Hernán Gómez Bruera
La creciente fortaleza electoral de AMLO se ha construido a partir de
una combinación de factores: la podredumbre del régimen político
actual, la moderación de su discurso, la construcción de una imagen
presidenciable que lo presenta como ganador antes de serlo y la
formación de una amplia coalición que ha atraído figuras de todo el
espectro político.
Andrés se ha apartado de la crítica al modelo económico y ha moderado
su retórica como nunca antes, incluso para estándares socialdemócratas.
Ni siquiera Lula, en su cuarto intento por llegar a la presidencia
había atemperado tanto su programa, que en 2001 impulsaba un conjunto de
reformas en el ámbito agrario, fiscal y político, y planteaba un giro
en la política económica.
Es tan grande el descrédito del régimen político actual, tan marcada
la corrupción del gobierno y tan grave la crisis de credibilidad de la
clase política que la campaña sucia parece afectar cada vez menos la
imagen de AMLO. Incluso en algún punto es posible que los ataques en su
contra sólo sirvan para que sus adversarios caven más hondo su propia
tumba.
AMLO tiene una ventaja sobre cualquier otro político; una ventaja que
incluso escapa a muchos intelectuales liberales (o conservadores
disfrazados de liberales) que lo descalifican por no enarbolar esa
izquierda finlandesa que México necesita: es de los pocos políticos que
conocen la calle y pueden caminar la calle. Sabe interpretar —no a
través de encuestas o grupos de enfoque, sino a través de su experiencia
directa— el sentir popular.
Andrés conoce mejor que ningún otro político los dolores de la gente.
Tiene olfato y sensibilidad para hablarle al pueblo. Naturalmente, no
lo hace con los conceptos y la sofisticación que esperaría buena parte
de los intelectuales, sino con una inteligencia política que consiste en
hablar de forma simple y clara.
Quienes no entienden que no entienden tildan eso de populista, un
término vacío de contenido utilizado para adjetivar a cualquier
oposición incómoda al status quo, que funciona para descartar a los
adversarios antes que para entender la política, como apunta Esteban
Illades en su más reciente libro.
La presentación de un gabinete con figuras profesionales aporta mayor
seriedad y realismo a su propuesta. Si se logra aprovechar, ese equipo
permitirá que el mensaje de AMLO llegue a una mayor diversidad de
públicos, acerque a más sectores de la sociedad civil y construya la
imagen de una candidatura que, además de tener propuestas de campaña,
tiene un programa de gobierno viable.
La conformación del gabinete es un paso en la dirección correcta. De
lo que se trata ahora es que la campaña de AMLO ya no sea solamente
AMLO, sino un colectivo que suma y puede traducir su mensaje a distintos
sectores y atraer cada vez más a nuevos grupos. Eso implica también
abrir el círculo del propio candidato y profesionalizar la estrategia de
campaña, la cual no puede limitarse a López Obrador.
Entre los militantes de Morena existe la impresión de que en torno al
candidato existe un cerco impenetrable donde AMLO escucha apenas a unos
cuantos. Puede ser que hasta ahora la estrategia haya rendido frutos,
pero la verdadera campaña todavía está por comenzar y seguramente
correrá mucha sangre. Anaya tiene un buen equipo de consultores que
sabrán hacer su tarea. Sin necesidad de seguir un guión preestablecido
ni dejar de utilizar su propio olfato, AMLO debe permitir que los
profesionales hagan su trabajo.
El obradorismo debe acercarse a sectores que entienden la
comunicación de otra forma, capaces de generar una acción más articulada
entre los jóvenes, las redes sociales y la sociedad civil, que prevenga
al candidato sobre sus flancos débiles, le diga lo que tal vez no
quiera escuchar, sea capaz de emitir los mensajes correctos en el
momento preciso y logre evitar respuestas que no hayan sido debidamente
sopesadas. Ni AMLO ni la izquierda pueden darse el lujo de equivocarse
esta vez.
Investigador del Instituto Mora.
@hernangomezb
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