El inmueble está clausurado desde hace seis meses, por los daños del
sismo del 19 de septiembre, y nadie le ha explicado a los vecinos la
magnitud. No entienden por qué no fue demolido como la mayoría de las
construcciones afectadas, cuando además, estaba afectado desde 1985.
Para nadie es un secreto que la gentrificación favorece a una misma
elite inmobiliaria muy próxima a los últimos tres gobiernos, pero como
nunca en el de Miguel Ángel Mancera, en el que han tenido las
condiciones para su enriquecimiento descomunal. En apenas seis años, por
toda la ciudad, la vivienda se encareció hasta en un 300% y más.
Como si el mercado fuera una fuerza natural, el presidente Enrique
Peña Nieto excluyó a la Ciudad de México de las bolsas de reconstrucción
y sólo ofreció paquetes de crédito debido, dijo, “a las condiciones del
mercado”. La ciudad impagable, tiene en la desgracia una mayor ganancia
para constructores y bancos.
Me dijo una vecina del edificio de Tizapán: “es de un político, por eso no lo quieren tirar, para seguir pagando renta”.
No se equivocan. Se trata de un inmueble “inversión” del fondo de
pensiones de los magistrados locales que lo renta –como otros inmuebles–
al Tribunal. Negocio redondo, seguro dividendo, tan próximo al
conflicto de intereses que ocurre cuando en el sector público se
encuentra el negocio idóneo para asegurar el futuro de sus mandamases.
La opacidad y proteccionismo del gobierno de Mancera en ese caso,
representan la protección cómplice de los intereses inmobiliarios que un
poder y otro han garantizado a lo largo de la administración.
Desde el principio los despliegues policiacos detenían selectivos en
operativos de inhibición de protestas, y con pretexto cualquiera, a
opositores a la voracidad inmobiliaria; los presentaban en medios como
peligrosos anarquistas; los jueces y magistrados condenaban a prisión, a
pesar de irregularidades y falta de pruebas como ocurrió, por ejemplo,
el 10 de junio y el 2 de octubre de 2013.
Mientras, los espacios públicos se privatizaban: destierro a
franeleros y arribo de personal privado con onerosas multas y arañas;
centros nodales como Cuatro Caminos, convertidos en plazas comerciales
de franquicias trasnacionales desalojaron al “informal” puestero; hasta
debajo de los puentes aparecieron comercios de prosperidades dudosas.
Cedieron calles y cielos –como en Xola y Cuauhtémoc; autorizaron
multifamiliares y edificaciones enormes en donde había casas; hubo
ecocidios –como en Churubusco-Mixcoac— para aumentar plusvalías… en
tanto, las viejas barriadas vieron perturbada su normalidad insegura de
todos los tiempos, por el fenómeno “narco”.
Mancera ya fue confirmado al Senado por lista, justo al cumplirse
seis meses del sismo y con severas dudas sobre el uso del dinero para la
reconstrucción. Se irá en unos días, dejando un terrible legado: una
ciudad-negocio que no es para pobres y donde, como los niños de la calle
Tizapán, se vive con miedo.
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