Pocos cineastas han tratado el tema del racismo de manera tan astuta y coherente como el afroestadunidense Spike Lee (Haz lo correcto,1989, Fiebre de selva, 1991; Malcolm X,
1992). A los 61 años, su energía y capacidad de indignación, lejos de
menguar se han acrecentado considerablemente, cobrando de paso un filo
crítico más incisivo, como demuestra El infiltrado del KKKlan (BlacKkKlansman,
2018), su filme más reciente. Basado en hechos reales de principios de
los años 70 y en las memorias del protagonista Ron Stallworth (John
David Washington), primer detective negro en el Departamento de Policía
de Colorado Springs, refiere la iniciativa del policía afroestadunidense
de hacerse pasar por blanco en conversaciones telefónicas con el líder
racista del Ku Klux Klan, David Duke (Topher Grace), para proseguir el
engaño con ayuda del colega policía judío Flip Zimmermann (Adam Drive),
como una versión étnica aceptable del propio Stallworth. Como es
habitual en Spike Lee, la trama combina dramatismo y comicidad de modo
muy atractivo, haciendo de esta fábula negra sobre los delirios del
racismo una provocación didáctica fuera de serie.
Con una estrategia narrativa original y una propuesta visual y sonora
muy suntuosa, a la cinta la enmarcan, de principio a fin, elocuentes
referencias a clásicos del cine hollywoodense relacionadas con la
persistencia virulencia del prejuicio supremacista blanco, desde
imágenes de Lo que el viento se llevó (Víctor Fleming, 1939) hasta escenas de linchamiento en El nacimiento de una nación
(DW Griffith, 1915), para culminar con grabaciones en video de
episodios recientes de intolerancia racial, como el caso de Rodney King
en 1991 o el siniestro de Charlottesville, en 2017, donde se corearon
consignas de odio como
Las vidas de los blancos importano
Los judíos no habrán de remplazarnos. Cuando Flip pregunta a su colega afroestadunidense por qué se empeña en hacer de su trabajo de infiltración policiaca toda una cruzada política, Stallworth le recuerda que el KKK también detesta y persigue a los judíos. Sin sentirse realmente aludido, Zimmermann replica con candor:
Siempre me he sentido como cualquier otro chico blanco. En varias de sus películas, Spike Lee ha sido un maestro en este tipo de confrontaciones dialécticas de corte brechtiano. En El infiltrado del KKKlan concede poca tregua a sus protagonistas y adversarios. Los bandos se afrontan, la polarización ideológica se implanta ineludiblemente y la referencia al pasado histórico se transforma en pie de página, advertencia o prólogo a los horrores de una época actual en la que un David Duke, antiguo líder del KKK, se declara, sin rodeos, ferviente admirador de Donald Trump y de Jair Bolsonaro.
La complicidad artística del cinefotógrafo, combinando imágenes en
color y en blanco y negro en una ficción salpicada de referencias
documentales, así como la pista sonora del formidable Terence Blanchard,
confieren a la película un impacto reminiscente de los clásicos Spike
Lee joints de hace tres décadas.
Resulta ya innecesario insistir en la carga de compromiso político de
este realizador afroestadunidense infatigablemente militante o en la
calidad de su voz muy crítica, complementaria a la del documentalista
Michael Moore (Fahrenheit 11/9, 2018) y posiblemente más
trascendente. Lo que importa señalar es su capacidad de seguir
seduciendo a públicos muy amplios con la misma coherencia moral que en
otros casos suele condenar a una marginalidad absoluta.
Se exhibe en la sala 3 de la Cineteca Nacional a las 15:15 y 20:30 horas.
Twitter: @Carlos.Bonfil1
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