no podría completar
una mayoría para otro texto, con lo cual se declararía el acatamiento de
la orden de la Suprema Corte, aunque nada se hubiera expedido. Donde no
hay mayoría, no hay ley, principio legislativo elemental que, sin
embargo, sería ahora, como en otras ocasiones, enteramente manipulado.
Creo que no habrá negociaciones serias en el Congreso.
Peña Nieto obra como un político a quien se le detuvo el reloj y
supone que vive en tiempos de Ruiz Cortines. Así como declara en un acto
oficial que él tiene un candidato, también supone que ese candidato
suyo, José Antonio Meade, va a ser presidente de la República, pero eso,
a toda evidencia conocida, no ocurrirá. Mas ese proyecto de ley convida
al candidato priista al festín del oprobio de proponer una legislación
que ofende a la Constitución y con la cual se pretende engañar a la
ciudadanía, no sólo a la Suprema Corte. Una vez más, Peña se está
llevando entre las patas a su propio y querido candidato.
De cualquier forma, no parece que el proyecto de marras tenga algún
viso de honradez intelectual de parte de quien ordenó su redacción, sino
que es el intento de un engaño. Claro está que si el PAN y el PRD lo
admiten con leves modificaciones, el hecho relevante ya iría por cuenta
de esa coalición de mercaderes de la política.
No está a la vista una ley de propaganda institucional con apego a
los mandatos constitucionales. Lo que se advierte es el deseo de que
México siga siendo un país sin ley, ya sea porque la norma se incumple o
porque el sistema Legislativo-Ejecutivo de formación de las leyes no
vale ni el dinero que se gasta. O, por ambos escandalosos y perniciosos
fenómenos, motivos, entre muchos más, del impostergable cambio político.
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