OPINIÓN
Quinto Poder
Por: Argentina Casanova*
Es despertar y romper
El bozal y las cadenas
Es conjugar y sentir
El verbo amar sin fronteras
Amparo Ochoa, Para amar en tiempos de guerra
A mí nadie me dijo que debía tenerles miedo a los hombres, lo aprendí
cuando a los 12 años un sujeto me tocó mi incipiente pecho y sentí
tanto asco que llegué a lavarme al baño de la escuela. El lunes pasado,
una mujer y una niña fueron asesinadas por hombres cercanos a ellas, en
los que confiaban y de los que en algún momento sintieron afecto y no
tenían medo.
La realidad es que en México la mayoría de los casos de feminicidio
son cometidos por un hombre con el que la mujer tuvo alguna relación y
se suponía, no debían tener miedo. Como Selene, que fue asesinada por su
pareja en la tienda en la que trabajaba, y quien en un acto manipulador
se disparó a sí mismo en forma indecisa –no se disparó en la sien-. No
fue un desconocido el que la atacó sino alguien en el que confiaba, se
suponía que no debía tenerle miedo.
Lo cierto es que el miedo está latente para las mujeres, y muy
probablemente también se esconde una forma de miedo en los hombres
aunque en otra dimensión, en las relaciones afectivas entre mujeres y
hombres, incluso entre mujeres, siempre hay un temor a mostrarse, a
darse, a “abrirse”, a dejar ver los sentimientos pues eso implica la
vulnerabilidad y la volubilidad de las emociones.
Las mujeres vivimos con el miedo a los hombres desconocidos, fundado
-como en mi caso- por hechos traumáticos y violentos que tienen que ver
con la irrupción de nuestro espacio vital, con la violencia sexual sobre
nuestros cuerpos. Crecí con las recomendaciones de mi abuela de estar
siempre alerta a que nadie tocara mi cuerpo y defenderme como fuera,
(llegué a perseguir a botellazos y con una sombrilla a un sujeto que
intentó tocarme años después).
Cuando sentí miedo por primera vez al sujeto aquel que me tocó en la
calle, también pensé que no tenía cuerpo de mujer, que iba con uniforme y
que no había provocado nada, desarrollé más habilidades para afrontar
el miedo a esos desconocidos y cuidarme de ellos. Pero poco supe de cómo
cuidarme de los hombres a los que llegaría a amar y a quienes mostraría
mi vulnerabilidad afectiva, un tema del que hemos hablado poco las
feministas en este juego de exteriorizar sin interiorizar los temas más
complejos.
Incluso para las feministas, transitamos en el aprendizaje de nuevas
formas de relacionarnos con los hombres, aprender a construir nuevas
relaciones que no sean posesivas, ni dañinas, alejadas de todo eso que
la noción del “amor romántico” nos deformó, y vamos al aprendizaje de
nuevas formas, pero sobre todo de la búsqueda imposible de hombres que
no sean machistas. Y digo imposible porque estamos conscientes de que al
vivir en un sistema social patriarcal todos y –todas- estamos
imbricados en el sistema mismo y tenemos interiorizadas sus formas.
Sin embargo, feministas como somos, muchas mujeres construimos
relaciones cotidianas con hombres, familiares, amigos, compañeros de
trabajo y en relaciones de pareja en las que tenemos oportunidad de
reflexionar acerca de las implicaciones del amor como una práctica
“política” del ejercicio de nuestro feminismo. Es decir, en el que
tenemos oportunidad de dar la batalla al patriarcado.
Hemos reconocido que “hay una guerra”, en la que las muertas caen del
lado de las mujeres, que son asesinadas por sus parejas que no
aceptaron o no entendieron la autonomía, la libertad, la vida, las
decisiones, y mil pseudo razones por las que a diario se comete la
violencia de género.
En medio de esa guerra de un sistema social que utiliza la violencia
de género, específicamente la feminicida como herramienta de control
para garantizar la opresión de las mujeres, las feministas también
reflexionamos sobre la posibilidad de construir otras formas de amar en
estos tiempos de guerra, en tender puentes de solidaridad y
compañerismo. Mejor no lo puede expresar Coral Herrera cuando dice: “En
un mundo en el que la gente está presa del miedo y el odio, amarse es
una forma de resistencia frente a la barbarie”.
Amarnos en tiempos de soledades radicales es una forma de resistencia
al sistema opresor, amar es transgredir, amar es romper el control del
sistema patriarcal, pero amar de otra forma libre de los miedos del
sistema que nos quiere constreñidas y oprimidas bajo sus propios
códigos.
No podemos, o no debemos vivir con miedo, no más un mundo –aunque sé
que aún es utópico- en el que las mujeres y los hombres nos relacionemos
desde el miedo, el miedo a descubrir que nos hemos enamorado de
personajes inventados por la incapacidad de mostrarnos como somos
realmente.
Miedo a mostrar nuestras volubilidades o sentimientos porque este
sistema patriarcal nos dice que no, que lleva a la impostura porque
quien se abre, cede, quien se enamora pierde y se subyuga, vencer la
idea de que el amor es una forma de subyugamiento y que enamorarse tiene
que ser la pérdida de algo... el paraíso que nunca fue nuestro, no al
menos viviendo en un mundo en el que el amor se sigue construyendo como
una batalla a la que hay que ir con armaduras y temer al otro.
Hombres y mujeres tenemos por delante aprender a vencer el miedo y a
construir relaciones en las que no sea un recurso de autocuidado, y
aprendamos a quitarnos la última máscara impuesta por el patriarcado en
la sexualidad, la del miedo a la entrega y la confianza.
Cierro con la frase de la canción de Amparo Ochoa, otra, tras iniciar
también con una de ella misma: “Como aire que entra por la ranura, los
dos jugaron con su ternura, le dio la vuelta a la cerradura, durmió de
pronto todos sus males”.
* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y Fundadora del Observatorio de Violencia Social y de Género en Campeche
CIMACFoto: César Martínez López
Cimacnoticias | Campeche, Cam.-
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