Cuando se antoja más clara que nunca la posibilidad de que López
Obrador gane las elecciones presidenciales y con él llegue al poder un
gobierno de centro-izquierda, llama la atención que un sector de la
izquierda en México —o de gente que cree estar ubicada en ese espectro—
piense votar por un político panista.
En este grupo —más numeroso de lo que dicta la lógica— no solamente
habita un PRD que tan sólo apuesta a la supervivencia. También algunos
cuadros y activistas sociales, así como intelectuales públicos que se
identifican con el progresismo y hoy coquetean con el frentismo
(ilusionados quizás en que bajo un gobierno de coalición estarían
llamados a ocupar un lugar que AMLO no ha sabido ofrecerles y Anaya está
más cerca de prometerles).
A varios les he preguntado qué es lo que les hace preferir a un
candidato panista por encima de AMLO. La mayor parte ha respondido con
una larga lista de críticas a López Obrador, casi todas ya conocidas,
algunas probablemente ciertas: que si sus ocurrencias y sus desatinos,
que si conservadurismo en ciertos temas, que si su agenda es una vuelta a
los setenta o no representa lo para ellos es una “izquierda moderna”.
Más allá de ser “inteligente” y “prometedor”, pocos citan razones de
peso para preferir a Anaya desde la izquierda, salvo el hecho de no
incorporar las agendas específicas de ciertos grupos y organizaciones.
Lo que en el fondo los mueve es un rechazo visceral, por momentos
elitista, frente a López Obrador. Rechazo a su manera “poco articulada
de expresarse”, dicen unos, a su falta de sofisticación intelectual,
alegan otros. En cambio, Anaya los seduce por su frescura, su manera de
hablar, sus idiomas y sus posgrados.
Dentro de los más informados un argumento es que Anaya es “un liberal
progresista” (en lo personal, hay que subrayar). Una postura que se
expresa en temas como la despenalización de las drogas, el matrimonio
gay o el aborto. Algunos intelectuales sostienen que al hablar con Anaya
se han convencido de que su apertura a esta agenda es genuina. Y aunque
probablemente lo sea, estas no son ni serán las posiciones de su
partido ni ocuparían un lugar central en un remoto gobierno frentista.
En los temas centrales de la izquierda —el combate a las
desigualdades— Anaya no tiene con qué. Por eso ha adoptado una propuesta
de Ingreso Básico Universal (IBU) (http://eluni.mx/2APEk4V)
que, a pesar de ser deseable, es electorera, totalmente artificial
entre los suyos y no tiene otro objetivo que rebasar discursivamente a
la izquierda y atraer a sus simpatizantes. La propuesta, además, no
incluye una reforma fiscal que la haga viable y le dé un carácter
genuinamente distributivo que es lo que haría de la renta básica una
propuesta progresista. Recordemos que el propio panismo estuvo en contra
de la pensión universal para adultos mayores cuando la propuso López
Obrador como jefe de Gobierno y el año pasado votaron contra la renta
básica cuando se planteó su incorporación en la Constitución de la
Ciudad de México.
Claro que Anaya tiene virtudes. Como me han dicho algunos
investigadores del CIDE, es un político “listísimo”, “que asume riesgos”
y “supo romper en los hechos con el grupo de Peña Nieto y de Felipe
Calderón en un tema tan relevante como es el control político de la
justicia”. No cabe duda que Anaya es un excelente candidato, sí, pero
para enarbolar el surgimiento de una nueva derecha (¡la derecha liberal
que necesita el país!). Para los temas que hacen la izquierda, Anaya
representa la continuidad, no el cambio.
Con todos sus defectos —y le veo varios— AMLO es hoy el único
político capaz de enarbolar una agenda de centro-izquierda con cierta
credibilidad, conducir un gobierno guiado por una noción mínima de
justicia social, hablarle al pueblo llano (aunque sea de forma lenta y
“desarticulada”) y —mal que bien— representar los intereses populares
tan largamente postergados.
Profesor-investigador del Instituto
Mora. @hernangomezb
No hay comentarios.:
Publicar un comentario