OPINIÓN
Por: Julia Lima*
Un
aviso a todas las mujeres que luchan de que los espacios de poder no
son para nosotras y un recado sombrío a las personas que defienden los
Derechos Humanos de Brasil. Esos fueron los mensajes implícitos en la
noticia de que Marielle Franco había sido asesinada el pasado miércoles
13 de marzo, en Río de Janeiro.
Un crimen con señales claras de ejecución. Ella salía de una
actividad con mujeres afrodescendientes cuando un coche aparcó al lado
del suyo y un tirador disparó cerca de 13 balazos en la puerta donde
ella estaba. Cinco disparos fueron en su cabeza y otros alcanzaron al
conductor del coche, Anderson Pedro Gomes, que también falleció.
Marielle era una mujer afro, madre soltera, defensora de Derechos
Humanos, nacida y criada en una favela en Río de Janeiro. Llevaba en su
existencia muchos símbolos de resistencia. Contrariando a las
estadísticas, en 2016 fue elegida consejera de la ciudad de Río de
Janeiro. Fue la quinta más votada. Estaba poniendo en práctica un
mandato participativo, construido con mujeres, favelados y gente que
suele estar marginada de los espacios políticos institucionales en
Brasil. Marielle hacía política para los excluidos, proponiendo
iniciativas para combatir la violencia en contra de las mujeres, para
ampliar los derechos de las afrodescendientes y para garantizar los
derechos de la población pobre.
Hacía críticas al modelo de las fuerzas de seguridad brasileñas y
constantemente denunciaba la violencia policial que victimiza sobre todo
a jóvenes afro en nuestro país.
Recientemente había sido elegida presidenta de la comisión
legislativa que acompañaría la intervención de las Fuerzas Armadas en
Río de Janeiro, una medida controversial recién tomada por el gobierno
golpista de Michel Temer, que está siendo cuestionada por muchos
sectores de la sociedad pues solamente impactará a la población de las
favelas con más violencia y militarización y no resolverá en nada el
tema del narcotráfico en la ciudad más turística del país. Marielle era
una voz crítica de la intervención militar.
Por tratar estos temas poniendo luz a un lado de la historia
normalmente invisibilizada, Marielle era una de las voces más
representativas de lucha por la igualdad de género y raza en el país y
justamente por eso fue ejecutada. Su muerte no es solamente la
interrupción de la vida de una mujer afrodescendiente que tendría
seguramente una poderosa trayectoria de lucha por la igualdad y la
justicia, es también un claro mensaje de miedo para las mujeres
defensoras de Derechos Humanos que ocupan espacios de poder
tradicionalmente masculinos.
El asesinato de Marielle está inserto en un cuadro crítico de
violencia y exterminio de los que luchan por los derechos en Brasil, y
denuncian el Estado brasileño como el principal violador de esos
derechos.
Una escalada de homicidios de personas defensoras de Derechos Humanos
está en curso en el país -que se ha colocado como uno de los que tiene
más altos índices de asesinatos de defensores del mundo-. Mujeres y
hombres de distintas partes del país que luchan por la permanencia en
sus territorios en cuanto pueblos tradicionales, que denuncian los
impactos socioambientales de los megaproyectos y que luchan por el fin
de la violencia estatal, como era el caso de Marielle, están en
constante situación de amenaza y riesgo y muchos terminan asesinados en
crímenes planeados que siguen sin elucidación.
Pero el asesinato de Marielle impactó a los brasileños y al resto del
mundo de manera distinta. Matar a una representante política del pueblo
en medio de una de las más grandes ciudades del país hace que su caso
sea emblemático y muy representativo de que los que planean frenar la
lucha por derechos en el país no medirán esfuerzos para hacerlo.
Sin embargo, nuestros esfuerzos para garantizar justicia por sus
muertes debe tener la misma dimensión. Estamos frente a un asesinato
político y es así que el Estado brasileño debe investigarlo.
El aumento de la intervención militar en Río de Janeiro no es una
medida eficaz para elucidar ese crimen sino que intensificará las
violaciones de Derechos Humanos de las comunidades periféricas, y eso es
justo lo que Marielle combatía.
No es tiempo de retroceder. Miles de nosotras ocupamos las calles de
distintas ciudades del país desde la última semana no solamente para
exigir justicia a Marielle Franco, también para seguir resonando su voz
en contra de la violencia hacia las mujeres, en contra el exterminio de
la juventud afro, en contra un modelo de seguridad pública racista.
Las voces de miles de mujeres que piden justicia por Marielle Franco
se unen con las que buscan el fin de la violencia de género en el país.
Son ellas quienes están al frente de la defensa de los Derechos Humanos
en un momento en que las desigualdades históricas y estructurales en
Brasil están avanzando a pasos largos otra vez.
Marielle vive en cada una de nosotras y seguir su lucha es la mejor manera de que se haga justicia por su muerte.
*Comunicadora, feminista, coordinadora del área de Protección a la
libertad de expresión de Article 19 Brasil, e integrante del Comité
Brasileño de Defensoras y Defensores de Derechos Humanos
CIMACFoto: Lucía Lagunes Huerta
Cimacnoticias | Brasil, Bras.-
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